Nunca demoro tanto tiempo en dedicar unas líneas de despedida a quien abandona para siempre mi entorno, a quien deja la vida emprendiendo el camino que conduce a otra dimensión, a otro mundo, a otra existencia o allá donde cada cual piense que pueda ser el destino de la esencia inmortal del ser humano, en el caso de que se crea que esta exista Esta vez he tardado muchos días, me he resistido a hacerlo porque una fuerza poderosa, extrema, paralizante, me ha impedido emprender la tarea, algo superior a mi voluntad me ha frenado y ha sido capaz de crear mil razones en mi mente
Esta muerte, a pesar de ser no solo presagiada por ese extraño sentido que poseo que tanto sufrimiento me ha causado a lo largo de mi vida, sino esperada en razón de la evidencia demoledora del dictado de la ciencia, ha sido rechazada, inadmitida, repudiada por quien tiene a la muerte como amiga, por mi, que la conozco por tenerla siempre cerca desde los lejanos días de mi infancia ¡Me ha costado convencerme!
Hay personas con múltiples facetas, hay personas fáciles de conocer o a las que se cree conocer fácilmente, hay personas a las que no se llega a conocer nunca, como puede ser mi caso, y no me duelen prendas confesarlo, tan extremadamente difíciles de interpretar que cualquier opinión o afirmación que sobre ellas se haga no pasa de la mera conjetura.
Hay quienes ocupan en la vida de los demás un lugar esencial, supliendo carencias y completando la propia personalidad, y en mi caso esa persona fue Guillermo, Guillermo Leal, un ser excepcional. Excepcional no en el sentido de las cualidades y valores que sin duda le adornaron: Su generosidad para con los demás, su capacidad para templar y moderar en las situaciones difíciles, su disposición permanente para aglutinar y unir a personas de las más diversas procedencias entorno a objetivos comunes, nadie, salvo algunos desalmados, ingratos y envidiosos que trataron de amargarle sus días postreros, puede poner en duda su bonhomía y su grandeza, y hasta ese puñado de mezquinos ingratos tuvieron la gran suerte de dar con él y con su capacidad de perdonar, de lo que puedo dar cumplida fe.
Cuando hablo de excepcionalidad me refiero a otra cosa, me refiero a lo que Guillermo Leal significó para mí. En un contexto del que es preciso señalar que había relaciones de amistad entre miembros de nuestras familias desde tiempos ya lejanos, él se convirtió en mi gran amigo, en mi hermano mayor, el hermano que no tuve, mi consejero manteníamos un contacto permanente que se materializaba con una charla diaria en su despacho que solo se habría de interrumpir el día que ya no pudo ir más a su trabajo Nuestros caminos han sido muy distintos, y yo, por mis circunstancias, he tendido a aislarme en mi soledad, en un mundo del que intentaba rescatarme y a veces lo conseguía sacándome a ventilarme como decía él. Ciertamente, teníamos muchos amigos comunes pero otras personas de su más estrecho círculo de allegados conocían mi nombre, pero me han visto por primera vez en los días finales de su vida. Para él también fui una especie de hermano pequeño.
Me ayudó mucho frenando mi ímpetu, dándome su opinión, aconsejándome e imponiendo en más de una ocasión su acertado criterio frente a mi actitud obstinada ante alguna cuestión de una manera firme, porque a pesar de su aspecto bondadoso y su talante tolerante, a la hora de echar carácter Guillermo era muy duro y muy firme.
Muchas personas me han preguntado estos días por ese Guillermo que yo conocía, el de nuestras charlas, nuestras confidencias, y poco puedo o poco quiero decir tal vez señalaría que a pesar de jactarse de ser descreído, ateo proclamado, a su modo tenía fe como humanista que era, creía y tenía esperanza en que algo positivo se podía sacar del ser humano a pesar de lo convulso del tiempo presente, creía en la solidaridad partiendo de los pequeños gestos, imperceptibles, discretos, que el practicaba desde su propio trabajo y en los que contaba siempre conmigo, ¡nuestra ONG!. En cierto sentido era un hombre de otros tiempos que se sorprendía de que yo, que había recibido la misma formación que él, al estilo prusiano, fuese capaz de salirme del tiesto cuando me venía en ganas
Me ha costado irme convenciendo de esta muerte, me he rebelado, le he reprochado haberse muerto. A mi edad son muchas las ausencias sentidas, son muchas las muertes vividas, una larga lista que empieza desde los días de la lejana infancia. Esperadas unas, por sorpresa y a traición otras, gente de todas las edades, seres queridos, amigos entrañables. La de aquella mujer, amor casi clandestino, cuya vida se quebró fatalmente impidiendo el reencuentro y cuyo nombre jamás he vuelto a pronunciar fue la primera muerte que se instaló en mi alma para siempre; la segunda es esta, la de mi hermano Guillermo. Las otras son las otras son muertes comunes, como todas Siempre pensé, y así se lo decía, que sería yo quien emprendería antes que él el último viaje y al le tocaría la tarea que tanto le repelía de bregar con el muerto. ¡Se ponía enfermo, furioso!, y yo, erre que erre, le decía que había preparado la lista de las llamadas que tendría que hacer y de cómo repartir mis libros y mis múltiples cachivaches. ¡Cada vez que sacaba este tema me echaba del despacho dando alaridos!…
¡Tal vez debería haber escrito un panegírico más laudatorio y cantar de modo solemne sus grandezas!. También podría haber tirado por el lado jocoso, o por otros caminos de mayor altura, pero mi alma ha escrito a su modo y para su sosiego, cuando el tiempo ya ha calmado su ira contra él, su furia, por haberse muerto. ¡Porque me he estado peleando con Guillermo todos estos días por haberse muerto! A pesar de saberlo de antemano y de haber estado disimulando ante él, haciendo mi papel, me he negado a la evidencia.
Lo que me pasa, sencillamente, es que me resulta bastante difícil de asumir la ausencia de mi amigo, de mi hermano Guillermo Leal.
Manuel Alba