Observo, con ojos de cuervo colérico, a la sociedad en donde me ha tocado vivir, y compruebo que estamos invadidos por imágenes, sobre todo vídeos, en las que se muestra a gente, totalmente desconocida, haciendo las cosas más peregrinas que un servidor ni siquiera podría imaginarse. Te pueden enseñar a un adolescente de un lugar impronunciable de Asia, de Rusia o de los Estados Unidos, pegándose un guarrazo contra el suelo mientras intenta saltar con un patinete por los sitios más inverosímiles, o algo similar, que hay muchos ejemplos, cada uno de los cuales intenta superar en idiotez al anterior.
Se supone que esos asuntos que digo, le interesan a mucha gente y entonces le llaman viral. Y eso, por no hablar del colmo de la estupidez humana como son los retos de esos descerebrados que acaban convirtiendo esos actos de imbecilidad en experiencia vital y viral. Gente supuestamente preparada, incluso, que acaba enganchada a una cadena de acciones absurdas que alguien inicia porque no sabe en qué malgastar su tiempo, sin otro estímulo que el de formar parte de un grupo de apocados en serie, que se graban pintando la mona y publican las pruebas de sus carencias seguramente porque están a la sopa boba y pueden ganar algo de dinero, pienso yo.
Hemos cambiado de paradigma con Internet. Llevábamos desde el siglo XVII anclados al pienso, luego existo -Descartes dixit-, y hemos pasado al me conecto, luego soy alguien, qué pena Somos patéticos a tiempo completo, o al menos mientras dura la batería del móvil, que recargamos a menudo no sea que se vaya a quedar en negro nuestra vida en mitad de la jornada.
Qué pena, insisto, que desde que nuestra vida se gestiona digitalmente, todos nuestros gestos, fuera de eso, no valen nada. Ya no se aprecia ceder el paso, ceder el asiento a alguien más cansado o más mayor que nosotros, depositar los papeles o los plásticos en los contenedores correspondientes, corresponder con una sonrisa, dar las gracias, pedirlo por favor, ser puntual todo ha sido absorbido y consumido por la tiranía del internet y porque ahora son acciones sin peso y sin valor porque nunca serán subidas a las redes sociales en busca de una visualización viral, que nunca se produciría porque no hay nada de estúpido o de escabroso en ellas.
Se trata, por desgracia, de convencer a los lerdos de que, si consiguen que se difunda masivamente una de sus tonterías, han triunfado y cogerán, quizá, algo de pasta Qué pena que no haya más voces clamando en el desierto, incluso en internet, para que la inteligencia sea gestionada y utilizada con más provecho para la sociedad.
Antonio Poyatos Galián