Imagino que aún lo recordarán. Entre los mensajes o ideas que comenzaron a lanzarse durante el confinamiento decretado a nivel mundial para frenar la pandemia de la covid-19 figuraba aquel que decía que los que sobreviviéramos esta magna crisis sanitaria saldríamos mejorados.
Fortalecidos por haber superado una situación tan crítica y con la lección aprendida. Habríamos comprobado que todo se puede ir al garete de la noche a la mañana y que para cuatro días que estamos en este mundo, mejor que nos respetemos unos a otros y rememos todos en la misma dirección.
Aunque lo parezca y todo haya mejorado y vivamos, por suerte, casi como antes de marzo de 2020, la pandemia no se ha ido.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), que fue quien la decretó, no ha firmado su defunción. A la espera de que eso suceda, lo que sí que está confirmado es que seguimos igual o peor que antes de que las mascarillas, las muertes a tropel, las limitaciones de aforo y los geles hidroalcohólicos irrumpieran en nuestro día a día.
La guerra (salvaje como todas las guerras) ha vuelto a Europa gracias a la injustificada invasión rusa de Ucrania. Donald Trump no se fue sino que estaba de parranda y amenaza con regresar a la Casa Blanca. La violencia de género sigue desbocada.
Perú ha estado a un paso de perder su democracia, en Alemania se ha querido volver a los años 30 del pasado siglo XX con un incipiente nazismo que vuelve a dar miedo, la violencia verbal en el Congreso de los Diputados ha llegado a niveles alarmantes y totalmente intolerables, la ultraderecha sigue viva, la izquierda ha perdido totalmente el norte.
Estamos asistiendo de nuevo a un Mundial de fútbol en un país dictatorial… en todos los sentidos, donde no se respetan los derechos humanos, donde se ataca a los homosexuales y es un tremendo foco de corrupción que está afectando a muchos países e instituciones. Sin duda, salimos mejorados de la pandemia.
Mañana les contaré como Qatar compró el club de fútbol PARIS SAINT GERMAIN
Patricio González
Qué es ahora el Amor?
El hombre, evidentemente, estaba apenado. Sorbía con dificultad su café. Tendría alrededor de cuarenta años, buena “pinta” y era obvio que su pena le superaba.
Con la excusa de abrir mi ordenador portátil, le pedí si podía compartir su mesa, ya que el resto de las mesas estaban ocupadas y tras su asentimiento con solo la inclinación de su cabeza, tomé asiento junto a él y abrí mi ordenador.
Tras unos instantes, intenté conversar con el apenado hombre. ¿tan grave es lo que le acongoja? -le pregunté cautamente- y, para mí más grande de lo que parece -me contestó- ¿el problema es económico? -inquirí- No, los problemas económicos tienen buena o mala solución, pero los problemas de corazón son muy difíciles de solucionar, ni siquiera de entender.
Tras varios minutos de charla, me dijo que era profesor de Historia, y acabó relajándose un poco y dándome una amena tesis que podríamos titular: el amor, banalizado en la actualidad.
En esta época narcisista y obscena, -me decía-, donde el amor es voraz, banalizamos las relaciones personales y nos olvidamos del valor de la lealtad, de la verdad y de la sinceridad, tanto en el ámbito físico como en el sentimental.
Encontrar pareja o iniciar relaciones, no puede ser lo mismo que ir al mercado a comprar manzanas -aseveraba-, y eso es lo que se pretende ahora, sobre todo con la utilización de las redes sociales, donde uno se describe como “le gustaría ser” y claro, al final tropiezas con la dura realidad de la persona a la que habías idealizado, creyendo los datos y descripciones puestas en su “perfil”, que es lo que me apena.
El temido sentimiento de frustración y de culpa, como es mi caso, -seguía diciéndome-, llega cuando comprendes que te han valorado como un producto, como un objeto, dado que, algunos pardillos, como yo, hemos expuesto nuestros sentimientos en las “redes sociales” y, obviamente, los depredadores de esas redes toman el control de nuestras emociones.
Qué pena -pensé-, que todos se olviden que, detrás de algunos de los perfiles en las redes sociales, existen personas reales con sus expectativas, sus temores y sus ilusiones… y sus frustraciones posteriores. Ojalá que el apenado profesor, -aprendida la lección-, recupere pronto el control de su vida y se acerque, de forma tangible, a las relaciones con personas reales.
Antonio Poyatos Galián
Black Friday
Este pasado viernes 25 de noviembre se celebró el Día Internacional para la Erradicación de la Violencia contra las Mujeres, aunque, probablemente, la mayor parte de la sociedad relacione ese día con el muy conocido Black Friday.
Y no está tan mal la coincidencia, porque si nos atenemos al significado de la expresión, ese viernes será tan negro para tantas mujeres como lo habrá sido el jueves, el miércoles o el martes anterior.
Y el viernes, pues, volveremos a presenciar la retahíla de discursos políticos y de anuncios grandilocuentes de todo el arco parlamentario, Autonomías, Diputaciones y Ayuntamientos que hablarán de lo mucho que han hecho para evitar la violencia contra las mujeres.
Habrá los correspondientes minutos de silencio pero ya sabemos también, por tradición, que serán palabras totalmente huecas, porque el asunto no les interesa más allá de quedar bien en las correspondientes ruedas de prensa.
Desgraciadamente esto es así porque si comprobamos la realidad del día a día nos damos cuenta de que un esfuerzo mayor era, además de necesario, fácilmente factible: más personal en los diferentes institutos anatómicos forenses, de tal forma que las mujeres víctimas de la violencia psicológica, que no es tan fácil de probar, pudieran contar con quien informara a la justicia de la gravedad de los daños.
Y quien habla de forenses habla también de un sinfín de carencias en la Administración que, como es natural, sufren en su mayor parte las mujeres, porque “casualmente”, son las mujeres las que también sufren más la pobreza, la dependencia, el paro o la precariedad.
Las mujeres siguen siendo las grandes olvidadas de una clase política que solo se acuerda de ellas llegado el momento de la contienda electoral, o en días señalados. Y si acaso algún día son noticia, lo son porque o bien las han matado o porque , según la portentosa inteligencia del Ministerio correspondiente de Igualdad , habrán acabado excarcelando, incluso, a sus propios violadores.
Patricio González
Las Dos caras del Derecho a la Información
Naciones Unidas ha declarado el 2 de noviembre como el Día Internacional para poner fin a la impunidad de los crímenes contra periodistas. En los últimos catorce años, mil doscientos periodistas han sido asesinados por cumplir con su trabajo de informar. Nueve de cada diez de esos asesinatos han quedado impunes. Si bien la tasa de crímenes ha disminuido en los cinco años más recientes, una buena noticia, la impunidad promedio se mantiene.
Para la Unesco, «en todo el mundo los periodistas son víctimas del acoso, el encarcelamiento, la violencia, o la muerte, simplemente por hacer su trabajo». De 2016 a 2020 estima esa organización internacional del sistema de Naciones Unidas, hubo cuatrocientos asesinatos de periodistas. La cifra significa, sin embargo, un descenso con relación al quinquenio anterior.
Distintas organizaciones profesionales publican anualmente sus informes en los que exponen la inseguridad a que están sometidos los profesionales de la información, principalmente en algunos países donde su integridad física, literalmente, corre peligro.
El caso de México, por ejemplo, el número de periodistas asesinados desde 2006 conmueve al más indiferente. Ha ocurrido bajo las presidencias de Calderón, Peña Nieto y López Obrador. Tanto llama la atención internacional el caso que la Unesco, junto con las autoridades de ese país hermano, organizaron un seminario internacional con este motivo en 2019. Informa Reporteros sin Fronteras (RsF) que desde 2018 van treinta y seis. Pero la cosa no mejora. En 2022 hasta agosto iban catorce periodistas muertos violentamente, diez de ellos por motivos directamente relacionados con su trabajo, más que en Ucrania y que en Yemen. De esos diez, ocho habían recibido amenazas.
A ver si entendemos que la vida de los periodistas cuenta. No solo para ellos y sus familias, sino para todos. Nadie duda a estas alturas que estar bien informados es de primera necesidad. Por eso, este Día Internacional recién declarado por la ONU, debe ser una alerta constante a nuestras conciencias, para nunca olvidar esos hechos trágicos, para nunca acostumbrarnos a ellos como humanidad.
La información tiene dos caras: una, que los periodistas puedan informar; y otra, estar informados. Informar es un oficio de alto riesgo. Todos necesitamos medios que nos informen y periodistas que busquen esa información, la procesen y nos la presenten. Esto, que suena a obviedad aplastante, entraña una reflexión muy seria en la medida que aspiremos a un periodismo riguroso y serio que nada tenga que ver con los bulos, la superficialidad y la carencia de verificación, en definitiva, con la desinformación contra la que hay que luchar sin reserva, como una máxima del quehacer profesional.
Todos tenemos derecho a saber lo que nos pasa y lo que ocurre en nuestras respectivas comunidades. Si queremos enterarnos de los acontecimientos, aquí y en todas partes, hemos de contar con fuentes, periodistas y medios solventes. No es cuestión de tendencias políticas o ideológicas, cada uno tiene derecho a la suya. La credibilidad de cada medio o cada comunicador la marca la verdad. Quien nos miente, tarde o temprano es descubierto. Y ya no le creemos más.
Patricio González
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