Acabo de leer un artículo de mi buen amigo José Luís Yagüe, en el que, cargado de razones, pone en evidencia la situación de acoso que padece Gibraltar, incrementada por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y es de rigurosa obligación por mi parte manifestar mi opinión.
¡Seguimos con lo mismo! Cualquier ocasión es buena para acosar a Gibraltar, y en esta ocasión quien sabe si no se hace por encargo de otros, pues el llamado brexit ha minado los cimientos de barro de la Unión Europea. El caso es que la pertenencia a la Unión Europea resulta en el presente algo intocable, o por lo menos eso creen en las instancias del poder.
La salida de Gran Bretaña de la Unión y la recuperación, por lo tanto, de su soberanía plena está siendo considerada como una decisión desacertada que la va a hundir en la miseria y la campaña que se lanza al mundo, orquestada por el gobierno alemán y coreada por el resto de los miembros de ese selecto coro no debe engañar a quienes poseen capacidad suficiente para analizar la situación en su conjunto y pueden intuir que existe el temor del efecto dominó de la decisión de los ciudadanos británicos y que esas proclamas que avisan que detrás de la Unión lo único que puede esperarse es el abismo no hacen sino tratar de frenar la posible salida de otros países que se sienten perjudicados por la política comunitaria y en los que la población empieza a cuestionar los motivos por los cuales se ha de seguir obedeciendo ciegamente unas directrices que favorecen los intereses alemanes y perjudican en gran medida al resto. Y que no se olvide que la política comunitaria de acogida a refugiados con los consabidos peligros que implica ha sido el detonante de muchas de las reacciones, algunas muy violentas, que han surgido en Europa, y la constatación de que en esas masas hay elementos perniciosos para la seguridad de los ciudadanos europeos aumenta esa crispación, frente a la cual el gobierno alemán se reafirma en continuar el proceso en cuanto le beneficia a la hora de cubrir sus necesidades de mano de obra.
En este estado de cosas, España, que considera un éxito la perspectiva de llevar al 20% la tasa de desempleo, que sabe que no tiene posibilidades de desarrollar un tejido industrial propio para crear empleo ya que estamos relegados al sector de servicios y que ha de ser en este en el que desarrolle sus planes de futuro, sigue en su obsesivo europeísmo y ha sido rotundo a la hora de aplicar, por ejemplo, las sanciones impuestas a Rusia por exigencia alemana con el pretexto de la recuperación de Crimea, sin tener en cuenta que el perjuicio que sufriría el sector turístico en zonas como la Costa del Sol, o las exportaciones de productos agrícolas para aquel gran mercada supondrían un serio quebranto y afectaría a buen número de españoles. ¡Ahí está uno de los ejemplos del fracaso de la Unión Europea!: ¡Rusia se mantiene, sus gobernantes se mantienen, aquel gran mercado tiene otros proveedores, las inversiones han buscado otros destinos!.
¡Ahora le toca a los ciudadanos británicos! Hay sectores económicos y profesionales españoles que se han salvado gracias a Gran Bretaña, y uno de los más señeros es el sanitario, donde el déficit de profesionales en enfermería y medicina existente allí se suple con la contratación de profesionales españoles condenados aquí al temible desempleo. ¿Se ha pensado en su futuro?
Pero también es de considerar que hay una población residente permanente y otra estacional constituida por ciudadano británicos de clase media o jubilados que podría perderse de adoptarse medidas que les hiciese muy oneroso su permanencia plena o estacional en España, sobre todo en la costa mediterránea. El turismo se nutre mayoritariamente de británicos, cuya proporción rebasa notablemente el de otras procedencias y debería pensarse muy bien lo que conviene a nuestra sociedad. A Alemania poco le afecta esta realidad pues no es precisamente una opción apetecible la de residir en las acogedoras condiciones climáticas de sus costas del Mar del Norte o del Mar Báltico, pero a nosotros si nos precipitaría en la ruina
Este momento, que para mí no significa sino el comienzo del fin de la utopía de esa Europa unida en la que siempre estuvo planeando el deseo de restaurar el Sacro Romano Imperio Germano e imponer la hegemonía alemana al resto de los países, es el tiempo de reflexionar la conveniencia de quedarse dentro, perdiendo soberanía y siendo cada día más sometidos por los intereses de la potencia dominante o salir, recuperar la libertad y tratar de defender nuestros intereses. Los británicos lo tienen más fácil y el hecho de no haberse desentendido de sus vínculos con países con los que tienen vínculos históricos y mantener la Commonwealth, la Mancomunidad de Naciones constituida por 53 países y con una población conjunta de más de dos mil millones de ciudadanos les asegura un mercado y tal vez una mayores posibilidades de crecimiento.
Nosotros no tenemos es ventaja porque sacrificamos incluso nuestro privilegiado papel en las relaciones con Hispanoamérica cediéndolo a la Unión, tenemos, eso sí, el manido recurso a Gibraltar, ese error eterno de la política española que se saca del baúl cada vez que algún iluminado ve el río revuelto.
En los años de declive personal de Francisco Franco se produjo una situación de mayor gravedad que la presente ya que el equilibrio mantenido y la ausencia de polémicas con respecto a la Roca caracterizaron los primeros años del Régimen. Salvo dos polémicas, una de 1.953 y otra de 1.954, se respetó el status quo que venía manteniéndose desde los comienzos del siglo XIX. En 1,953 se reclamó la soberanía bajo el pretexto de unos pactos hispano británicos incumplidos y en 1,954 la visita de la Reina Isabel II a Gibraltar produjo una protesta y se tomaron algunas medidas, entre otras el cierre del Consulado español.
En 1.969 Franco era un hombre bastante mayor para la época que cumpliría en diciembre los 77, y la influencia de su entorno era más que manifiesta en sus decisiones políticas y su gobierno era más tecnocrático que político, con un claro espíritu de fomentar el desarrollo económico del país, en el que el Ministerio de Asuntos Exteriores estaba encomendado a un diplomático, Fernando María Castiella, quien tomo como cosa personal, podíamos decir, la cuestión de Gibraltar, hasta tal punto que se le llegó a conocer como el Ministro del Asunto Exterior pues dedicaba prácticamente toda su atención a Gibraltar, formando un comité de especialistas dedicados exclusivamente a esta labor. Llegó a pedir la anulación del Tratado de Utrecht, tal vez queriendo ignorar que no fueron uno sino varios y que no solo se perdió Gibraltar sino también Flandes, Luxemburgo, el Milanesado o los Reinos de Nápoles y de las Dos Sicilias, entre otros territorios españoles. Las ofensivas diplomáticas de Castiella no resultaron demasiado eficaces y la ocurrencia gubernamental no fue otra que cerrar el acceso y las comunicaciones con Gibraltar, firmando un envejecido Jefe del Estado el 9 de junio de 1.969.
Esta disparatada medida propia de tiempos medievales resultó perjudicial para la población gibraltareña que solo podría comunicarse durante un largo periodo de tiempo por mar y por aire con el exterior pero la población española que trabajaba en Gibraltar perdió su empleo y la depresión en la zona colindante no se pudo paliar con las medidas desarrollistas que no lograron sino la destrucción de una importante zona del litoral. Gibraltar sobrevivió bajo un cerco que es preciso señalar que fue prolongado sin justificación alguna. En 1,975 moría Franco, seis años después del cierre de la frontera, pero durante los gobiernos españoles posteriores se mantuvo esa situación más tiempo aún que con Franco, siete años más y ni el considerado milagro de la transición, Adolfo Suarez, ni su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, tomaron en consideración la situación.
España se comprometió por la Declaración de Lisboa, instada por la ONU a mantener con Gran Bretaña las negociaciones precisas para resolver la situación y acabar con el bloqueo. Firmando en entonces Ministro de Asuntos Exteriores español, Marcelino Oreja, dicho acuerdo. Marcelino Oreja había sido uno de los miembros más activos de la comisión ministerial de Castiella, la que asesoró a favor de someter a los gibraltareños al aislamiento.
De un tiempo a esta parte, bajo un gobierno que pretende ser de centro derecha, y cuya política difusa y titubeante le ha costado la mayoría absoluta y ha situado a España en su momento de incertidumbre presente, ha resucitado la cuestión de Gibraltar. Con problemas como el desafío injurioso y criminal de los independentistas catalanes, que en cualquier país civilizado deberían estar en la cárcel, por lo menos, con la corrupción que aflora por todos los rincones del territorio español, el peligro de la invasión permanente y no solo tolerada sino aplaudida por la clase política, la inseguridad ciudadana, la falta de motivación de la juventud, la muerte de la clase media bajo una presión fiscal absolutamente insoportable, siempre justificada por las exigencias de Bruselas, siempre cebándose en los mismos y con una fiereza que llega casi al extremo confiscatorio, con un país sesgado y roto, el Ministro de Exteriores, con el apoyo evidente del resto del Gobierno, se ha consagrado como la reencarnación de Castiella.
Y como Castiella, hasta el momento no ha conseguido otra cosa que la consolidación de los gibraltareños como un bloque en torno a su Jefe de Gobierno. Si en 1.969 supieron mantenerse firmes en torno a Sir Joshua Hassan, hoy lo están con Fabián Picardo al frente ¿Qué piensa hacer Margallo?.
No puede cerrar la verja, ni tomar medida alguna de carácter coercitivo el gobierno español que no suponga un perjuicio catastrófico para la comarca del Campo de Gibraltar y la Costa del Sol. Gibraltar es una fuente de riqueza para la zona, por mucho que le pese al Sr. Margallo, al Sr. Rajoy y al Partido Popular de la comarca que no debe de tener los ojos muy abiertos ya que no ve la realidad por lo que parece. Se está jugando al europeísmo, contando con el fracaso de Gran Bretaña, su hundimiento por haber cometido el pecado de abandonar la Unión Europea y alejarse de la Gran Alemania, se está volviendo la espalda a la evidencia del fracaso comunitario, a las consecuencias de una política que pasa factura hasta a las otras fundadoras del engendro, Francia e Italia. ¿Nadie piensa que los británicos han acertado y que con su Commonwealth pueden salir beneficiados?, ¿Nadie piensa que los partidarios de la salida de la Unión crecen en todos los países?
Gibraltar se beneficiaría, aunque no se quiera ni pensar en esa posibilidad, de que el brexit fuese un éxito y lo que es seguro es que no va a claudicar a las presiones. El método coactivo no le va a servir de mucho al Sr. Ministro, salvo para que la gente del Campo de Gibraltar acabe abominando a su partido.
La firmeza gubernamental se podría usar con Venezuela y su gobierno bananero, rompiendo relaciones diplomáticas y aplicando la dureza precisa, tomando medidas contra quienes se han beneficiado de las subvenciones de aquel régimen para traer a España su sistema de dictadura. La implacable acción gubernamental y del Estado debería aplicarse a la insurrección catalana sin escatimar medios, pero en vez de asfixiar el independentismo se la ayuda nutriendo de fondos al gobierno de los traidores catalanes cada vez que lo piden
El Sr. Margallo quiere emular, me parece a mí, a uno de sus antepasados, su bisabuelo el general Juan García y Margallo, general de brigada gobernador de Melilla, quien no cedió a los ruegos de los indígenas de respetar el sitio en el que se encontraba la tumba de una persona tenida como santa en su proyecto de reforzar las defensas de la ciudad. Las tribus de alrededor de Melilla no vieron atendidas sus peticiones y las inmediaciones de la tumba de Sidi Guariach no quedaron fuera de la proyectada construcción de los refuerzos de la muralla. Las tribus y cabilas se sublevaron, atacaron Melilla y se inició así la Primera Guerra del Rif, entre 1.893 y 1,984.
La intransigencia frente a las peticiones de los indígenas provoco la insurrección, la indiscriminada acción de la artillería ordenada por el gobernador contra todas las aldeas aledañas destruyó una mezquita, convirtiendo en guerra santa aquella revuelta y el error táctico en el planteamiento de una contraofensiva provocó una carnicería entre sus tropas, sin que nunca se haya admitido un número de bajas mayor de setenta, debieron ser muchas más, entre ellas la del propio gobernador. Esa guerra se conoce como La Guerra de Margallo, y parece que su descendiente sigue la línea de desatinos de su bisabuelo.
Manuel Alba