Me gustan las palabras. Sobre todo, las palabras en desuso, esas que encuentras alguna vez en medio de algún renglón de alguna página que esté leyendo, aunque, ciertamente, no puedas utilizarlas en lenguaje coloquial.
Mi amigo Teo Losada, me envió una serie de bonitas palabras, casi en desuso, que hizo sonreír mi interior, pensando que la mayoría de las personas, por su poco uso, habrían de acudir al diccionario para descifrarla. Inmediatamente pensé que tenía que escribir sobre la belleza de las palabras, de algunas palabras, y de la conveniencia de tener siempre a mano un diccionario que nos aclare el concepto exacto de su significado.
Las palabras, en general, tienen más recorrido que las ideas que vagamente tenemos de ellas. Ellas saltan del papel en que están impresas y se plantan sobre nosotros como queriendo decirnos algo. A través de composiciones de palabras se ponen títulos a los libros, por ejemplo, se escriben sentimientos y sonetos, se pueden expresar ideas o pensamientos, y nos describen con exactitud la belleza de cosas que no podemos expresar de ninguna otra manera. Palabras como Inefable, Sempiterno, Ademán, Petricor, Mondo, Melifluo… casi no se utilizan, y sin embargo definen a la perfección lo que sólo puede significarse con esa palabra. Es la grandeza de nuestro idioma.
Actualmente, por desgracia, los predicadores de opinión, sobre todo, ponen títulos, hacen titulares, pronuncias palabras inventadas carentes de significado, palabras mal acentuadas, mal dichas y mal pronunciadas que denota un conocimiento más bien escaso de nuestro idioma y dejan claro que, en general, el mundo de la lengua española no es su fuerte, aunque quieran hacernos creer que “lo cultureta” es cultura, quizá porque desde las escuelas e institutos no se da valor a la importancia de las palabras y se permite que la lectura esté prácticamente erradicada de todos los planes de estudio, por no hablar del domicilio familiar, donde pocos, muy pocos niños, tienen el hábito de la lectura… aunque sea un ratito diario.
Los predicadores de opinión, como digo, los políticos, incluso los “periodistas”, no tienen tiempo, seguramente, para esas zarandajas, como expresarse correctamente en nuestro idioma, cuando lo esencial, para conocer nuestro idioma, es leer y la falta de lectura y de diccionario los lleva a esas meteduras de pata tan antológicas, que no voy a repetir. Invito, desde aquí, a leer a Marguerite Yourcenar, que en su libro “Memorias de Adriano” roza la perfección literaria, por la belleza en el fondo y en la forma en que escribe en nuestro idioma. Es un libro “de cabecera” para disfrutar con su lectura.
Antonio Poyatos Galián