Llega a dar miedo el tono que utilizan los políticos al defender su discurso. Y lo he dicho bien, discurso pero no ideas. No es lo mismo discurso que idea aunque nos lo estén vendiendo desde hace años. Palabras gruesas; expresiones agresivas y repulsivas; insultos; una ironía gruesa que, naturalmente, se convierte en sarcasmo antes de ser pronunciada; frases vacías que enredan el pensamiento de los más ignorantes o de los que solo quieren escuchar un tipo de discurso.
También da miedo la agresividad de todos en las redes sociales; la impunidad del que, desde el anonimato de esas redes, se dedica en su cobardía a gritar falsedades, amenazas o afirmaciones que lo único que buscan es hacer daño sin aportar ni un gramo al bien común.
Nos vamos impregnando de una violencia verbal sin apenas sentirlo y lo más triste es cómo estamos normalizando la agresión física. Homosexuales golpeados sin razón alguna; colectivos de inmigrantes tachados de gentuza o de terroristas (hombres, mujeres, niños y ancianos) y despreciados de forma explícita. Ya nadie se esconde y muestra sus miserias más vergonzosas como trofeos de valor.
Hace muy poco tiempo, eran pocos los que se atrevían a confesar que su racismo o su homofobia eran su forma de vida. Ahora, decir que las feministas son feminazis y machuchos, o que un gay es un mamarracho, que eso de leer es una pérdida de tiempo, que con Franco se vivía mejor o que Venezuela es un paraíso inigualable, es normal. Asumir como buenas nuestras carencias y presumir de nuestros fracasos es lo que se lleva.
Asusta cómo somos capaces de volvernos de lado y evitar involucrarnos con la pobreza, con el dolor de personas que no tienen dónde ir. Ya no se hacen ni campañas en los medios para recaudar fondos para los desprotegidos. Nos importa un bledo si se mueren de hambre los niños etíopes, si las mujeres en Oriente Medio pasan las de Caín o si una DANA provoca daños millonarios en Toledo. Eso sí, lo vemos todo en las redes y lo difundimos para parecer estar informados de maravilla, a la última.
Asusta que nuestra decadencia como civilización sea tan evidente y sigamos jugando a las casitas. Los científicos dicen que el cambio climático es una evidencia aunque si un famosillo de la televisión dice que eso es una parida, nos apuntamos a ese carro y nos quedamos tan panchos. Todo se hunde a nuestro alrededor aunque, si a nosotros no parece que nos toque, miramos a otro lado. Un virus pone el mundo patas arriba aunque nosotros decidimos que las vacunas no son para tanto y las mascarillas un incordio y las reuniones multitudinarias más necesarias que nunca. Y así todo.
Asusta. Mucho. Es una pena que seamos tan limitados y que pensemos que somos unos genios. Es una pena que luchemos de forma virtual y no lo hagamos en la vida real. Una pena y también es un asco..
Algeciras, 6 de septiembre de 2021
Patricio González