Cuando el filósofo Mani (Manes) fundó, hace como mil ochocientos años, la doctrina maniqueista, aquella que se basa en la existencia de dos principios absolutos y contrarios, es decir, en aquella actitud que mantiene posturas extremas sin puntos intermedios, no sabía él que nuestra sociedad occidental aplicaría su doctrina en el día a día de nuestro actual devenir.
Porque, lo que veo cuando observo mi alrededor, es un falso esquema dualista y polarizador que reduce a simplezas -a simplezas peligrosas-, la complejidad social de la vida real. A un servidor, esa complejidad social es la que le dice que la vida real es incompatible con los extremismos excluyentes. La vida real enseña que no todo es blanco o negro y que las cosas suelen tener más de una interpretación, aun cuando unas interpretaciones sean más acertadas que otras.
El maniqueísmo, en mi humilde opinión, lleva la conducta humana a dos actitudes irreductibles, radicales y permanentes: pacíficos o violentos, buenos o malos, generosos o egoístas, etc., sin dejar margen al justo medio que decía el bueno de Aristóteles, o a los cambios o rectificaciones de comportamientos que se produzcan por cualquier circunstancia.
Nuestra sociedad está maniqueizada según comprobamos día tras día en las conversaciones con nuestros prójimos, o según oímos en noticias, debates, redes sociales, partidos políticos o clubes de futbol toda nuestra sociedad rezuma ese dualismo que digo, sin tener en consideración que cualquier enfoque, positivo o negativo, depende más de la óptica del observador que de la propia realidad observada. Aquí todo quisque tiene una opinión radical e inamovible que no admite otro argumentario que el preconcebido por el sujeto en cuestión y que además no suele ser una opinión de pensamiento propio sino de los eslóganes que repetidamente hasta la saciedad- nos llueven desde todos los medios de comunicación, redes sociales, asociaciones, tertulias, etc.
Yo quiero poner el acento en el anti maniqueísmo con el que pienso e intento actuar, es decir, ver la realidad de la vida con matices, con varias tonalidades en la visión de cualquier hecho y teniendo muy presente lo que predicaba Hegel como método para analizar la realidad: posición inicial o tesis, posición contraria o antítesis y finalmente la conclusión de esa realidad real o síntesis.
Ojalá se enseñara a nuestros imberbes, desde escuelas e institutos, a analizar cualquier realidad alejados de modas, de opiniones ajenas, de eslóganes y de descerebrados que pontifican con el ya conocido parece ser , porque la vida real, a fin de cuentas, no es lo que parece. Y ese es uno de los grandes problemas de esta decadente sociedad occidental.
Antonio Poyatos Galián