Las noticias que recibo, y lo que percibo, me llenan de incertidumbre y me ponen ante la sospecha de un futuro poco aragüeño. El bloqueo de la sociedad española y el imperio del miedo nos llevan a la antesala de un mundo de impredecibles consecuencias y algunas situaciones, algunos matices, me preocupan de manera muy grave, muy seria. Me preocupan los detalles en un contexto en el que parto de una base: aunque pueda tener mi opinión personal sobre si la cuestión de fondo es o no es tan grave como se pregona, aunque tenga mis propias informaciones o mis serias dudas, la toma de medidas generales y vinculantes para toda la ciudadanía me atañen y, por lo tanto, me incumben y las cumplo a rajatabla, y procuraré hacerlas cumplir en mi entorno.
Sin embargo hay contradicciones que me espantan, y que no parecen ser preocupante a la vista de mis compatriotas, como es el comportamiento que impone las ansias, las ambiciones de poder en un Gobierno fragmentado y contra natura en el que no parece que se quiera desaprovechar las facilidades que un estado de alarma pueden otorgar a los excesos de poder. Las posibilidades que la declaración del estado de alarma, al amparo del artículo 4, apartado b de la Ley Orgánica 4/1981 ofrece al Poder Ejecutivo, de limitar los Derechos Fundamentales ciudadanos, desde la libertad de circulación y movimiento a la imposición de prestaciones obligatorias, medidas que afecten al derecho de reunión, al ejercicio del comercio, a la propiedad, etc… pueden dar lugar a abusos en unas circunstancias políticas tan delicadas como las españolas.
Ciertamente es inevitable tomar medidas de excepción ante una epidemia y la salud pública esta antes que todo. Es evidente que no se puede descuidar lo más mínimo la toma de medidas que traten de evitar en lo posible toda vía de expansión de una eventual expansión de un virus que parece tener una capacidad de contagio mayor que cualquier otro de los hasta ahora conocidos, y también es evidente que es muy difícil luchar contra esa tradicional falta de solidaridad que caracteriza a muchos de nuestros paisanos que sin plantearse lo que pueda pasarle a los demás has abandonado los focos de gran riesgo y se han ido de vacaciones a sus segundas residencias de vacaciones, algunos de ellos, personas que pretenden dar ejemplo de integridad y responsabilidad y ética política y ciudadana. Pero me ha sorprendido un hecho, más bien me ha intrigado y me causa ciertas dudas, por no decir que despierta en mí ciertos temores.
Un Consejo de Ministros presencial de toma de decisiones que limitan los Derechos Fundamentales de los españoles consagrados en la Constitución, celebrado en el Palacio de la Moncloa, en el extraño ambiente de esta epidemia, en el que se escenifica una realidad peligrosa: ¡El Gobierno es un fracaso y está roto!. Y al igual que los que han salido de las zonas de mayor virulencia de la epidemia para tomarse unas vacaciones de primavera por mera insolidaridad, una persona que debería estar en cuarentena, por riesgo evidente, dado de su compañera y Ministra de Igualdad, Irene Montero, padece el famoso coronavirus, el Vicepresidente y ambicioso Pablo Iglesias ha roto su imperativa cuarentena para asistir a la reunión gubernamental puesto que su desconfianza, su necesidad de imponer condiciones, sus ansias de desmedido poder absoluto y totalitario no le permiten quedarse en casa sin estar en el centro de decisiones en un momento nuevo, una situación hasta ahora desconocida y tal vez una oportunidad única de aprovechar la ocasión para tomar determinaciones que no tengan muchas posibilidades de vuelta atrás, a pesar de los controles parlamentarios previstos por el ordenamiento jurídico y de las garantías plasmadas en el papel.
En estos días los que están mucho más allá de la altura de las circunstancias, es el conjunto de personal sanitario, de ese personal sanitario excepcional. Los responsables políticos de la sociedad siguen demostrando su poco nivel, y el Gobierno de la Nación, con su Consejo de Ministros sabatino verdaderamente vergonzoso, de ocho horas de duración y con una dilación de tres horas hasta la comparecencia del Presidente. Hemos de percatarnos que los hechos y las ambiciones mandan, y el detalle del estalinista señor Iglesias, que no duda saltarse las reglas sanitarias ante la posibilidad de que su ausencia en el Consejo de Ministros extraordinario pudiera ser utilizada para puentearlo, y se le ha podido en las imágenes sin ni tan siquiera portar una mascarilla protectora, dando una muestra más de su interés por el poder, su desconfianza en el propio pacto de gobierno y su indisimulada intención de imponerse. Es una prueba manifiesta de lo que nos puede suceder, al margen de la epidemia, pero, ¿acaso los que atienden a la etiqueta de “oposición” están a la altura de las circunstancias?. Y por supuesto, los de siempre, los independentistas, aprovechan las circunstancias para seguir con lo suyo y negar que se invadan “sus competencias”, .
Es evidente que este gran desafío pasa por cumplir las reglas, pero también impone el estar vigilantes desde la obligada y necesaria reclusión ante los abusos de poder y las posibles tentativas autocráticas que pueden surgir aprovechando la declaración del estado de alarma, y no se debe bajar la guardia. La situación requiere observar e impedir que a través de las medidas extraordinarias que se precisan cumplir en estos momentos nos imponga esos deseos indisimulados e incontenidos de poder perpetuo anclado en la miseria y la ruina social tal al gusto del populacherismo.
En cualquier país esta situación es una emergencia médica, pero en España hay que sumar a tal hecho la emergencia política al tener al país en manos de un conjunto de personajes de conductas muy poco ejemplares. Y quienes mantenemos una visión crítica observamos cada vez más normal el cinismo teatral con el que el Jefe del Gobierno escenifica sus rendiciones de cuenta y la evasión de las preguntas que le hacen. No reconoce el hecho del enfrentamiento entre las dos partes del Gobierno, eludiendo preguntas directas sobre esa presencia de Iglesias. El Real Decreto declarando el estado de alarma pone al servicio del Gobierno todos los instrumentos públicos y privados y en su lenguaje frailuno y jesuítico, Pedro el Grande se erige en duce, en dictador de toda España, por nuestro bien, para que no nos movamos, y por lo visto hay que confiar en él y en su tropa de Vicepresidentes y Ministros.
Ahora, él, nos ordena y manda y los Ministros de Defensa, Interior, Sanidad y Transporte controlan, con unos socios de Gobierno cabreados y una sociedad anestesiada. Después, pues habrá un después, o tal vez no, pues todo es duda, no se sabe hasta dónde puede llegar esta situación “provisional”, visto lo visto, no debería la sociedad quedar callada, ni respirar tranquila. No debería suspirar, pensar que ya pasó y tratar de empezar a recomponer los desavíos, que no van a ser pocos, porque efectos directos y colaterales va a haber, y muchos, sino que también tendría que despertar y pedir explicaciones, ajustar cuentas y exigir responsabilidades por si se actuó a tiempo o no, por si determinadas situaciones de riesgo se debieron permitir o no, por todo lo que se deba exigir información clara y veraz.
Manuel Alba