Como yo lo veo, estamos en una sociedad que podríamos calificar del quita y pon, del reciclaje emocional en donde priman solamente los envoltorios llenos de vacío en su interior y sobre todo priman los “likes”… y poco más, y esa abstracción genera, pienso yo, una falta de interés por el sentido de nuestra vida, que roza la indolencia radical, haciendo que las relaciones con nuestros próximos hayan cambiado totalmente, dado el ensimismamiento de los individuos que la componen.
Pero, además, vivimos con tanta rapidez, que no agradecemos ni valoramos lo que nos envuelve, y esto es, en el fondo, lo que nos crea una pesadumbre subyacente, un aturdimiento emocional, que nos lleva a absurdos como bautizarnos con un “Nick”, relajarnos frente a una pantalla y, en definitiva, seguir hundidos en un severo embobamiento que nos hace tener la mirada perdida durante muchas horas al día, mirando una pantalla mientras caminamos por la calle, tal vez esperando una gran noticia que no atinamos a definir, dando paso a la gran enfermedad de nuestro siglo y de la que nadie quiere hablar: La depresión.
Cuando, en silencio, miro a la gente que pasa a mi alrededor, llama mi atención el observar a muchos jóvenes y no tan jóvenes, que caminan tapando sus oídos con pequeños altavoces que les incomunican con el mundo exterior… Y no es que estén enfadados con el mundo, pienso yo, solo escuchan música o van charlando con alguien mientras van a alguna parte, sin “ver” ni mostrar el más mínimo interés por lo que sucede a su alrededor. Quizá eso resuma lo que quiero decir.
¿Qué estamos haciendo mal? ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Qué está pasando para haber llegado a este extremo de abismo interno? Quizá la respuesta -yo tampoco lo sé-, sea que el ser humano actual está muy bien alimentado de materialismo y no tanto -nada- de sensibilidad y emociones, de valores y preguntas – ¡ay de la filosofía erradicada de las aulas! -, lo que, sin lugar a duda nos ha llevado a una sociedad decadente en extremo, a la par que muy preocupante.
Antonio Poyatos Galián