Suenan clarines de nuevas elecciones, las terceras, y los ciudadanos se mantienen silentes, como si con ellos no fuese el asunto, como si fuese cosa de los políticos. Estas próximas caerán por Navidad y es de suponer que sin entrar en lo dramática que resulta la situación, a lo máximo que dará lugar este despropósito será al chascarrillo, a la broma, al choteo de la España de charanga y pandereta.
El desolador panorama que se vive en la realidad, no en esa apariencia de normalidad en la que muchos se quieren mantener mirando para otro lado, debería ser suficiente razón para que la conciencia individual despertase y cada cual decidiese si puede confiar o no en el sistema con los Partidos Políticos actuales y si debe emitir su voto o abstenerse a la vista de las circunstancias.
La política española es semejante a un mercado en el que se canjean votos por poder interpretando que la voluntad expresada por el electorado se puede torcer en función de los intereses y las ambiciones de quienes lideran los Partidos. La inmoralidad más absoluta está instalada en la democracia, especialmente en España, al margen de los problemas de corrupción, de ese verdadero latrocinio que asola el país por los cuatro costados. Ese mercadillo de truhanes se ve escenificado a todas horas y viene de lejos, de siempre, aunque la sociedad parece tener esa memoria menguada que dicen que tienen los peces y se olvida pronto de estas cosas.
La posibilidad de tres elecciones y la celebración ya de dos comicios electorales estériles en los que una parte de la población que supera el tercio con creces ya no vota, ya no entra en el juego, nos pone ante un futuro incierto en el que se abren cada día nuevas grietas en el muro de la convivencia, aunque no lo parezca, aunque se siga estando en el jardín ideal de la despreocupación, ese que riegan los unos y los otros con promesas vacías y objetivos inalcanzables, nos ponen ante un país imposible.
La imagen indisimulada de ambición que muestran unos líderes y otros en los debates de investidura y en las escenificaciones grotescas de lo que llaman democracia dentro del Palacio del Congreso expone al mundo la realidad. ¡La vergüenza nacional en plena efervescencia!. Al contemplar una y otra vez, desde hace decenas de años esta reiteración de falsas corregidas y aumentadas de una vez para otra, debería abochornarse la población y exigir responsabilidades a todos pero eso no sucederá hasta el último momento, cuando todo se haya ido a pique.
Me sorprendo por la falta de sentido de responsabilidad de quienes dirigen los partidos, todos, que miran por la conservación de sus puestos y los de su entorno, sin importarles un rábano las propias disensiones entre sus filas, la voz de aquello que dan la alarma por haber ido demasiado lejos. ¡El poder es el poder y el ciudadano es un bien del que se apropia uno, sea interpretando su voluntad, sea chalaneando con su voto!, el ciudadano es un número, un ente abstracto, un instrumento, un juguete que se le saca a votar cuando toca y se le manda a su casa hasta la próxima ocasión de sacarle el jugo. ¿No se da cuenta nadie de eso?.
Me admira la fe teológica de algunos en el sistema que permite que se enriquezcan los que se enganchan al tranvía del partidismo, aunque sea en el tope y a última hora, de los que saben y les consta que en esas listas infames van gente que no sabe lo que es trabajar en una fábrica, en una oficina pública, no ha sido ni pretende ser jamás empresario autónomo, en definitiva, no son sino hijos del partido que deben su impulso ascendente a su capacidad de trepar y de bien servir a quienes les han de dar puesto en las candidaturas, me sorprende la fe depositada en determinados partidos, sub partidos y células partidistas que han aflorado en torno a dirigentes cuya juventud es proporcional al envejecimiento de lo que dicen ser sus ideas, tiras, girones de políticas mundialmente fracasadas cosidos de mala manera con hilo de populismo y aguja de pedantería insultante. ¿Se puede creer mínimamente en esa gente?. Pero me asombra más que nada la devoción que causa Alberto Rivera y sus pactos con unos o con otros o la permanencia del bello Sánchez al mando de las huestes de lo que otrora fue un poderoso partido y hoy es un corral de gallinas espantadas, ¿puede ilusionar a alguien un futuro con el mismo sistema y bajo las mismas condiciones?
No, no resulta fácil en modo alguno acomodar la razón a este despotismo de la partitocracia ni alcanzar a entender a la ciudadanía en su capacidad de digerir sin indigestión una situación límite como esta. Es de suponer que influye notoriamente en este estado de cosas el haberse diluido la visión del poder público ante el ciudadano en diversas escalas. La existencia de niveles de administración, de escalas de poder, en tres ámbitos, el estatal, el autonómico y el local, dispersa la imagen y la propia idea de la funcionalidad al tiempo que permite ampliar los tentáculos de la ambición y del control político sobre la libertad del individuo que la entrega voluntariamente, sometiéndose a esta especie de esclavitud voluntaria que se vive.
Puede pasar cualquier cosa, cualquier comportamiento indigno e inmoral puede preverse en materia de pactos y componendas para evitar las terceras elecciones, pero si estas llegaran y la sociedad despertarse, la mejor respuesta, la más digna sería ampliar esa abstención que ya en si es más que representativa, a niveles del 75 o el 80% del censo electoral. La abstención es la manera digna de oponerse al sistema de imperio de los partidos políticos y la puerta hacia la regeneración de la vida pública, marca la línea del ¡basta ya!, patentiza el divorcio de la ciudadanía y los políticos profesionales. Una abstención mayoritaria deslegitima el sistema y abre el camino hacia una nueva vía, en la que si se podría plantear no ya una reforma constitucional sino un nuevo proceso constituyente, rehacer el Estado aboliendo todo lo que ha llevado a su descomposición y reconstruyendo las instituciones.
Pero no es de esperar, de momento, ninguna reacción en tal sentido y a la posibilidad de estas terceras elecciones habrá que añadir, ¿por qué no?, la hipótesis de que haya cuartas, o quintas, o hasta que el cuerpo aguante ¡Bonito panorama!
Manuel Alba