Durante los últimos días, cansado de oír interminables y ridículas discusiones alrededor de los partidos jugados por el Madrid y el Barcelona y sobre lo justo o injusto de determinados triunfos o derrotas, pongo pies en polvorosa para huir del lugar, dado lo insoportable, para mí, que son esas conversaciones de futboleros.
Y no es que el fútbol sea un deporte de estúpidos no, pero sí que pienso que la estupidez se adueña de la mente de demasiados hinchas. Sólo así se puede comprender que haya quien sea capaz de partirse la cara (en sentido figurado y en sentido literal) con otro personaje por el mero hecho de apoyar a un club distinto al de sus amores. Le doy vueltas al asunto y me convenzo de que pocas cosas sirven para explicar tan bien la diferencia entre lo racional y lo pasional, como el fútbol. De hecho, me parece que son demasiados los seguidores de los equipos que cada vez que ven un partido de fútbol, o inician una discusión sobre el tema, se dejan el cerebro en el suelo, y además parecen que son capaces de ocultar bajo el amor a unos colores, cualquier atisbo de inteligencia, por ínfimo que sea.
Porque recordarán que en nombre de la defensa de unos supuestos colores, reivindicando sentimientos localistas, más de un energúmeno es capaz de tirar una bengala a una grada abarrotada de gente, por citar sólo un ejemplo, mientras la justicia mira para otro lado no se sabe por qué motivo, así que el energúmeno, con una camiseta ridícula, se sabe intocable dentro de un ambiente donde los sentimientos irracionales se disparan hasta el infinito, y las desgracias se acrecientan en la misma proporción en la que los seguidores son capaces de celebrar un triunfo.
En este mundo, observo, no hay espacio ni hueco para lo racional. Todo se mide en la dimensión de los sentimientos, y por tanto cualquier intento de los no iniciados, como yo, por entender o comprender lo que sucede en torno a la irracionalidad de los futboleros, es absolutamente imposible.
Todos, creo yo, tenemos unas preferencias, pero a mí no me produce absolutamente ninguna preocupación o enfado que el equipo con el que simpatizo, pierda, mientras que una caterva de visionarios se atribuyen el don de saber las soluciones para que se ganen partidos o los motivos por los que se han perdido…. Y se parten la cara con los que les contradigan. ¡País!
A. Poyatos Galián