¡No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, ya la frente, me representes o silencio o miedo!…. Uso prestadas estas palabras de Francisco de Quevedo a la hora de escribir aunque sepa que no han de llegar muy lejos mis opiniones. En estas jornadas son dolorosas, aunque muchos, demasiados, quieran pasar por alto las circunstancias en las que se vivimos y permanezcan con los cinco sentidos pendientes de las cortinas de humo.
Todos los días asistimos a un nuevo escándalo, a una nueva circunstancia que hace estremecer los cimientos de la Nación. Todos los días tomamos conocimiento de hechos bochornosos y delictivos que ya ni se cubren, ni se tapan por vergüenza, sino cuya ejecución enorgullece, envalentonan a quienes los cometen.
Algunas veces he escrito sobre mi sentimiento de pesar, pena y congoja por la inmoralidad y la falta de respeto que ya no solo se tiene hacia los ciudadanos, y la falta de decencia de los gobernantes españoles, anclados en la mentira, el infundio, el insulto y el despotismo. ¡Sí, estamos gobernados por déspotas!, pero los déspotas son justificados por demasiada gente, cegados por palabras absolutamente vacías en boca de quienes dirigen el destino de España tales como “progreso”, “progresista”, “consenso”, “legitimación” y unas cuantas más que todos escuchamos día a día. Cotidianamente se demuestra que el Congreso y el Senado no valen y que el poder Ejecutivo extiende su tiranía con la mayor desfachatez y el total cinismo.
Hoy tuve un enfrentamiento telefónico que no quiero dejar de narrar porque resulta extraordinariamente significativo y expresa un estado de cosas… Sencillamente surgió, como no podía ser de otra manera, el escandalo cotidiano con la publicación de un oficio de la Dirección General de la Guardia Civil. Mi interlocutor me pidió opinión y, por supuesto, opiné aun siendo consciente de la reacción de la otra persona, defensora a ultranza de todo acto de la coalición frentepopulista gobernante y justificadora permanente de los mismos y de sus consecuencias tergiversadas, y, naturalmente, surgió el conflicto… Y es que la moral utilitarista se ha afincado en la sociedad de la mano de un sentimiento de división, de venganza, incluso de oportunismo en un sector social que debería ser, por su formación y su supuesto nivel por encima de la mediocridad. La moral utilitarista propia del marxismo más recalcitrante, decadente y anticuado también regía los pensamientos de mi interlocutor, de mi oficio, por cierto
Es útil la gobernación de España a base de mentiras y presiones, de dictadura pseudoparlamentaria, para instar la casta de los más ambiciosos y sedientos de poder, de los que en su inferioridad en todos los aspectos solo sienten ansias de mandar a toda costa, de oprimir a la sociedad y de implantar un sistema que les permita, de algún modo, extender su mandato hasta el día de su muerte. Y en esa moral utilitarista se extiende, por supuesto, al caso del día y la defensa de numantina del Ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, defensa que pasa por la descalificación, la ofensa, el desprecio y la satanización de cualquier opinión en contra.
¿Se puede mantener el Ministro del Interior en su puesto?… Eticamente es imposible, pero para la moral al uso de la izquierda radicalizada y de los que esperan, como el caso de mi interlocutor, alcanzar algún tipo de prebenda o regalo del poder, Grande Marlaska es el paradigma de la corrección y el buen hacer. Su actuación está justificada, y su radicalismo de izquierdas es una muestra de coherencia para todo el coro de grillos que aplauden como posesos todos los desatinos. Grande Marlaska es un converso que me recuerda al franciscano Alonso de Espina, confesor de Enrique IV de Castilla, o el inefable Torquemada, conversos que, como tales y con el interés propio de quien quiere hacer esa conversión como indiscutible y absoluta, pusieron su empeño en perseguir y masacrar a los judíos, y a los conversos como ellos a través de la Inquisición. Marlaska, que ya no es grande, es un converso que babeó en torno a la derecha, cuando esta gobernaba, pidiendo un cargo político, un Ministerio, una secretaría de Estado o la misma Fiscalía General, que fue vocal del Consejo General del Poder Judicial por designación del Partido Popular en 2.013, después de haber intentado en 2006 ser designado como independiente, que fue presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional en 2012, que no fue, precisamente, un juez progresista, y que si destacó en la persecución del terrorismo etarra, también lo hizo con el archivo de causas como la de “Air Madrid” o la del célebre “YAK- 42”, aunque en ese caso le enmendaran la plana por vía de recurso.
Marlaska, que no grande, aquel hijo de un policía municipal de Bilbao que navegó siempre en el entorno de las tendencias conservadoras y con un aire de modernidad es un converso, y me remito a la entrevista que apareció en XLSemanal el 7 de septiembre de 2.016, realizada por la periodista Virginia Drake y que se puede consultar en internet, y a la cual me remito. Indiscutiblemente la toga se le quedaba pequeña y si en el entorno del Partido popular su ambición de poder se veía frustrada, pensó que era hora de probar con los de enfrente… ¡Y lo hizo!. Se reconvirtió en un izquierdista sin militancia pero adorador del radicalismo, y logró su sueño de mandar de forma distinta y al servicio del frentepopulismo.
Marlaska llegó a su soñado Ministerio sin importarle tener que sentarse al lado de una señora, hoy Fiscal General del Estado, que le había insultado y despreciado según se conoció por las grabaciones del ínclito comisario Villarejo y que sería, como Ministra de Justicia, compañera de equipo. Marlaska empezó a ejercer el ordeno y mando y a actuar como la voz de su amo, el nunca bien ponderado Pedro Sánchez, y a actuar como buen converso, exagerando sus modos y actitudes y probando que su conversión y la fidelidad a sus nuevas ideas era firme, indiscutible y sin ninguna posibilidad de marcha atrás machacando herejes y pisoteando no solo los principios sino prestándose a caer en presuntas responsabilidades penales secundando mandatos de sus amos, Sánchez e Iglesias, o tomando iniciativas propias para que su nueva familia no dude nunca que es más de izquierdas, más “progresista” en el mal sentido de la palabra, más radical que nadie. Machaca a la Guardia Civil que tan bien le sirvió a la hora del cumplimiento de su labor como juez, como no podía ser de otra manera, y machaca a la judicatura, causando asombro y espanto con actitudes contrarias a la independencia del Poder Judicial, a sabiendas de que lo que se puede hacer y lo que no está permitido. ¡Le da igual, porque a Marlaska, el pequeño que no grande, lo que le importa es ser Ministro!.
El que ordenó el ingreso en prisión de Arnaldo Otegui no siente hoy el menor prurito de pertenecer a la tropa que pacta con él, y quien tenía muy clara la unidad de España tampoco desaprueba las conjuras catalanas, porque gracias a los independentistas es Ministro. ¡Que orgullo más discutible!. Sin embargo la gente como mi interlocutor de hoy defienden su valentía y su bien hacer en ese servicio que no es a España, ni a los españoles, sino a sus amos Sánchez e Iglesias y todo lo que estos representan, y hasta ven con satisfacción y buenos ojos sus métodos, sus formas que para un viejo abogado como yo tienen mucha apariencia de ser presuntamente delictivas en algunos extremos.
El pequeño Marlaska actúa dentro de un conjunto de personajes que pretenden hacer de España un lugar invivible, como lo fuera mi Sevilla natal a finales del siglo XV, cuando la Inquisición hizo irrespirable su atmósfera a base de persecuciones a judíos y conversos. Pero mi interlocutor, aspirante en la Villa y Corte a un puestecillo de cualquier cosa en el entorno del poder, a pesar de que la edad ya no le acompaña, abogado de cierto prestigio, que siempre fue socialista, defiende que estos son los modos y maneras, reniega a la vejez de personas como Felipe González, Alfonso Guerra o Tierno Galván y se entrega a la defensa de mequetrefes y mal paridos, se exalta en su delirio perdiendo la cabeza por estos gobernantes y llega al insulto y a la ofensa personal cuando se le opina que estamos viviendo purgas como las nazis o las estalinistas. Recurre al manido uso de los mantras gubernamentales y me acusa de atacar al titular de Interior porque soy homófobo, como si yo hubiera manifestado desdén o reproche, burla o desprecio contra la persona del Ministro por ser homosexual. ¡Hasta en esas cuestiones demuestran muchos “progresistas” su complejo de ñoños y caducos!
Mi interlocutor es uno de esos colegas que alardean de tener amistad con los jueces, incluso me atrevo a decir que ese alarde ha llegado a más y han utilizado sus presuntas proximidades, que pondré siempre en duda, públicamente y con afanes lucrativos para engrosar sus clientelas, porque en mi oficio habría que pasar paño y gel hidroalcohólico por bien de todos. Yo nunca he sido amigo de los jueces, pero tengo amigas y amigos que son jueces, y esta es una distinción fundamental para mantener esa amistad, porque respeto a mis amigos que son jueces pero no son mis amigos por ser jueces y mi lealtad y compromiso de amistad me impone como regla, máxime desde mi profesión, respetar sus personas y su función. Y sentado este matiz, he de decir que cuando repaso a los jueces que en mi vida profesional he tratado, por sus talantes y su formas, dentro del estricto cumplimiento de sus funciones, fui separando dos categorías: La de los jueces de verdad, por vocación, y los que fueron, y son, jueces porque al final de sus estudios optaron por opositar a un trabajo seguro y con caché. Supe distinguirlos. Los primeros son aquellos que optaron por seguir su vocación y cuyas vidas se han justificado, y se justifican en razón del cumplimiento de un deber con la Justicia porque tuvieron claro que querían ser jueces, y han ido cumpliendo en sus destinos y promocionándose en el escalafón a bases de años con la toga a cuestas. He podido pensar de ellos que su manera de ejercer ese duro oficio era acertada o no lo era, he podido tener con ellos mayor o menor empatía, pero he visto en ellos vocación y entrega, y nunca me ha fallado mi intuición. Los otros llegaron a su primer destino con los ojos puestos en otras ambiciones, y también lo supe desde mi primer encuentro con ellos. ¡Algunos ya prometían desde nuestros tiempos universitarios, y recuerdo uno muy concreto!
A estos, en los que por encima de todo y aún a pesar de que pudo haber motivación profesional en su momento de acceder a la judicatura en bastantes de ellos, les ha pesado la toga, y su horizonte estaba obnubilado por la ambición, por alcanzar fama, gloria e incluso posiciones económicas más elevadas que las que permite el sueldo. Llegaron en su oficio al nivel suficiente desde donde saltar y satisfacer sus ansias y se reconvirtieron en otras cosas, y de entre ellas la más ambicionada era ser políticos. El anonimato, relativizado hoy por la invasión mediática, no iba con ellos. Seducidos por los focos, el poder, la notoriedad, se desprendieron de lo que hasta ese momento había sido un instrumento, un medio para alcanzar otras metas, y ahí están, y estuvieron.
Marlaska es uno de estos, indiscutiblemente, aunque éste pasará a la historia como un borrón de tinta oscuro e impertinente en un texto impoluto. Jueces políticos los ha habido y los hay de todos los partidos y para mí es terriblemente pernicioso, es un grave peligro para la visión de la independencia del Poder Judicial no solo para los ciudadanos sino para los profesionales que pretenden ser dignos, porque ese tiempo dedicado a la política, ese abandono de la toga, no les impide volver a tomarla cuando dejan la vida política, y el tiempo de dedicación a sus ambiciones cuenta como antigüedad en el escalafón. El político juez vuelve a los Tribunales y ocupa la plaza que le corresponde, pero la sociedad no puede, ni debe, pensar que es independiente porque las ideas defendidas en su cargo le han marcado. Marlaska el pequeño puede volver a ejercer como juez si deja de ser Ministro, a pesar de la manera que se está significando, salvo que contra él hubiese sentencia condenatoria por presuntas conductas delictivas y a pesar de los pesares, por no estar previsto legalmente de otra manera, ocuparía su plaza. ¿Quién creería en su ecuanimidad, independencia e imparcialidad?. ¡Yo no, desde luego!
Pero ahí está. ¡No dimite, por supuesto! Tampoco va a ser cesado porque Sánchez e Iglesias están a gusto con él, puesto que un converso es así, fiel a su nueva y pretendida fe hasta ser más papista que el propio Papa… ¡El futuro dirá en esta España sanchista! ¡No se confunda nadie, sanchista de Pedro Sánchez, no de Sancho Panza, que hubiera sido mucho mejor gobernante!
Manuel Alba
3 de junio de 2020