RICARDO ARRANZ DE MIGUEL
Hace unos días, un programa de televisión informaba de la reapertura de los campos de golf en aquellas provincias que han entrado en fase 1. He de confesar que sentí una escondida envidia. Sus responsables preparaban las instalaciones con renovada ilusión a fin de abrir las puertas a los aficionados a este apasionante deporte. Con su puesta a punto no solo se cumplía el deseo de los deportistas. La reapertura suponía algo más importante: La reactivación económica de una parte esencial de nuestro estratégico sector turístico. En cambio, la reapertura no ha sido posible aún en la Costa del Sol, el territorio más importante de España en número y variedad de campos de golf. Y esta es una mala noticia.
No conozco a nadie que anteponga la salud a la economía. España ha dado estos dos meses un ejemplo de generosidad y grandeza que ni los más optimistas imaginábamos. Pero esa solidaridad que nos ha hecho fuertes no puede obviar el incierto panorama al que nos enfrentamos cuando la crisis sanitaria remita y debamos hacer frente a un país lastimado en la riqueza y el empleo. Por eso no entiendo cómo Málaga o amplias zonas de su provincia como Marbella, Benahavís y Estepona, aquello que llevo años denominando Triángulo de Oro y cuya prevalencia por contagio está por debajo de otras zonas, no han entrado en un escenario que habría permitido iniciar la reactivación económica.
Cualquier área turística de España está en su derecho de solicitar medidas tendentes a la desescalada. Pero Málaga no es solo un territorio que tiene en el turismo uno de sus argumentos económicos más sólidos. Málaga es un laboratorio de ensayo no solo para España y Europa sino para el mundo entero. Los planes turísticos puestos en marcha en esta provincia han iluminado en las últimas décadas el diseño y las estrategias de otras zonas internacionales que han encontrado en el turismo una importante fuente de ingresos y recursos laborales.
Málaga no puede permanecer cerrada por más tiempo. Nos estamos jugando demasiado. No podemos —ni debemos— posponer por más tiempo la desescalada. Nuestros campos de golf también deben abrir sus puertas.
En estos últimos días, además, estamos asistiendo a mensajes contradictorios que deberían hacernos reflexionar. La Comisión Europea ha dicho que el turismo no puede demorar más su actividad. Esta misma Europa a la que recurrimos en busca de fondos que nos permitan garantizar el estado del bienestar es la misma que nos ha pedido que volvamos a reactivar nuestro estratégico sector turístico. Me pregunto, por ejemplo, cuánto tiempo podremos mantener vigente la cuarentena que obliga a un turista procedente del extranjero a permanecer quince días recluido hasta saber que no es portador de enfermedad alguna. ¿Con medidas de esta naturaleza no estamos lanzando un mensaje negativo? ¿No estamos disuadiendo a nuestros tradicionales clientes a que den la espalda a España este próximo verano? ¿No estamos dando aliento a países competidores del Mediterráneo que a buen seguro mostrarán menos reparos que nosotros?
El empresario no es un político ni un científico. Y en ningún momento trata de eclipsar sus argumentos y decisiones. ¡Solo faltaría! Un empresario es un generador de la riqueza que hace próspero un país, y ansía seguridad, certeza y serenidad. Y para que estas tres palabras cobren todo su sentido es necesario escuchar los avisos de aquellos que pedimos una improrrogable reactivación. No podemos, de ningún modo, provocar con nuestra inacción otra pandemia, esta vez de carácter económico.
Ricardo Arranz de Miguel.
Presidente de la Federación Andaluza de Urbanizadores y Turismo Residencial