La actos delictivos, de conductas que son calificables, genéricamente, como antisociales, se ven sujetos a la potestad sancionadora del Estado mediante la imposición de condenas, de penas que se regulan, así como las definiciones de esas conductas, en el Código Penal. Esa función de imponer el castigo al delincuente está encomendada a los miembros del Poder Judicial, a los Jueces y Tribunales, en esto estamos todos de acuerdo. Es una base del sistema democrático que no puede ser alterada bajo ningún concepto el llamado principio de legalidad, es decir, que no haya posibilidad de castigar a nadie por la comisión u omisión de conductas que no estén reguladas específicamente por la ley.
La vida actual es complicada y la democracia es aparente, lo digo una vez más por mucho que se me critique y abusando de ese derecho en el que no creo, como tampoco en muchos otros, que es el de la libertad de opinión y expresión que otorga un sistema político en el que no creo y que detesto: la propia Democracia en la que nunca se podrá pretender que yo confíe ni apoye. Es tan distante la vida real de la acción política que el divorcio entre ciudadano e instituciones es un hecho consumado desde hace décadas y solo el miedo a perder los beneficios de la sociedad del bienestar y el aliciente de las promesas electorales en torno a un supuesto progreso materialista y a un falso desarrollo, mueven a la población, cada vez menos, eso sí, a ir a depositar su voto en los comicios. En muchas ocasiones no se sabe lo que se vota, puesto que se deja en manos de un tercero, marido, esposa, hijo mayor, etc,… la decisión familiar, esto lo manifiesto por conocerlo y es más frecuente de lo que se puede imaginar. También hay mucho voto cautivo por las promesas o compromisos. Al fin y al cabo es igual porque las mayorías gubernamentales y parlamentarias se forman de modo autónomo y con independencia de la expresión de la voluntad de las urnas… Es la práctica habitual en la democracia aparente y bajo este sistema se eligen los representantes en las instituciones de los poderes legislativos, de los ayuntamientos, etc… aunque la abstención como muestra de desapego y rechazo al sistema cada vez se va haciendo más patente, salvo en aquellos lugares en los que votar es obligatorio.
Se viene tratando de hacer creer en el hoy llamado Mundo Occidental desde el siglo XVIII que existen tres poderes independientes en los países que soportan sistemas de pseudo democracia partidista: Un Poder Legislativo, compuesto por los representantes de la población elegidos mediante el voto de quienes constituyen el censo electoral, partiendo del principio de igualdad de todos los votantes y del que solo se excluyen quienes se encuentran incursos en tasados supuestos. El sistema llamado de “Sufragio Universal”, con la consabida estupidez democrática, la altiva pretensión de extender, de dar carácter de universalidad a algo que no alcanza sino unos límites muy determinados circunscritos a nuestro planeta. Ese sufragio universal es una falacia intelectualmente hablando, que no hace sino consolidar el espíritu soberbio y altivo de una parte de la humanidad que se cree dueña de un Universo que desconoce y que no se resigna a la idea de pertenecer a una especie animal superior dentro del conjunto de seres que pueblan el planeta Tierra, no se conforma con saberse parte de la Naturaleza sino que se autoconsagran como regidores de esa propia Naturaleza. Ese llamado Poder Legislativo se encarga, en teoría y fundamentalmente de generar las reglas sociales de convivencia, las Leyes llamémoslas así de modo genérico. También debe asumir un control eficaz del Poder Ejecutivo, el encargado de la gobernanza de las sociedades que emana del Legislativo, pero de forma contra natura, pues no se atiene ni corresponde a los resultados electorales sino de los pactos parlamentarios en la mayoría de las ocasiones, así que es indirectamente representativo, a veces contrario manifiestamente a lo que la sociedad mayoritariamente ha decidido a través de ese “Sufragio Universal”, y que en los tiempos modernos no se recata de actuar sin al menos, una apariencia de representatividad. Y por último se pretende que existe el tercer poder, ese Poder Judicial, que tiene que hacer cumplir las leyes y para ello ha de actuar a través de los mecanismos procesales y que se supone que tendría que estar por encima de los otros dos, que no tiene, ni tan siquiera debe, tener apariencia de representatividad, y que debería estar por encima de todo, más allá del bien y del mal para poder garantizar independencia y controlar cualquier desvió antijurídico.
Pues para esta burda tiranía populista y mediocre consagrada como sociedad democrática parece que sí, que resulta ideal y hasta creíble que las cosas son así. Para mí resulta evidente que el hecho de que el Poder Legislativo esté dirigido no desde esas Cámaras pseudo representativas sino por los órganos de dirección de los Partidos políticos que llegados al Poder su constituyen en Poder Ejecutivo y que al amparo de esas mayorías de dudosa legitimidad ética y moral imponen el ritmo de convivencia, impulsan las Leyes y controlan toda la actividad pública, diluye totalmente la idea de una independencia de los poderes Legislativos y Ejecutivo. Y con el Poder Judicial nadie puede tratar de convencer a personas que poseyendo una mediana inteligencia la ejerciten de algún modo de que sea independiente… Entre los mayores engaños democráticos se encuentra el pretender hacer creer que no existe politización de los sistemas judiciales, de la Justicia, allá donde la jerarquía del Poder Judicial dependa de las decisiones de los Parlamentos.
Frente a esas edulcoradas Justicias idílicas e independientes hay que enfrentar la realidad de una politización que se da a través de la ideologización de los propios jueces a los que en muchos países, como España, se les proscribió pertenecer a partidos políticos o sindicatos, aunque sí se les facultó a organizarse en torno a asociaciones de carácter profesional, trasplante de la vida política a la judicatura. A ello hay que unir la calificación que la sociedad otorgó, gracias a la generación de corrientes de opinión y la acción de los medios de comunicación, a los propios jueces, atribuyéndoles calificativos personales de progresistas, conservadores, etc… Y para más, volviendo un paso atrás, al pasar por el Poder Legislativo la elección de la cúspide de ese pretendido Poder Judicial, esta está sometida a las propuestas de los Partidos Políticos, que no se rigen sino por el criterio de afinidad. ¡Es imposible creer en la independencia y en la ausencia de influencia política en ese tercer Poder, máxime cuando su propio presupuesto depende de las dotaciones presupuestarias de los Estados, con las implicaciones que ello suponen! Por supuesto, tampoco ayuda mucho a creer en esa independencia y despolitización cuando la pertenencia a organismos supranacionales llega a implicar hasta el propio intervencionismo extranjero, como son los casos de Polonia y de Hungría en la Unión Europea.
Siempre he creído que un Juez no es un ciudadano como los demás, precisamente por tener que estar ejerciendo una actividad que le aparta de la dinámica vital de aquellos sobre quienes deben impartir Justicia. Sin embargo he tenido que contemplar desde hace muchos años aberraciones que se han consagrado como cotidianeidad normal. Pero llegó la etapa del fenómeno mediático de la presencia en los medios de comunicación, actos sociales, fiestas, actos de toda índole, de los llamados “jueces estrella” que parece haber remitido en buena medida, algo inverosímil y ha creado una imagen frívola y carnavalesca de la función de los mismos, ha permitido la calificación por parte de la ciudadanía de los jueces en buenos o malos según se les ve o no se les ve en las noticias, se les nombra o no se les nombra, se les entrevista o no se les entrevista…No es mi visión una opinión aislada y lo se, pero nadie se va a atrever a decirlo, y es aceptado comúnmente el estado de cosas actual, y se toma como normal que un Juez sea un personaje público como un cantante, un político o un deportista, y que su imagen este en la prensa diaria, y que las actividades que realiza en su trabajo sean conocidas y proclamadas a los cuatro vientos, y que escriba libros y promocione los mismos con campañas de firma por centros comerciales, etc…
Tampoco es admisible que los jueces ideologizados que ya se deshacen de la toga para entrar a formar parte de los Legislativos y Ejecutivos puedan volver a ejercer su labor jurisdiccional, pero a la vista está que todo vale para tan calamitoso sistema. ¿Puede volver a ejercer como Juez quien ha sido miembro de un gobierno, o ha ejercido como legislador por un determinado Partido Político?
La decadencia de las libertades y la irrupción el fenómeno del juicio paralelo, periodístico, mediante el que se manipula hábilmente a la opinión pública, y se le genera esa necesidad de pedir más que Justicia venganza, generando nuevas barreras frente al ideal de Justicia independiente y apolítica.
En verdad no veo con claridad, por otra parte, y nunca vi, esa división de Poderes que se sacara de la manga Charles Louis de Secondat, Señor de Brède, más conocido como Marqués de Montesquieu, seguidor de las ideas de Locke y defensor de que la Ley es lo esencial del Estado. El Estado, ese artificio al que la Ilustración otorgo carácter de ser autónomo, de entidad con vida propia, absurdo en el que permanecemos en los días del presente, tenía por lo tanto algo tan voluble y cambiante como la Ley por fundamento, lo que anticipaba la inestabilidad y falta de seguridad de los tiempos venideros, pues sería la Ley algo movedizo y acomodaticio desde entonces a los intereses del Poder en ese Estado. No veo que haya habido división e independencia entre esos tres presuntos Poderes, esa ocurrencia que se sacó de la manga el ilustrado noble francés porque ese artificio, ese engendro dotado de existencia propia y vida autónoma con respecto a los ciudadanos era y es el Poder, el único poder. Tratar de hacer valer esa separación entre Legislativo, Ejecutivo y Judicial no era una pretensión teatral, simbólica y sin fundamento de mostrar unos cambios de actitudes que venían aparejados a la revolución burguesa, nada más.
De hecho el Poder, un único poder, era el que se ejercía en el Estado, y dentro y desde su maquinaria, y así ha llegado a los días grises de nuestro presente. La dependencia de un sector social dominante se imponía y era perfectamente asumida, así lo fue desde el siglo XVIII. Quien mandase ostentaría el control de los que legislaban, los que gobernaban y los que juzgaban de tal modo que la verdad no es otra que un tabú preestablecido que es preciso ya desmantelar. Cuando Manuel Azaña, aquel personaje que hoy se venera por la España revisionista del socialismo cavernícola, manifestó con respecto al Poder Judicial que él no conocía tal Poder, pudo hacer extensivo su desconocimiento a los otros dos, porque ninguno de los tres existe. Por mucho em peño que se ponga, en los Estados demócratas del mal llamado Mundo Occidental, lo que existen son funciones, funciones al servicio del único Poder ostentado por la legitimación amoral que otorga el juego de las mayorías amañadas, el reino de la cantidad.
Ese Poder articulado entre los intereses de los jerarcas y sátrapas de los Partidos Políticos y las fuerzas e intereses económicos divide sus funciones… son funciones porque son actividades delegadas, dependientes y condicionadas cuya existencia independiente es imposible. Los Estados ejercen un poder totalitario y reparten funciones cuyo desarrollo no puede ni aparentar tan siquiera un mínimo de independencia y en todo caso resulta que la función Ejecutiva, que es la que se reservan los dirigentes y líderes partidistas, es la que domina y maneja ese único Poder estatal y administra y condiciona el resto de las funciones. Véase la actuación de cualquier gobierno de cualquier país de los que se proclaman Estados democráticos y sociales de Derecho y piénsese quien manda, quien impone la legislación, quien condiciona la Justicia, desde la formación de sus organismos de dirección hasta su propia eficacia, desde el descarado desafío, hasta formación de corrientes de opinión a la persecución directa e indisimulada a los jueces.
Dijo un político español contemporáneo, el socialista Alfonso Guerra, que Montesquieu había muerto… ¡Tenía razón, pero no totalmente, porque la división de Poderes de Montesquieu no llegó a nacer, no existió nunca!
Manuel Alba