He puesto por escrito, reiteradamente, mis opiniones, mis pensamientos y previsiones sobre cuestiones preocupantes, asuntos que me han ido generando inquietud, sobre los que me he hecho una composición de lugar y he especulado con las consecuencias que pudieran acarrear. Muchas veces, demasiadas, recibo llamadas de personas que me preguntan cuáles eran los datos que barajaba cuando en determinado artículo predije que iba a suceder lo que exactamente había sucedido Puede que sea ese sexto sentido que algunos conocen como intuición intelectiva.
Hoy leo en prensa que el Presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña, Carlos Puigdemont, manifiesta que es absolutamente indispensable tener un ejército en Cataluña, se pronuncia por la necesidad de tener una política de defensa moderna, democrática y homologable con las naciones aliadas Y, naturalmente, sa ha quedado tan tranquilo, con la tranquilidad que puede tener quien sabe que España es un país débil, acomplejado y en disolución. He escrito sobre esto últimamente, he puesto sobre la mesa tanto la historia del asunto catalán desde la perspectiva más objetiva como los actuales acontecimientos, he tomado las iniciativas que están al alcance de mi mano, y solo me queda volver a escribir.
Ya señalé que los ataques terroristas de hace unos días serían utilizados para impulsar el proceso de independencia de Cataluña y que los responsables del mismo no tendrían ni la mínima vergüenza ni el mínimo pudor, y así ha sido, ante el mutismo del resto de España, no ya solo de su Gobierno, sino de todas las autoridades a los distintos niveles. También he dejado señalado que la policía autónoma catalana, los Mozos de Escuadra, constituyen hoy un pequeño ejército bien armado y pertrechado desplegado por todo el territorio regional y que ha sido puesto al mando de un consejero de interior y unos jefes absolutamente implicados en el independentismo, y hoy he de decir que ya hace muchos años que se llegó a traspasar todas las líneas rojas en el asunto, hasta tal punto de resultar aburrida, cansina y tediosa toda referencia a la traición catalana para la mayoría de la adormecida población española.
Frente al dontancredismo gubernamental, absolutamente indigno, al temor cobarde de no tener respaldo para seguir gobernando, frente a la complicidad de todos los partidos con los graves acontecimientos de Cataluña, unos por acción y otros por omisión, agazapados a ver que iniciativas toman los demás para tirarse a degüello a la caza de votos, la hoja de ruta de los cabecillas de la sedición sigue cumpliéndose sin la menor alteración.
Hoy vuelvo a escribir, lamentablemente, de Cataluña y de este infame desatino, porque cada día aumenta el nivel de convencimiento de esos dirigentes catalanes de poder lograr su objetivo y cada día aumenta también el convencimiento de los pocos españoles conscientes del drama que se vive de que se saldrán con la suya a pesar de todos los pesares y por encima de toda legalidad.
Hace unos días presenté una denuncia en la Fiscalía contra una señora que acusaba de colaboración con el terrorismo al Jefe del Estado, al Rey. Lo hice aun sabiendo que ha de tener poco recorrido por la indignación que se apoderó de mí cuando habiendo pasado ya tres días de esa acusación, que implicaba en la figura del Rey como cabeza del Estado acusar a todos los españoles , sin que nadie hubiese movido ficha . Es lo único que como español y abogado puedo hacer, y la voy a tratar de seguir aunque me estén lloviendo las amonestaciones de quienes me conocen por aquello de que necesidad puedo tener de meterme en enredos .¡Ese es el problema, esa es la triste realidad!: ¡ mientras en Cataluña se comete esa traición a la Patria y a los españoles, estos piensan que no hay necesidad de meterse en enredos!
Mejor que meterse en enredos es ir de manifestación, con los colegas, ponerse detrás de una pancartita y servir de elemento publicitario, de propaganda para los objetivos de los desalmados independentistas, y llevar al Rey, al Jefe del Estado, poniéndolo a la cabeza del desfile circense, a una payasada orquestada como ha manifestado un barcelonés, catalán, español, : D. Santos Santamaría, padre de un Mozo de Escuadra asesinado por ETA, palabras que suscribo plenamente. La manifestación de Barcelona, como dice el Sr. Santamaría, solo puede hacer sentir estupor y vergüenza a quienes la han entendido en su cruda realidad: Un acto de exaltación independentista, un acto político al que han llevado al Jefe del Estado para exhibirlo como trofeo, con la anuencia del Gobierno de España y de las fuerzas políticas, en las que se vejó a España y se ondearon orgullosas las banderas de la infamia, esas estrelladas que simbolizan la insolidaridad con el resto de España. Y no me valen argumentos estadísticos, esos que dicen que los independentistas son minoría y se van menguando porque de ser así. ¿Dónde está la mayoría? ¿por qué no se lanzan a la calle a protestar?, ¿por qué no se hacen oír?.
No nos engañemos, aun admitiendo que los activistas, los paladines de la traición sean minoría, los otros son culpables, por omisión, por no hacerse oír, por no parar en seco esta locura, están jugando, como se dice allí, a la puta y a la Ramoneta para sumarse, en definitiva, a quien se lleve el gato al agua.
¡Siento vergüenza y dolor por España, y no puedo silenciarlo!. Es mi dolor del calibre de mi impotencia y el entorno me impone la Ley del silencio, ¿para que te metes en líos, Manuel?… Estoy hastiado y me da asco cada vez que un oportunista del parido que sea busca nuevas perífrasis, retruécanos y complejas maneras dialécticas para nadar y guardar la ropa. Yo, que no comulgo con la Monarquía del presente aun siendo visceralmente monárquico, y que no niego los valores defendidos por los republicanos, aunque rechazo rotundamente todo esa exaltación artificiosa a la fracasada II República, víctima de sus propios defensores, no puedo hoy sino recordar que hasta hace unas décadas hubo un elemento común, un concepto indiscutible para todos: franquistas, falangistas, socialistas, comunistas, liberales, ese punto común era España No me imagino ni a Cayetano Bolívar, ni a Lister, ni a Negrín, o a Indalecio Prieto, ni a Largo Caballero, Julián Besteiro, ni a Nin, a Melquiades Alvarez, ni a ningún político de la época dejando resquicio alguno sobre la idea de España, ni a Ortega, Cernuda, Rafael Alberti, Bergamín o Celaya, a María Zambrano o Aleixandre evocar en el exilio una España parcelada.
Negociación, dialogo, concordancia . ¿Qué son esas palabras sino reducción a la nada del sentimiento patrio?… Desde que en el proceso constituyente que siguió a la muerte de Franco se empezó a caminar por la nueva senda con la mochila llena de complejos, desde que se empezó la política del trueque en la que se canjease como cromos prebendas y privilegios por votos para alcanzar mayorías de gobierno, para sacar adelantes presupuestos y leyes, se alentó el despertar del letargo de esa imposible pretensión de ser más que nadie, y he de volverlo a repetir hasta quedarme sin voz: ¡ Unos, capataces de cuadrillas de traidores, han llevado la iniciativa y han ondeado el estandarte, pero los otros, los que se dicen que no comulgan con el separatismo, se callaron desde el minuto cero! ¿Acaso si esa supuesta mayoría de opositores al delirante proceso segregacionista se hubiese hecho oír en su momentos no serían estos días muy distintos?… Callaron, callan y otorgan y en el momento oportuno, hicieron y harán como aquel político de otros tiempos a quien tanto conocí, un hombre cuyo nombre he de silenciar, reconvertido a demócrata de toda la vida, que militó en un partido político hasta su muerte. Era miembro de los órganos rectores por su caché y su prestigio, y nunca perdió en un debate interno, siempre salió victorioso porque cuando había que votar alguna cuestión en un congreso o en cualquier reunión de órgano colegiado directivo de la formación política en cuestión, se ausentaba bajo cualquier pretexto y se quedaba esperando a la puerta de la sala que alguien saliese para preguntarle: ¿Quiénes hemos ganado?.
A estas horas, en Cataluña se aprueban leyes ilegales, se vulneran principios constitucionales, se cachondean vilmente de España, del Jefe del Estado, de las instituciones y de todos y cada uno de los españoles. Mientras que se discute que si churras o merinas, ellos han demostrado que su ejército en miniatura tiene ciertas capacidades operativas, bastantes con su protagonismo en el asunto de los atentados, tratan de sacar una ley de desconexión y ya hasta pretenden tener su propia política de defensa . El Gobierno nacional calla, y parece que otorga, no actúa ¿Miedo a los socialistas del sector de ese tal Pedro Sánchez?, ¿temor a los populacheros chavistas?, ¿división interna?, ¿presiones externas?… Y cuando se echa mano de la Ley, el debate se estanca en la aplicación del artículo 155 de la Constitución aún a sabiendas de que ya es tarde, muy tarde para aplicarlo y que se dejo pasar el momento oportuno.
¿Qué queda? . ¿Qué recurso le queda a España ante esta infamia?… ¿Dialogar?, ¿sobre que y con quién? ¡Nadie quiere coger el toro por los cuernos!…. Yo, voy a decirlo, bajo mi absoluta responsabilidad y sin temor a nada ni a nadie: Hay una Ley Orgánica en vigor, la L.O. 4/81 de 1 de junio del año del frustrado golpe de Estado, y esta Ley desarrolla el artículo 116 de la Constitución, regulando los estados de alarma, de excepción y de sitio. Cualquiera que lea esa norma jurídica constatará que el supuesto de estado de alarma no se da en estos momentos, pero si el de excepción, incluso el de sitio ya que el apartado 1 del artículo 32 de dicha Ley se está produciendo:
Cuando se produzca o amenace producirse una insurrección o acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España, su integridad territorial o el ordenamiento constitucional, que no pueda resolverse por otros medios, el Gobierno, de conformidad con lo dispuesto en el apartado 4 del artículo 116 de la Constitución, podrá proponer al Congreso de los Diputados la declaración de estado de sitio.
Y hay un precepto constitucional, el articulo 8, y una Ley Orgánica, la L.O. 5/05, de 17 de Noviembre, que lo desarrolla. En su virtud, se encomienda la defensa de la integridad territorial y del ordenamiento constitucional de España a las Fuerzas Armadas, eso es lo que lo prescribe ese artículo 8 de la Constitución, y lo reiteran los artículos 2, y 15,1 de la Ley Orgánica de la Defensa Nacional.
¿Acaso lo que ocurre en Cataluña no es una insurrección, una amenaza permanente de insurrección y un ataque continuo a la integridad territorial y al ordenamiento constitucional? ¿Acaso no se cumplen todos los requisitos para acordar las medidas coercitivas legítimas, previstas en la Constitución y desarrolladas por las correspondientes Leyes Orgánicas en vigor. Pero hace falta valor, valor y decencia política, patriotismo y conciencia de Estado, y me temo que en España de eso no queda. De esta Ley y de estas posibilidades nadie habla, a pesar de estar en vigor desde el 6 de junio de 1.981, ¡treinta y seis años!. Leyes hay, medios hay, valor es lo que falta, honor es lo que falta, dignidad es lo que falta.
El tiempo de los pactos, diálogos y chantajes ya paso, lo que hace falta es coherencia, responsabilidad política y, ¿por qué no decirlo?: ¡Cojones!. Quienes eluden hablar de estas palabras mayores no merecen ni dirigir los designios de la Nación española, ni ser representantes de español alguno en las Instituciones públicas, quienes justifican el desprecio a los símbolos e Instituciones de España alegando derechos de libertad de opinión o de expresión merecen ser despreciados, porque tras la figura del Jefe del Estado, sea un Rey, sea un Presidente de República, o la figura que constitucionalmente se encuentre establecida, detrás de una bandera, y de un Ordenamiento Jurídico está la ciudadanía, todos y cada uno de los españoles, a quienes se nos calumnia, se nos insulta y se nos escupe cada vez que se atacan los símbolos del Estado.
¿Hasta cuándo hay que esperar?… ¿Hasta que se consume la traición?
Manuel Alba