No es un afán desbocado lo que me impone aclarar acontecimientos que no se suelen encontrar en los libros divulgativos y sobre los cuales incluso se trata de pasar de largo por muchos historiadores. Y hoy me toca hacer una aclaración a tenor de la conquista española del Mar de la Plata y sobre de qué forma se ha tratado de obviar que aquella aventura llevó aparejados diversos fracasos y grandes tragedias.
Sucedió que cuando Fernando de Aragón tomo conciencia, tras el primer viaje de Colón, de lo rentable que podría ser explotar el Nuevo Continente, pasó de ser un opositor rotundo a la aventura americana a defenderla con fervor. Su esposa, la reina Isabel, murió en 1.504 y él quedó como Regente de Castilla, después de haber apartado y recluido a la Reina titula, su hija Juana, en el Monasterio de Santa Clara, en Tordesillas. El fue quien nombró a Américo Vespucio Piloto Mayor de Castilla y Almirante de la flota del descubrimiento. Muerto éste, lo sustituyó por Juan Díaz de Solís, a quien encomendó explorar lo que ya se conocía como Río de la Plata, para competir con los portugueses. Fue una expedición cuya organización fue curiosa, puesto que el Rey aportó unas cuantas armas y una cantidad de dinero no demasiado generosa y en calidad de préstamo, aunque convino con Díaz de Solís que del botín que se obtuviera, un tercio fuera para los armadores, otro para los marineros, que en este caso fueron 60, y otro para el Rey, no para el Reino de Castilla sino para él.
Los preparativos sufrieron diversas vicisitudes y hasta sabotajes, y la partida se efectuó en octubre de 1.515, llegando al Rio de la Plata en los primeros días de febrero del siguiente año… Díaz de Solís trató de desembarcar junto con siete tripulantes, pero los nativos los mataron e incluso según cuenta la crónica de Antonio de Herrera, fueron devorados. ¡Qué distinto recibimiento al que tuvo Colón 21 años antes en el Caribe!.
Pasarían unos años, gobernando el Emperador Carlos V, cuando se emprende otra exploración para la cual se nombra a Pedro de Mendoza Almirante responsable y gobernador de Nueva Andalucía, pues según lo pactado entre él y el Emperador, los territorios del Rio de la Plata hacia el norte y hacia el oeste recibían ese nombre en 1.534. La expedición de Pedro de Mendoza no tenía nada que ver con los viajes de Colón o la aventura suicida de Díaz de Solís auspiciada por la avaricia del Rey Fernando, pues se componía de 14 embarcaciones y 3000 tripulantes, debidamente armados. Sobre esta expedición se conserva la narración de uno de los participantes en la aventura: Se trata de Ulrico Schmidl, un aventurero alemán que partió de la baja Baviera hacia Sevilla para enrolarse en la aventura americana.
Entre las embarcaciones que mandaría Mendoza, si bien tenían sus correspondientes armadores, no eran propiedad, por lo tanto, de la Flota de Castilla, había una cuyos armadores eran germanos y en la que se integraron un buen grupo de flamencos y ocho o nueve alemanes, entre ellos el tal Ulrico, aunque iban más alemanes en otros barcos. Dato curioso es que mientras la versión oficial era la de que fueron 3000 los expedicionarios, Ulrico cuenta 2.500.
Partieron el 24 de agosto de 1535 llegado al Rio de la Plata en enero de 1536, desembarcando en botes, porque los 14 navíos tuvieron que quedar fondeados por su tamaño. Ya en tierra improvisaron un fuerte y un puerto quedando fundada la ciudad de Buenos Aires en una fecha en la que hay una curiosa divergencia, pues para la historia de España fue el 24 de enero, pero en Argentina se tiene por fecha el 2 o el 3 de febrero.
Contactaron con un pueblo nómada, los querandíes, si bien el grupo aquel al que Schmidl refiere tenía más de 3.000 miembros. Estos pobladores suministraron alimentos y apoyo a los expedicionarios en los primeros días pero algo debió de pasar que aquel apoyo cesó y Pedro de Mendoza mandó unos emisarios al asentamiento de nativo que se sobrepasaron. Los emisarios iban, naturalmente, en su condición del enviado del gobernador de aquellas tierras por encomienda del Emperador, y a los querandíes les debió sonar a chino aquello: ¡ellos ni sabían de gobernadores ni tenían idea de que hubiese un emperador, ni aquellas historias, pues vivían a su manera y en sus territorios tradicionales y ante las amenazas optaron por apalear a los emisarios y dejarlos marchar, teniendo el generoso detalle de no matarlos.
Pedro de Mendoza. En su papel de gobernador, mando a 300 hombres a ocupar el poblado, matar a los nativos, capturando unos cuantos como esclavos. Y es curioso como narra Ulrico la batalla en l que participó, pues según cuenta que “con la ayuda de Dios Todopoderoso” lograron vencer tomando el poblado, pero no capturaron ningún indio y los “peculiares vencedores”, habían perdido a su capitán, sus hidalgos y buen número de soldados. ¡Qué extraña victoria! En Buenos Aires se dedicaron a construir un terraplén de defensa y construir la ciudad entorno al fuerte, así como a sufrir penalidades, hambre y todo tipo de calamidades pues los nativos cortaron toda las posibilidades de suministros, los querandíes se aliaron con otras poblaciones y pusieron su objetivo en Buenos Aires, reuniendo a 23.000 hombres que tras varias escaramuzas lograron en diciembre de 1.536 entrar en la ciudad, arrasarla, destruirla y hacer un auténtica matanza de la que Pedro Mendoza se salvó con otros supervivientes. Ulrico nos cuenta: “de los 2.500 hombres que habían salido de España, solo quedaban con vida 560, habiendo muerto los demás, la mayoría de hambre”. Aunque los superviviente llegaran a realizar expediciones y a fundar la ciudad de Asunción, en Paraguay. El fracaso de la expedición de Mendoza en cuanto a Buenos Aires y a la dramática pérdida de casi 2.000 expedicionarios es indiscutible. A pesar de todo en 1.517 se intentó reconstruir la ciudad pero despoblada y nuevamente incendiada, en 1.541 se abandonó aquel lugar en ruinas.
Volvieron pasar los años, era 1,580 y el entonces gobernador de Nueva Andalucía, Juan Ortiz de Zárate, encomendó a Juan de Garay construir una ciudad y un puerto en donde había estado la fracasada Buenos Aires. Podría justificarse el motivo en que era preciso un puerto Atlántico y también que las cosas no iban muy bien y la vida era difícil en Asunción. Esta expedición fue más humilde y se componía de españoles, criollos y el conocido como “Cara de perro”: Alonso de Vera, acompañado por un contingente de tropa poco numeroso que se trasladaron por tierra.
El 29 de mayo de ese 1,580 se volvía a fundar Buenos Aires, no sin alguna dificultad, pero de modo definitivo… Esta expedición que partiera de Asunción con menos ambiciones, protagonizada por gente sabedora de antemano iban a trabajar, a construir una ciudad y un puerto, que no encontrarían ni oro ni piedras preciosas, sino que tendrían tierra para labrar y para actividades ganaderas, fue el origen de esa ciudad que continuaría su desarrollo a lo largo de los años y de los siglos venideros.
¡Que Buenos Aires sea la ciudad dos veces fundada es algo muy poco conocido!
Manuel Alba