Da igual no leer los periódicos. Hablar con la gente, sobre todo por las mañanas, es recibir una cascada de malas noticias que nos agrían cada día el desayuno y atormentan nuestro sueño por la noche.
Yo estoy convencido de que, a pesar de todo ello, lo que realmente ocurre es que la especie humana, está colapsada por falta de valores, por falta de tesón en la lucha por unos ideales que guíen nuestra realización personal y humana, por falta de empatía, por falta de caridad… no me canso de repetirlo porque estoy firmemente convencido de ello.
Se me arruga la próstata y se me agudizan los sentidos cuando cruzan ante mí los relojes de estos tiempos vacíos de ternura, pero llenos de “palabras bonitas”, brindis al sol, sueldos escandalosos de los políticos, promesas que ya de partida nadie piensa cumplir, sólo postureos… mientras estamos entretenidos con el “pan y circo” del extinto imperio romano, y mañana Dios dirá. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a este punto de inflexión?
El ser humano creo que ni siquiera es consciente de que no somos nada, minúsculos seres inmersos en una danza infernal mirándose al ombligo, y, en lugar de ayudar, sigue abandonando a los que no pueden seguir el ritmo marcado, y destina sus esfuerzos a hacer tropezar a los que le rodean para que prevalezca su imagen -que es lo que les importa-, sin percatarse de que los golpes, tarde o temprano, siempre vienen de vuelta. Seguro.
Este humilde juntador de letras, está convencido de que tenemos que apostar por unos valores que antaño se suponían imperecederos, (voluntad, esfuerzo, trabajo, respeto, responsabilidad, abnegación, empatía, caridad, perdón, ayuda… Sólo esos valores nos salvarán, sin duda.
Además, apostar por esos valores es apostar por uno mismo, aunque tengamos que esperar los resultados y aunque esa esperanza se vea frustrada una y otra vez, pero teniendo presente que la esperanza, en sí misma, ya constituye una dicha… Deberíamos meditar sobre ello.
Antonio Poyatos Galián.
Aislarse
Una de las constantes que han permanecido en mi entorno desde prácticamente mi nacimiento ha sido lo que podría definir como capacidad para recogerme en mi mismo, aislarme, cuando las circunstancias así lo requieren. Muchas veces he oído, he leído, se me ha dicho que el aislamiento es perjudicial en extremo porque aísla de la realidad de la vida, del mundo que a uno lo rodea. Es posible que sea así en la mayoría de las ocasiones, sobre todo en unos tiempos en los que los real, lo tenido por verdadero, se circunscribe a los imperativos de un mundo difícilmente definible, en enorme medida colectivizado y global hasta el punto de no concebir la individualidad, una sociedad que cree formar un cuerpo, un a modo de ser vivo independiente en el que cada elemento, cada unidad personal es una especie de célula implicada en el todo y sin posibilidad alguna de desarrollarse aisladamente.
He defendido siempre exactamente lo contrario: no es la sociedad la que ha de sobresalir de los elementos individuales que la conforman sino que son esos individuos, esas personas que entiendo libres per natura, las que se han de servir de la sociedad, no es la sociedad, lo colectivo, lo que ha de imponerse al hombre sino todo lo contrario. Ni siquiera me llegaron a convencer esos básicos y elementales postulados que hacen entender que la sociedad es un fenómeno natural, que en la naturaleza se da con frecuencia un fenómeno societario, porque ese planteamiento tan naturalista olvida que esas agrupaciones de individuos en torno a un fin cual es el ejemplo típico del hormiguero o la colmena no hacen sino cumplir unas inexorables reglas de conductas impuestas por su naturaleza instintiva e irracional de tal modo que carecen de cualquier posibilidad de optar libremente, de decidir actuar de forma diferente a como lo hacen desde sus más ancestrales orígenes, y, por el contrario, veo, he visto siempre, que la tentativa, hasta cierto punto y en gran medida alcanzada, de que el ser humano se someta imperativamente a los designios de las colectividades tiene mucho, salvando las distancias, de tentativa de imponer lo instintivo irracional sobre el pensamiento de cada ser humano por naturaleza diferente, y que solo puede llegar a ser, a lo sumo similar, semejante, a cualquier otro pero jamás idéntico.
Y si he defendido siempre ese planteamiento, junto con otros que por analogía habrían de deducirse, también es cierto que mi actitud, en algunos momentos extremadamente desafiante y activa, contra un mundo moderno que me ha resultado siempre rechazable, no es menos cierto que siempre me he golpeado contra el muro, el gran muro. No ha importado que me halla explayado explicando que no hago defensa de un planteamiento de vida ancestral, primitiva, primaria, y que el mundo moderno es algo muy distinto conceptual y realmente de lo que por tal se entiende en los días en que vivimos, no ha sido efectivo defender postulados desde los planteamientos más diversos, desde la filosofía hasta, por ejemplo, la fisiología… Nada ha resultado efectivo, seguramente por la carencia de posibilidades de difundir ideas, de comunicarlas, por un lado, y la absoluta sugestión colectiva de unas individualidades anuladas y sometidas a los principios y mantras de los hierofantes de las sociedades que se mueven al ritmo de mantras vacuos como igualdad, libertad, bienestar y progreso.
Henos aquí, en el primer cuarto de este siglo XXI, cumpliendo, por otra parte, todas las predicciones que desde siglos atrás se venían haciendo y “avanzando”, hacia un estado, hacia un horizonte, cada día más impreciso, dudoso, difuminado, en el que los propios dogmas artificiales de igualdad, libertad, bienestar y progreso impuestos por la fe en la religión de la globalidad, por sus pontífices, están dejando ver ya su inconsistencia y se van evaporando… Podría compararse la situación a aquellas que se plasman en las leyendas bíblicas, cuando aquel pueblo salido de Egipto vagaba por el desierto, cuando aquellas gentes que se asemejan a los del mundo moderno, a pesar de ser elegidos de Dios, tuvieron sus disputas y divisiones al ir percatándose de que la historia no era como se la habían contado, o cuando aquel pueblo acabó dividiéndose en Judea e Israel porque no era su tierra prometida un paraíso idílico.
Si, lo veo así, y es de prever que la situación acabe a palos, porque desde que la historia es historia y el mundo es mundo, al final se acaba a trancazos y no ya contra los presuntos enemigos, los malos oficializados, como se está haciendo en los momentos del más rotundo presente, sino que los estacazos han de producirse, y muy pronto, entre los que juegan a los buenos, los de la modernidad activa en cuyas tribus se empieza a cocer la duda sobre la veracidad de los dogmas, las consecuencias de ciertos principios irrenunciables, la debilidad del progreso y, en definitiva, la incertidumbre de la tierra prometida.
Se siguen defendiendo, por supuesto, todos esos valores quiméricos e hipócritas, pero cada día se observan más dudas incluso entre los más devotos del sistema, porque ahora el bienestar merma, va disminuyendo en distinta escala, según los países, el progreso se estanca, los que se llegaron a sentir subjetivamente iguales gracias a la propaganda y la predicación a las masas se van dando cuenta que todo es ficción: se les vende como esencial y vital la igualdad, cuando no la subordinación masculina, en materia de género, la igualdad de derechos, los derechos humanos, pero ya hace tiempo que la gente se pregunta a cual Ley se refiere eso de la igualdad ante la ley, a la tuya o a la mía o a la suya… La gente empieza a despertar y los hierofantes siguen jugando a creerse y a hacerles creer a los demás que todo está bajo control, que pueden seguir dormidos, pero cada vez salen más del letargo, preguntan, dudan… y algún día puede que hasta pidan que se rindan cuentas.
Frente a colectividades y sociedades más adormecidas y anestesiadas, otras se van tornando más combativas, incluso dentro de los mecanismos del sistema, de ese sistema que no me canso de decir que ni comprendo, ni deseo, ni defiendo, dentro de sus juegos, ya hay fuertes focos de disidencia…¡Y la cosa acabará mal, fatal!
Se impone el aislamiento para aquellos que tengan claro que hay futuro, pero que no es el momento, que toca esperar para que de los escombros y cenizas de este mundo moderno, con todos sus principios y tramoya, se pueda empezar a elevar un mundo mejor, organizado bajo criterios lógicos y valores permanentes sobre la base de que es el individuo el que forma las colectividades para su bien y que no es un mero instrumento, una pieza de una máquina, de un artificio como el que ahora domina, aunque se agota.
Y aislarse no supone desinformarse, incluso impone influir en la medida de lo posible para que se acelere el cambio.
¿Cómo?
Manuel Alba
Abogado en ejercicio