Me duele reconocer que lo días del triste presente son el fruto de la coherencia de un programa perfectamente articulado y desarrollado con todo rigor durante décadas con constancia, sin apartarse un ápice del guión, sin desviarse un milímetro de la ruta trazada. Por mucho que duela reconocerlo, el proceso que ha llevado a las duras jornadas que vivimos no representa ninguna novedad, nada que no se viniese anunciando, ningún engaño.
Desde que se inició el proceso constituyente se jugó a la desigualdad, concediendo una representatividad desproporcionada a los nacionalismos, dándoles una ventaja que no se justificaba de modo alguno a partir de ahí todo sería potenciar a unos en perjuicio de otros, tal y como se había venido haciendo desde el final de la Guerra Civil. ¡Cuánto tiene que agradecerle Cataluña al General Franco y a sus gobiernos!, por eso le mostraban aquella inquebrantable adhesión en las calles de Barcelona cada vez que el General se paseaba a pie o en automóvil descubierto, seguro de que allí no corría peligro, ¡cómo iba a correr peligro quien estaba rearmando la economía y la industria catalana!
Durante las últimas décadas se ha ido practicando la desconexión de España, no ha sido cuestión de un remedo de ley, de una chapuza pseudo legislativa. Es algo que empezó a través de la política cultural y educativa autonómica, mediante la formación de las nuevas generaciones de ciudadanos adoctrinándolos en la idea de que Cataluña era una nación habitada por un pueblo de cualidades superiores, más noble y laborioso que el español; que España era una potencia invasora, viciosa y holgazana que explotaba a los sufridos y abnegados catalanes, que les robaba, les ultrajaba y humillaba y que era obligación del catalán probo y honrado liberar a su patria del yugo español. Esa idea, acompañada con una radical política de implantación de la lengua catalana como idioma único, con exclusión del español y la erradicación de los símbolos del estado de la vida cotidiana con la permisividad y tolerancia más que manifiesta de las autoridades nacionales, que han sido en gran medida cómplices por omisión de sus deberes, han ido desconectando por la vía de hecho a Cataluña del resto de España. Cada vez que se ha tolerado el abuso en materia lingüística en cada imposición del catalán en exclusiva con exclusión del idioma común de los españoles como manda la Constitución, tanto en el orden educativo como en el administrativo, se ha estado fomentando la desconexión de hecho, cada vez que se ha quitado una bandera de España, una fotografía del Jefe del Estado, un símbolo de España, y no se ha producido consecuencia alguna, amén de su inmediata reposición, se ha fomentado la desconexión. El que un puñado de fantoches aprueben una no ley, una ridiculez nula de pleno derecho no es más que la guinda que corona un despropósito cuyos culpables por omisión hay que buscarlos fuera de Cataluña, no nos engañemos.
Los independentistas han sido coherentes y no han hecho nada que no hubieran anunciado, y ha habido tiempo para cortarles las alas sin necesidad de llegar a estas alturas en las que se haga lo que se haga el peligro es evidente e inminente: Si en los momentos en los que los apoyos para obtener mayorías de gobierno o sacar adelante proyectos legislativos o presupuestos generales los partidos que gobernaron en minoría no hubiesen comprado los votos nacionalistas con concesiones ventajosas y se hubiese dado prioridad a los intereses generales de la sociedad, de los españoles, en vez de primar los intereses partidistas, se habría puesto coto a estos desmanes ha tiempo ya, pero antes que perder el poder, antes que tener que anticipar unas elecciones, se pactaron concesiones que siempre fueron abriendo un surco de diferencias y privilegios de unos españoles con respecto a otros. Y siempre, cada vez que surgía la amenaza, el chantaje, frente a la opción de hacer cumplir, en todos sus términos, las reglas marcadas por la Constitución se alzaban las voces del coro de grillos machacones llamando a la negociación, al pacto, al diálogo.
Hemos vivido unas décadas insufribles, unos años en los que los españoles hemos sido tratados de modo vejatorio, injusto indigno por unos personajes representantes de un amplio sector de la sociedad catalana que nos han denostado, despreciado, calumniado impunemente. Recuerdo la indignación de mi padre en su último año de vida cuando ante una exhibición de rebuznos de un líder catalán en un noticiario televisado que veíamos en un restaurante, en el cual el personaje en cuestión decía que jamás un español fue solidario con Cataluña. Mi padre, a sus 87 años se puso en pie sobre una silla y recordó a los presentes en aquel comedor como se volcó España entera con ocasión de aquella inundación que en septiembre de 1.962 destruyó todo el cinturón industrial de Barcelona y se cobró más de mil vidas humanas. Hemos ido acostumbrándonos a ser maltratados desde Cataluña sin que nadie haya puesto coto a estos desmanes, hemos asistido a que Cataluña haya asumido competencias del Estado abriendo oficinas en el extranjero funcionando a modo de embajadas, hemos contemplado a las autoridades catalanas viajar a otros países o a las sedes de organismos internacionales para presentar su pretendida independencia en franca actitud de traición al Estado Español al que representan y de cuyo organigrama forman parte, y todo ello ante un mutismo absoluto por parte de las autoridades del Reino de España y los Partidos Políticos, entregados estos al repugnante juego de la caza del voto y la conquista del poder, esto es, del sueldo, las prebendas y la gloria.
¡Se han sorprendido con los hechos de las últimas horas!, ¡Vergonzoso, dicen unos!, ¡Un ataque a la democracia, dicen otros! . ¿Qué se esperaban, pregunto yo?… Un periódico decía que el Código Penal era bastante débil en este tipo de cuestión ¡Claro que si, lo es, por supuesto! Estaba previsto, y ya en el famoso e inútil Código Penal de la Democracia de 1,995, cosido ya a reformas a pesar de tener ese espíritu de permanencia que decía pretender se devaluaron estos delitos, un texto aprobado al final de la V legislatura poco antes de que los nacionalistas de Convergencia y Unión retirasen el apoyo al gobierno socialista de Felipe González.
No ha habido ninguna incoherencia en el proceso independentista catalán, ninguna fisura, y los que han quedado en el camino muy lejos de haber fracasado, para ellos son héroes que han cumplido su misión, no nos vayamos a engañar. Los que hemos pensado que este problema tenía muy mala pinta desde hace mucho tiempo hemos sido reprendidos e ignorados, y la sociedad española todavía no sabe a lo que se ha de enfrentar, porque nadie se lo ha dicho . Para empezar, hay que analizar una evidencia: Se dice que hay una mayoría de catalanes que están en contra de la independencia. Pues bien, ¿Dónde están?. Nadie los ha visto en las calles estos días protestando por lo que está ocurriendo, nadie los ha visto tomar iniciativas ¿Son mudos?¿están secuestrados?, ¿o será más bien que no están sino a la espera de apostar a caballo ganador?. Por otro lado, ya se ha pronunciado por activa y por pasiva, la cuadrilla de truhanes que protagoniza actualmente esta secesión promovida desde hace décadas: Ni las Instituciones, ni las Leyes, ni los Tribunales, ni las Autoridades del Reino de España les vinculan, por lo cual cualquier acto emanado del Estado habrá de ser desobedecido por pura coherencia, esa coherencia que, lamentablemente, han demostrado desde el minuto cero. No les van a importar argumentos alusivos a la ruptura de la sociedad catalana, al bien común, a la oportunidad, porque la radicalización lleva al punto extremista del todo o la nada.
La única manera de reconducir la situación será coercitiva, no solo por la obligatoria aplicación del artículo 116, 4 de la Constitución Española, con la declaración del estado de sitio, por los medios y en los modos que señala el capítulo IV de la Ley Orgánica 4/1.981 que lo regula, con todas sus consecuencias y sus controversias. De esto nadie del Gobierno, ni de la oposición, ni de ningún partido dice ni pío, pero los independentistas si lo han insinuado de modo indirecto y a modo de provocación con una frasecita del ínclito Carlos Puigdemont alusiva de llenar las calles de gente. Este conflicto se pudo resolver hace años, muchos años, pero se dejó crecer, y ahora va a costar mucho esfuerzo. Tampoco se olvide que hay un sector muy radicalizado y violento presto a entrar en acción.
España se ha vuelto un país pacifista, es decir, cobarde hasta los tuétanos, que, además, ha rechazado todo tipo de formación política. Su juventud ignora la historia más reciente del conjunto nacional y desconoce la propia Constitución. El español medio no prevé la posibilidad de que esta cuestión catalana genere un conflicto violento, peligroso, sangriento, y lo ignora hasta el punto que en la calle nadie habla de lo que está sucediendo, no se le da importancia, pero es muy grave el momento. Hoy mismo, antes de sentarme a escribir estas líneas, alguien me decía que exageraba en mis previsiones y que es imposible que ocurra nada. Y quiero yo equivocarme, ¡por supuesto!, pero me temo que la fatal coherencia de quienes emprendieron desde las primeras horas de la Transición el rumbo hacia un objetivo muy claro, muy definido. Cada momento, cada ocasión, cada acto público, cada circunstancia se ha utilizado para un fin práctico, se ha conducido con la mirada fijada en un objetivo. Ahora han llegado a su fin, es más, en el punto en el que están no necesitan ni referéndum puesto que se han auto legitimado por las bravas y con cualquier fórmula que se saquen de la manga se pueden dar por satisfechos, pero ahora empieza el verdadero problema.
¿Qué hará la policía autónoma catalana en función de policía judicial?, ¿obedecerá esta policía autónoma a sus mandos o a las autoridades del Estado?, ¿se dividirá y unos seguirán las ordenes de sus mandos y otros las del Estado Español?. ¿Quién habrá de hacer efectivas las suspensiones de las actividades del Parlamento autonómico y del Gobierno autónomo de Cataluña?, ¿Quién habrá de intervenir en el caso más que probable de que se produzcan desordenes públicos?…. Hay muchas interrogantes en una coyuntura que hasta ahora no se había dado y sobre la cual se debería decir la verdad.
Manuel Alba