¡No es normal lo que está ocurriendo!, me dicen y desde mi mentalidad y mis principios respondo, ante el asombro de quienes reciben mi respuesta, que todo es normalísimo. Todo lo que ocurre, en todos, los aspectos es normal y consecuente salvo para quienes se acogen a las reglas de juego y a la unicidad homogénea del pensamiento contemporáneo, que es, salvo muy raras excepciones, la mayoría de la humanidad. Pero quien parte, como yo, de que la mayoría no es más de pura cantidad y que no hace norma, salvo en los aspectos más inferiores de la vida, hoy elevados a valores supremos.
Los fenómenos climáticos, por ejemplo, los cambios y situaciones que causan inundaciones, fríos intensos, o sequías, todo eso que desde el dogmatismo de eso que para mí no es sino la secta ecologista se achaca al hombre y a su actuación en la tierra, culpabilizando a la humanidad de todo ese variar del clima, pidiendo medidas y acciones que la sociedad adopta en contradicción con otros dogmas laicos tales como el del progreso, es Estado del Bienestar y demás monsergas, son absolutamente normales y propios de algo que el género humano pretende tener bajo su control y dominio. Nadie, sobre todo desde la religión ecologista, quiere recordar otros tiempos, relativamente recientes, como la llamada “Pequeña Edad del Hielo” que siguió a un tiempo caluroso en extremo que se vivió, según las crónicas, en la Edad Media. Esta Edad del Hielo que se dio entre los siglos XIV y XIX, si bien se agudizó a partir del XVI, y que nadie discute, salvo los que pretenden ignorarla en el presente , con fechas de mínimos registradas en 1.650, 1.770 y 1.850 y en la que nevó donde nunca antes se conoció la nieve, donde desde América del Sur a China se sufrió la bajada de temperatura, tras un periodo, conocido como “Optimo Climático Medieval” , que se dio entre los siglos X y XIV y que según se deduce de lo que el empirismo científico dice demostrar con pruebas en bloques de hielo, estudio de los anillos de crecimiento de los árboles, sedimentos en lagos y otros métodos más, implicó unas temperaturas de solo 0,03 grados menos que las registradas a mediados del S.XX. Todas estas circunstancias, de enfriamiento y calentamiento, que se pueden comprobar estudiando con seriedad ese ayer aún no excesivamente lejano, se produjeron en un mundo que no estaba ni superpoblado ni altamente industrializado, en el que no había ni aviones, ni automóviles, ni centrales térmicas, y en el que la actividad más productora de emisiones contaminantes que se podían dar era la del carbón quemado en la fragua del herrero y la del ganado vacuno, se deben conocer para enfrentar el concepto de humano culpable de todo lo que se le pueda culpar y arrasador del planeta con un concepto de humano que está en este planeta para hacer lo que tiene que hacer. ¡Todo es normal en cuanto al llamado cambio climático, todo es normal, sean lluvias torrenciales, bajadas de temperatura, etc… y no por culpa del hombre, que repito, está para lo que está!
La anormalidad que las gentes de hoy ve en estas situaciones que no se han producido desde hace seis o siete generaciones, pongamos por ejemplo, viene de ese pensamiento, de esa idea totalmente errática y a la que me opondré permanentemente de que el humano es el centro, el eje del Universo, y que toda existencia es exclusivamente la que alcanzan sus cinco sentidos, y todo el saber se deriva de esas percepciones sensitivas. Los cambios climáticos, calentamiento y enfriamiento del planeta de esa etapa que transcurre entre el s. X y la mitad del XIX no fueron únicos… El tiempos de la expansión de Roma, y en concreto entre los años 100 a. C. y 200 d. C. hubo otro “Optimo Climático”, y también se sabe que las temperaturas en torno al s. I eran superiores a las actuales. ¿Qué pasa entonces, donde está la anormalidad?. Pues sencillamente lo que ocurre es que el humano de hoy, confiado en su progresismo y en su desarrollismo, se niega a reconocer, por un lado, que el Cosmos no gira alrededor de él, y por otro que no ha alcanzado, ni lo logrará nunca, el dominio de la Naturaleza, una naturaleza de la cual habla y pontifica como si fuese otra cosa, quiero decir, con un sentido de no pertenencia: el hombre, dios frustrado, parece que considera que está fuera de la Naturaleza, de tal modo que esta está a su servicio y supeditada a su dominio, cuando la realidad es bastante distinta.
El hombre es parte de la Naturaleza, y dentro de ella juega un papel para el que ha sido dotado. Y si avanzamos más, esa Naturaleza comprende mucho más que lo perceptible por los sentidos y, como el Universo del que forma parte, contiene lo manifestado y lo no manifestado, y, por supuesto, ello implica lo que algunos denominan suprahumano y otros extrahumano. Esa Naturaleza se expresa mediante fenómenos que no siguen, necesariamente, las reglas que los humanos le quieren aplicar según una lógica que deriva de sus percepciones sensitivas, esa Naturaleza no se deja dominar porque tiene sus propias Leyes, a las que la mente humana trata de aproximarse, a veces acercándose mucho, pero nunca lo suficiente.
No es normal para el hombre moderno que se produzca un cambio climático, y si se da hay que buscar una razón “humana”, pues lo que no surge de la razón interpretadora de las percepciones sensoriales no puede existir… Así que adjudiquemos al propio mundo moderno del que participamos todos, hasta los que no quisiéramos, en el que vivimos, en el que se adora el bienestar, el supraconsumismo, la acumulación, la igualdad impuesta, incluso la idiocia de la creencia de la propia autogobernabilidad de los gobernados, la causa del mal: Todos estos fenómenos de nuestros días no son normales, y no lo son porque el humano los causa, diga lo que diga la historia sobre lo que pasó en otros tiempos. ¡Y la Naturaleza está dominada, solo necesita que la salven!.
¡Pobre humano infelizmente feliz!, ¡se lo cree todo, menos que se ha deshumanizado y por eso la soberbia lo ha ido anulando! ¡Qué fácil resulta tachar de anormal a quien todo lo ve normal sin pararse a pensar!. Tal vez sea porque pensar es también una facultad que el hombre masa delegó en sus pseudorepresentantes dirigentes.
Pero la cuestión debería ser evidente para las mentes que aún funcionan: Los cataclismos, los fenómenos volcánicos, los movimientos de las capas de la corteza terrestre, el cambio de polaridad del planeta, las variaciones de las radiaciones solares, y miles de cosas de ese cariz, se estudian, se tratan de conocer y sobretodo se trata de prever sus consecuencias … Pero ni la más alta tecnología puede precisar cómo se comporta esa Naturaleza. ¡Puede detectar aproximativamente algún fenómeno a acontecer y detecta, indiscutiblemente, lo que acontece sin que haya sido previsto!. Y yo sigo viéndolo todo normal porque me siento humano, en pleno sentido, esto es, perteneciente a uno de los innumerables contenidos de esa Naturaleza: el género humano, facultado para hacer lo que otros elementos, sean cuales sean, no pueden hacer, capacitado para transformar el planeta por esas facultades frente a otros seres que no alcanzan esas posibilidades, al menos de entre los manifestados y perceptibles por los sentidos, y tan dotado de capacidades me siento como también sometido a límites. El hombre de la modernidad abomina la idea de tener límites pero no ha podido evitar ser sujeto de los mismos, por ejemplo, su muerte, su vulnerabilidad física frente a sucesos accidentales, no previstos. El hombre moderno quiere, aunque no puede, dejar a un lado el ser para que todo se torne devenir, no quiere lo que es sino lo que el prevé y quiere que sea, del modo y cuando él lo prevea, y así no funciona el asunto. No le es normal aquello que, por lo tanto, no sucede tal y como su razón y su ciencia empírica le dicta que debe ser en un agotador estado de inquietud y cambio, no puede creer en lo estable y no se convence que la Naturaleza es otra cosa, y que todo lo que de ella resulta tiene sus normas incontrolables, su normalidad. ¡Todo es normal para mí porque entra en la normalidad natural, ajena a cualquier criterio racionalista y empírico, y seguirá siendo normal aunque no existamos los humanos…seguirá su curso!
¿Por qué razón el hombre de la modernidad se siente tan imprescindible y, a su vez, tiene tanto miedo como para rechazar la irrefutable realidad de lo poco que es capaz de controlar?
Manuel Alba
10 de enero de 2021