“Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Como se dice en Norteamérica: ser diferente es indecente. La masa arrolla lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”. Estas palabras no son de hoy, ni mías: están contenidas en uno de los artículos publicados en el diario madrileño “El Sol” entre octubre de 1929 y agosto de 1,930 por D. José Ortega y Gasset y que se recogen en su obra titulada “La Rebelión de las Masas”. ¡Y estas palabras son extremadamente actuales, aunque nadie quiera leerlas, ni lo que es peor, entenderlas!
Releer a Ortega en estos días de reclusión resulta aleccionador y también, en gran medida, y trágicamente, decepcionante, porque nos evidencia que España, hoy, es idéntica y sufre de los mismos males que padeció hace cien años, con la agravante de que esa vulgaridad y la hipertrofia de las formas que desgobiernan la Patria han aumentado inconmensurablemente. ¡Y todavía peor!: el problema inconmensurable de la crisis sanitaria y su tratamiento, radicalizan la situación con unas tentativas, espero que resulten inidóneas, para silenciar aún más la diferencia,, para pretender evidenciar con mayor intensidad esa idea de “ser diferente es indecente”, y opinar de modo distinto y desde la verdadera libertad debe ser censurado.
La comprobación que España está en 2020 más invertebrada aún que en el primer tercio del siglo pasado es terriblemente dolorosa para cualquier persona a la que le asista un mínimo de formación e inquietudes, y solo es necesario constatar textos y hechos a través de la comparación, de la comparación del ayer con el presente. En la España de aquel tiempo había intelectuales, pensadores y su peso se hacía notar. En la actual se potencia el comportamiento torvo y abominable de combatir la disidencia con el uso permanente de la mentira. Y vuelvo a tomar palabras prestadas, esta vez de Thomas B. Macaulay, historiador, pensador y político de la primera mitad del Siglo XIX, quien en su obra titulada “Historia de Inglaterra desde Jacobo II” precisó lo siguiente: “ En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos”. ¡Nunca se dio en España mayor proporción de demagogos!, campan a sus anchas los demagogos, pero lo más triste es que no son nuevas formas de demagogia las que se han implantado sino que es del mismo corte, del mismo estilo que la de hace un siglo, y que la única diferencia estriba en la facilidad de la tecnología, los medios de propaganda y de comunicación de nuestros días la refuerzan, la multiplican, la facilitan.
Una politización plenaria e integral aparente se ha impuesto sobre la sociedad masa, sobre el hombre masa que ha calado hasta el punto de resucitar lo que está muerto, muerto y corroído por los gusanos de la evidencia histórica… ¡Un siglo el presente en el que a partir de la demagogia, la mentira y unos modos inquisitoriales renacidos se ha retomado algo que ya quisieron superar en el pasado! Y vuelvo a Ortega para expresar mi plena identificación con su pensamiento, siguiendo con sus meditaciones, esta vez las expresadas en su “Prólogo para franceses” de la obra ya precitada: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de hemiplejia moral”. Si, se ha resucitado ese ser de uno u otro lado, en contraposición siempre del uno con el otro y en beneficio de los demagogos que se han vuelto a apropiar de la masa, aunque también el concepto de masa precisa ser reconducido a un sentimiento que ha de operar en la psique humana cual es el de pertenencia. Se pertenece a la masa cuando no se plantea el sujeto la menor necesidad de alcanzar un nivel de excelencia, cuando asume que lo más conveniente, normalmente por un torpe egoísmo materialista y cortoplacista, es no caer en indecencia de la diferencia y se siente acomodado en el montón, no se valora sino equipolente a todo los demás, indiferenciados.
No es de extrañar que ocurra lo que sucede en el presente y que el triunfo de unos mediocres arreadores de rebaños, pues no puedo llamarles líderes, y las consecuencias de sus acciones, lleven al borde del abismo, nuevamente, a esta Nación. Ellos se creen postremos de otros que usaron la misma demagogia, idéntica, pero que carecieron de los medios que nuestros días facilitan, repitiendo los mismos arquetipos, a veces hasta imitando el carácter y el genio atrabiliario de aquellos de otras épocas. Como en el teatro, se han convertido en actores frente al público. El público es la masa, que, como en el teatro, asiste pasiva a lo que ocurre en escena. Y en el escenario, los otros, los actores, también como en el teatro, realizan la labor activa de interpretar uno papeles, unos personajes que han de ser creídos por los que se sitúan en las butacas y palcos. Naturalmente, como en el teatro, los actores no son los personajes ni la obra que interpretan se corresponde con la realidad, aunque los actores, los demagogos, gracias a la manipulación de la opinión pública, ya no son como los de antes… ¡ya no tienen que azacanearse con esmero en la interpretación!. Los medios técnicos permiten incluso tapar cualquier comportamiento al desgaire y, por otra parte, el público, la masa pasiva, es más acomodaticia cada día. ¡Lo vemos en la cotidianeidad de las propias horas de forzosa reclusión, cuando cuentan verdades a medias, mentiras completas, en esas comparecencias en las que cada cual, con su particular locuela, dice imperturbable su repertorio de burdas falsedades, ocultando la realidad de una situación, engañando sobre las vidas que se pierden, o sobre las gentes que enferman, y no hablemos ya sobre el planteamiento de soluciones….! Y si se da el caso de que alguien salgo respondón del patio de butacas, el demagogo desvergonzado sacará ese carácter atrabiliario imitado de sus ancestros en el papel e intimidará al díscolo espectador calificándolo de derrotista, asocial y propalador de bulos e insidias contra quienes todo lo hacen por el bienestar y para el agrado del público!.
¡No se permite deliquio por quienes tienen, gracias al público, a la masa, la gleba sembrada! Ni tampoco se permite mirar al futuro, pues es lo suyo, lo impuesto, regodearse en el pasado, revolcarse una y otra vez en el lodazal de ayeres resucitados que la sociedad tiene que endurar, pero por su propia acción u omisión. Es el comportamiento ignavo del público, de la masa, el que ha permitido llegar al aquí y ahora y ni siquiera una dolorosa realidad como la presente parece que pueda hacer de reactivo…
Yo hoy lo veo todo desde mi mismidad, ajeno pero sin incurrir en la incuria que observo es los que no son, ni nunca serán, por imperativo natural iguales a mí… ¡Como mucho semejantes!. Ni temo los radicalismos, ni las consecuencias de vivir en una España al estricote… Observo, sencillamente observo, tomo mis notas y escribo, perdida la pretensión de que se me lea, y mucho menos que se me entienda.
Cuando hasta la evidencia, que resultaba ser aquello que no precisaba ni tan siquiera ser demostrado, cae en quiebra de modo tan manifiesto y de la mano de semejantes insolentes, y nadie la reivindica, están demás muchas actitudes, sobra hacer comentarios o exponer compromisos con quienes ni saben, ni quieren saber, ni entienden, ni quieren comprender más allá de lo que le dan en el escenario.
Me preocupan los acontecimientos, ¡por supuesto!, pero no estoy en situación, por heterodoxo, de poder hacer más de lo que hago… ¡Y esperar, porque es urgente esperar!. Hay que esperar a que caiga el telón, o a que se caiga el teatro…
Manuel Alba
15 de abril de 2020