Solía ver al hombre, de mediana edad y con cara de intelectual, siempre sentado en la misma mesa de una terraza en una cafetería del centro. Nunca estaba leyendo el periódico, ni portaba ordenador, ni consultaba su teléfono móvil… aparentemente, solo miraba pasar la gente.
Un día, me atreví a acercarme a él y decirle lo bueno y lo extraño que me parecía que tuviera todo el tiempo del mundo, para andar en sus cosas, ahora que el tiempo se presenta como un reproche y una carencia; “no tengo tiempo” -decimos siempre-
Me miró un poco sorprendido, pero me invitó a sentarme con él y tomar un café, para explicármelo, mientras me decía, muy despacio, una frase de Rousseau: “Hay que hacer caso omiso del tumulto exterior y prestar atención a nuestro interior”.
El reloj y las agendas -me decía a continuación-, son dos de los fetiches de una época en la que vivimos sin dilación, sin tiempo de espera para meditar la dirección de los pasos que caminamos y tendríamos que tener siempre presente, aquellos versos de Manrique, allá por mediados de 1.400: “…sin mirar a nuestro daño / corremos a rienda suelta / sin parar / des que vemos el engaño / y queremos dar la vuelta / no ha lugar…”
Realmente, -seguía diciéndome-, las cosas importantes de nuestra vida suelen venir muy despacio… la generosidad, la amistad, el amor, el éxito en el trabajo, etc., exigen de nosotros una lentitud que normalmente no nos permitimos.
No damos a las cosas el tiempo que la vida nos exige, queremos la inmediatez, y así no hay manera de alejar nuestra frustración, ya que, a la larga, el tiempo, con calma, pone cada cosa en su sitio.
Fíjate -aseveraba-, que la batalla que más subliminalmente se libra hoy es moldear y captar nuestra atención por algo que otros deciden, por los adoctrinadores, ya que, a mayor rapidez, que es lo que les interesa, menor atención a lo que se cuece en nuestra vida, que es lo que está pasando.
Yo no quiero, -resumía-, caer en las redes de esta sociedad abúlica y perezosa, en que nos han convertido, que se deja llevar por los estímulos a los que se ven sometidos, para evitarse “el trabajo” de pensar en lo que nos dicen. Quiero vivir mirando un poco más a mi interior, viviendo sin prisa y procesando cualquier cosa que afecte a mi existencia.
La verdad es que me sentí señalado en algún lugar de su exposición, y me prometí pasar más tiempo en esa languidez del vivir sin prisas.
Antonio Poyatos Galian
Insonmio
Insnmio Bastante a menudo, no puedo conciliar el sueño, motivado principalmente por lo que yo llamo “pensamientos intrusivos”, aquellos pensamientos que no te quitas de encima ni a patadas. Aquellos que, cuando te acuestas, siguen martilleando tu cabeza de forma inmisericorde.
Suelo dormir mal, y eso que ceno temprano y ligero y, además, he evitado, durante el día, ver a Ferreras y escuchar a Pedro el Mentiroso… pero cuando cierro los ojos y va entrando el sueño, como por una puerta que se va cerrando despacito, siempre hay una rendijita por la que se cuelan todas las preguntas y respuestas fallidas de mi día a día
Porque, ahí aparecen todas mis angustias contemporáneas, ahí comienzo a repasar errores pasados y cotidianos, sin que sea capaz de relajar la capa de exigencias en la que me envuelvo y sin que mi mente sea capaz de alejarlos.
No soy capaz, tampoco, de cubrirme con el manto de las cosas que se solucionarán más adelante, esas que voy enterrando a lo largo del día y que me aparecen, persistentes, a la hora de dormir. Quiero creer que a algunos de mis lectores les ocurrirá lo mismo.
No comprendo por qué mi mente, a la hora de dormir, ha de repasar todas las réplicas equivocadas del día, todos los enmudecimientos, todos los desdenes, todo lo que pude hacer y no hice, todos esos sonetos que llevo meses “en construcción” y que soy incapaz de terminar porque me flaquea el ingenio rápido… y el otro.
Además, desde hace mucho tiempo, si el día me ha ido mal, no logro aplicarme esa frase de injustificada esperanza oculta, que dice:” mañana será otro día” … y a lo mejor esa puede que fuera la solución.
Antonio Poyatos Galián
Crisis de los Conservadores
Trato estos últimos días, de entender la actual crisis del conservadurismo, ahora que parece haber entrado, éste, en un desconcierto discursivo, cada vez más propenso a sucumbir a veleidades populistas.
Como yo lo veo, aunque no lo entienda, los conservadores están perdiendo a batalla de las ideas, de aquellas ideas que discutíamos en la Universidad, cuando era joven, y se están convirtiendo en un reducto de heterodoxias, intentando emular la ortodoxia “progre” … puro complejo.
El faro de referencia del conservador estaba en la virtud de la prudencia, en sus valores, en la continuidad del orden, en la libertad, en la regulación limitada, en el esfuerzo y en el trabajo.
Por muchísimas cuestiones, unas entendidas y otras no, se ha dejado que el término “conservador” se cargue de connotaciones negativas, sin que hallan sabido reivindicar todo lo que, de ideología, y lo que conlleva, tiene esa orientación política.
Eso ha hecho que los conservadores sean señalados con la identificación de lo antiguo, como algo regresivo y maligno, algo fuera de los tiempos actuales en que se banalizan los valores, la familia, el esfuerzo y el trabajo, queriendo hacer ver al personal que esas banalizaciones son la base de “lo progre” por donde deberíamos caminar.
El Conservadurismo, -han hecho creer a la gente-, suena a pasado, a algo inmóvil, a lo estático, a lo contrario del progreso, cuando la realidad -que los conservadores no saben explicar-, es bien distinta.
Ser Conservador, en la opinión de este humilde juntador de letras, es una actitud vital que valora el presente y, por ende, el futuro esperanzador amparado por el bien común, así como las virtudes cívicas, el orden, las instituciones intermedias, las tradiciones, las costumbres, el esfuerzo, lo bueno de nuestro origen y de nuestro pasado… sin complejos.
Antonio Poyatos Galián