Desde que en el glorioso, para algunos, siglo XVIII, se asentó el desequilibrio y se empezó a desmembrar la extensa unidad territorial española, que ya había sufrido algunos graves reveses en el pasado, España ha venido viniendo a menos, achicándose, acomplejándose y agotándose, y solo hay que acudir a la Historia para tomar buena cuenta de ello. La llegada al trono de Madrid del anterior Rey Felipe, un enfermo mental que colocó en España su abuelo, Luís XIV, para conjurar a Francia del peligro de que llegase a reinar allí, supuso un desastre sin parangón y fue el foco, el origen de algunos de los gravísimos males que vivimos en el presente. La llegada de la Casa de Borbón fue una tragedia de la que nadie parece recordar ya absolutamente nada, y aquel reinado, que puso patas arriba toda la compleja pero equilibrada máquina administrativa española para cambiarla según el modelo francés, que hasta calcó de su país natal la organización militar, fue un dechado de despilfarros y nepotismo bajo un monarca absolutista que no mandaba absolutamente nada. Reinaron sus esposas, primero María Luisa de Saboya, después la incalificable Isabel de Farnesio.
La instauración de un monarca bipolar en primer grado, que se sentía perseguido y atacado por el Sol, que padecía síndrome de Cotard y creía que le faltaban piernas y brazos, o que era una rana, se producía porque su abuelo había logrado convencer a su cuñado, Carlos II de que nombrando al Duque de Anjou heredero de la corona española no se desmembraría el extenso Reino de España, y lo que se produjo fue el efecto contrario, consecuencia de una guerra en la que Luis XIV pagaba las derrotas con cargo a los territorios españoles donde reinaba su desquiciado nieto, aunque más adelante dedicaré unas líneas a los desatinos de aquel Felipe y su consorte.
Y desde entonces toda una serie de hazañas se irían sucediendo, una tras otra, como el insuperable e indecente acontecimiento de la entrega de la corona española a Napoleón Bonaparte por parte de Carlos IV y su hijo Fernando VII, formalizada en el tratado de Bayona de 1.808. Memorable reinado el del felón Fernando VII, y memorables los negocios, incluido el desfalco a las arcas públicas, comparable a los escándalos de corrupción del presente, de su viuda, María Cristina, cuando ya bajo el reinado de su también memorable e impresentable hija, se hizo con el negocio de la sal, de los ferrocarriles y participo en el comercio de esclavos . Y memorable el reinado de esa hija, Isabel II, casada con su primo Francisco de Asís, aquel consorte quien en la despedida al General ODonnell, que marchaba a la guerra en Africa, cuando la reina le dijo que si fuera hombre ella acompañaría al militar en el frente, no tuvo mejor salida que decirle «Lo mismo te digo, O´Donnell, lo mismo te digo». Con Isabel II llegó un cambio, más bien, una renovación genética en la Casa de Borbón, pues no es ningún secreto a la hora presente que ni sus hijas ni su hijo fueron fruto de aquel matrimonio ni tuvieron el mismo padre. Alfonso XII, el hijo varón, tenía como padre a Enrique Puigmoltó, vizconde de Miranda y tan escandalosa y pública era aquella relación que cuando nació el heredero de la corona el 28 de noviembre de 1,857 se corrió la noticia por Madrid a la voz de ha nacido el Puigmoltejo , y como Puigmoltejo se le moteo por el pueblo madrileño.
Pero volvamos a Felipe V
Hoy reina Felipe VI, trescientos diecisiete años después que su homónimo, en estos días se conmemora que hace exactamente tres siglos, aquel desequilibrado que nos colocaron en España iniciaba una guerra, bueno él no, pues no pintada nada en el asunto, lo veraz es decir que su segunda mujer, Isabel de Farnesio y su valido el Cardenal Alberoni, iniciaban una guerra para reconquistar Cerdeña y Sicilia: las tropas españolas tomaban Cerdeña el 22 de agosto, después invadieron Sicilia para acabar aquella aventura desastrosamente pues el 11 de agosto de 1.718, la armada británica pulverizaba a la española en el Cabo Passaro, una derrota en la que los británicos hundieron a la mayor parte de los navíos españoles y apresaron al resto mientras ellos solo tuvieron daños menores. En diciembre del mismo año, la Cuádruple Alianza declaraba la guerra a España.
Todo venía de la decisión de la Farnesio y Alberoni de no respetar los Tratados de Utrecht tras la muerte del abuelo de su marido, Luis XIV, en septiembre de 1.715, porque antes no se habrían atrevido ni a insinuar tal intención. En enero de 1.717, los Países Bajos, Francia y Gran Bretaña firmaban el tratado de la Tercera Alianza para obligar a España a cumplir sus compromisos pero la respuesta española fue la aventura de Cerdeña y Sicilia. Desde que en julio de 1.717, partiese la flota desde Barcelona y tras la conquista de Cerdeña en agosto del mismo año, un rosario de derrotas fue cosechando aquel loco de Felipe V y su iluminada esposa.
Había conseguido Felipe V la enemistad con Francia porque debiendo pensar que el reino de España se iba quedando pequeño, cosa cierta por otra parte porque iba encogiendo gracias a las borbónicas ocurrencias, la pareja real se embarca en una conspiración para derrocar al Duque de Orleans, regente de Francia en la minoría de edad de Luis XV, la llamada conspiración de Cellamare, en la que este príncipe italiano, embajador de España en Francia, junto con unos cuantos disparatados urdieron un burdo y desangelado complot cuyo objetivo final era alzar al rey español a la corona de Francia. A los firmantes de la Triple Alianza se unió el Sacro Imperio Romano Germánico pero ni ante la debacle que se presagiaba hubo marcha atrás.
Incluso en plena guerra y a pesar de la derrota del Cabo Passaro, una nueva ocurrencia vino a empeorar la situación, y esta consistió en un brillante plan estratégico que tendría dos fases, primero una pequeña flota con infantes de marina y soldados irían a Escocia para apoyar el levantamiento jacobita contra el rey de Inglaterra. Cuando los ingleses reaccionaran y mandasen a sus tropas a sofocar aquella intentona, una gran flota desembarcaría en Cornualles y marcharía sobre Londres, derrocando a Jorge I. La flota de avanzadilla zarpó desde San Sebastián, llegó a Escocia y fue destrozada en la batalla de Glenshiel, la otra flota salió de Cádiz pero no llego, abatida por los temporales en el Atlántico, llegando a el Ferrol unos cuantos supervivientes, y los ingleses no quedaron lo que se puede decir contentos con el asunto.
En febrero de 1.720 Felipe V aceptaría las condiciones de la Cuádruple Alianza, que en definitiva eran la ratificación de lo pactado en Utrecht, condiciones que los aliados habían fijado en Londres, el monarca acepta mediante un decreto que firma el 26 de enero en el que reconoce que habiendo estado en desacuerdo antes y se expresa así: deseando ahora contribuir a los deseos de las dos referidas magestades, los serenísimos reyes de Francia y de Inglaterra, y dar a la Europa la paz a costa de mis propios intereses y de la posesión y derechos que he de ceder en ella, he resuelto aceptar el referido tratado. La situación fijada en Utrecht quedaría consolidada indiscutiblemente y reforzadas por la renuncia a reclamar en el futuro los territorios que fueron españoles en los Países Bajos ni los que quedaron bajo el Imperio, y el estatus de Mahón y Gibraltar ni se puso en duda. Además, la promesa del regente de Francia, duque de Orleans, a Felipe V, de mediar ante la Corte Británica para tratar de llegar a un compromiso de restitución de ambos enclaves se había esfumado gracias a la inoportuna y osada actitud del monarca y la Farnesio. ¡No se podía pretender que el Duque de Orleans mediase a favor de las pretensiones de quienes habían intrigado y conspirado en aquella trama burlesca, pero trama al fin y al cabo, para descabalgarlo de la regencia y alcanzar la corona de Francia!
Trescientos años se cumplen del inicio de la aventura reconquistadora de aquel primer Borbón español, aquel loco que de vez en cuando se creía rana y de su ínclita y nunca bien ponderada segunda esposa, Isabel de Farnesio. ¡Y no he visto por ninguna parte el anuncio de la conmemoración de tan brillante efeméride! ¿Por qué no se conmemoran las meteduras de pata y los desatinos, que al fin y al cabo son Historia?
Manuel Alba