Me gusta el no tener que gustar de la manera que quieren los demás. Me gustan que las críticas hacia mí sean insaciables e insultantes, porque eso quiere decir que algo correcto sí que estoy llevando a cabo, ya que, como dijo un filósofo gallego -no recuerdo su nombre- si todos te aplauden, preocúpate, ya que será porque algo estás haciendo mal. Por eso me gusta la ingenuidad de las sonrisas que sostienen condenas e infortunios… y me gusta la lluvia que se precipita, quedamente, en los rostros corroídos por los gusanos de la doble moral en buena parte de las personas que conozco.
Me gusta el maremágnum en donde los corazones palpitan alocada y disparatadamente ante una determinada emoción, donde existe la remota posibilidad de encontrarnos con seres ilusorios, y me gusta cuando, por mucho que observo en mi interior, no logro comprender como pueden seguir desempeñando su función estas viejas arterias y venas, y este cansado corazón que suministran sangre e impulsos a mis emociones y a mis humildes letras juntadas.
Me gusta cuando me dice mi esposa, con voz queda, no desesperes, esperaremos, ya que el viento acabará soplando a nuestro favor… y me gusta aquel pasaje de la vida de Confucio en el que le preguntaban por qué compraba arroz y flores, y él respondía «compro arroz para poder vivir, y compro flores para tener algo por lo que vivir…, y viviendo, la columna de humo se desvanece y vislumbro las marismas de los ensueños míos que aún están por llegar…
Me gusta la mirada sincera y el gesto franco de mis allegados, me gusta el cálido abrazo de mi familia y mis amigos y el apretón de manos entre antiguos enemigos, porque es el significado de la palabra perdón.
Me gusta la pureza de lo que no es enteramente puro, pero que puede serlo, y me gustaría comenzar mi vida de nuevo y cometer los mismos errores, o más si cabe, porque de los errores voy aprendiendo, aún con dolor, pero, en el fondo, soy todas las veces que erré y pedí perdón por ello.
Me gusta -y lo disculpo- que me mal juzguen porque mis prójimos solo ven las apariencias y el envoltorio, porque la gran mayoría de mis conocidos no tiene ni idea de cómo soy o quién soy, y dudo muchas veces, que sepan quienes son ellos mismos… y me gusta, sobre todo, el afecto sincero y auténtico de la gente que no se vale de aspavientos.
Antonio Poyatos Galián