Cuando, con ojos de cuervo colérico, miro el mundo actual, veo que lo que se lleva ahora es el ahorro sentimental, la desgana, la desidia en mantener relaciones reales con nuestros congéneres, ya que, aunque poseemos multitud de maneras diferentes de comunicarnos con los demás, jamás hemos estado más incomunicados los unos de los otros.
Los humanos buscamos, porque nos es necesario, el calor de manos, contarnos esas heridas que nos hacen sentirnos vivos, que son necesarias para saber que sí que estamos vivos y para saber lo que sentimos, para contar nuestras causas perdidas y nuestros anhelos sin el miedo al “qué dirán”, sin el temor a que no nos acepten en esta sociedad que se mueve a golpes de “clic” sobre un teléfono u ordenador buscando respuestas y recibiendo mensajes que poco o nada dicen sobre la realidad de cada uno.
Antaño, por ejemplo, se conversaba con desconocidos mientras se tomaba uno un café. Ahora, en los tiempos actuales, es pura utopía de tiempos pasados ya que, ahora, toda la comunicación se hace “virtualmente” y ni siquiera se contesta con escritos más o menos breves, o con simples llamadas: basta unos cuantos emoticonos que poco o nada dicen sobre lo que nos preocupa o lo que nos interesa…
Es el vértigo de levantarse y correr a mirar una pantalla -da igual el tamaño de esta- buscando una respuesta que de sentido al sinsentido de vivir con este letargo de ideas y de ademanes, de insatisfacciones por el hecho de ser como somos y que nuestros “interlocutores” esquivarán, dado el estado general de somnolencia mental y hastío neuronal en que se encuentran.
Es el vacío existencial, amigos, y deberíamos convertir ese pan nuestro de cada día, en esperanzas venideras, con cabezas que se ausenten de las normas inadecuadas que nos han impuesto poco a poco, con solitarios que pasen por el mundo reclamando un gramo más de realidad real, no virtual.
Antonio Poyatos Galián