Siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, amigos. Predicen, por doquier, que tal día a tal hora se va el mundo al garete y todo se terminó… fin del mundo, punto final. Y últimamente, con motivo de la pandemia, encontramos por todas partes, personas que nos pronostican un futuro tan árido como apocalíptico, como el fin de los tiempos, o, más bien, como el fin de sus males.
Yo no sé si el próximo año, o al otro, nos alcanzará un meteorito o la pandemia arrasará con gran parte de la población… lo que sí creo, de verdad, es que el mundo está lleno de ratas y narcóticos genéricos, y que se está forjando un cambio radical que transformará totalmente nuestros hábitos y nuestra forma de vida. La desilusión reina actualmente por motivos sobradamente espinosos y oscuros que quizá solo intuimos, y por los nefastos políticos, a todos los niveles y de todas las ideologías, que nos imponen sus leyes arbitrarias e injustas… y estamos viendo, como grupos de personas de diferentes países, -incluido el nuestro-, saturados por las injusticias y el mal vivir, esclavos de los déspotas y asfixiados por los impuestos y por las tiranías, salen a la calle con entusiasmo sedicioso, para exclamar que una sociedad más equilibrada -más “clase media”- es posible si en el impulso común -todos juntos- nos dejamos, un poco de piel en ello.
Esto, pienso yo, es un claro síntoma de ilusión purgante, y también lo es observar que, a causa de las calamidades de todo tipo que nos están sobreviniendo, estamos cayendo en la cuenta de que este planeta en el que nos hallamos ha de ser cuidado con más esmero, por nuestro propio bien y por el de las futuras generaciones, aunque aún parece que no nos damos cuenta de que, sin valores, sin respeto a los credos de los demás, sin esfuerzo y sin responsabilidades, este planeta no tiene ningún futuro. Todo lo que nos está pasando, como digo, nos hacen pensar, al menos a mí, que a pesar del déficit de líderes mundiales que piloten el planeta, no todo estaría perdido si recuperáramos los valores que nunca debimos perder, y estoy convencido, en definitiva, de que más fácil que andar temblando a causa de un hipotético cataclismo final por andar cada uno por su cuenta, es intentar ir juntos, y asentar una parte de nuestros actos en la empatía, en la benevolencia, en valores… en carga de humanidad, para que una amplia mayoría de las personas que ocupamos el planeta tomemos conciencia de la situación en la que vivimos y en lo que está por venir, y luchemos juntos, con ilusión, para mejorarla.
Antonio Poyatos Galián.