Cuando volvemos los ojos a nosotros mismos, inquietos por no se sabe que mecanismo oculto que sigue operando en nuestro interior, caemos en la cuenta de que los años todos lo modulan, lo transforman y los hacen distinto. Pienso, además, que, si hay algo en la madurez de los hombres que les confiere un estado diferente de pensar o de sentir, es el intenso amor hacia la persona con la que hemos compartido nuestra vida.
Porque, aunque ya sabemos que, bajo su imperio, en la juventud, se ve un prisma de colores irreales, y lo que a nosotros nos parece luminoso, maravilloso y sin defecto, en la realidad real seguramente es algo grisáceo, sombreado y común, esa niebla que nos impide ver claro, que nos trastorna y nos hace cambiar por completo nuestra personalidad, es, simplemente, la constatación de que estamos enamorados, inconscientes de la realidad, pero con una fuerza difícil de modular.
Pero, una afinidad espiritual, tras tantos caminos recorridos juntos, hace que nos transformemos sin estridencias. En la edad madura, no se trata de fingir, ni de aparentar, sino de mostrarnos como somos. No es caminar sobre sueños, sobre un sendero de nubes que se desvanecen, no es una aventura pasajera, no es una corriente que te lleva sin tu pretenderlo, ni es un calor que calienta tu alma de repente… es un proyecto meditado, a largo plazo, es dejar, de verdad, a un lado egoísmos personales, es un sentimiento sereno, un remanso de paz, es arroparse con cariño en la serenidad y en la ternura, es como una caricia soñada, es una mayor preocupación real por lo del otro que por lo nuestro, es un suspiro hondo e interminable que puede aparecer en cualquier momento en que menos lo esperas… y que a pesar de la edad, no está exento de ilusión y romanticismo, ya que nuestro corazón sigue bombeando sangre…
Es el amor maduro, el amor sazonado… amor incomprendido por los más jóvenes, amor muchas veces complicado por mil motivos, en procesos parsimoniosos y constantes, pero que, tras más de 45 años unidos a una persona, es una llama que día a día ilumina tu caminar cansino y te predispone, con ganas, ir al encuentro con esa persona que sigues deseando tener a tu lado a pesar de todos sus defectos. Sí, es el amor sazonado, el amor maduro…, y sentirse amado no tiene que ser patrimonio de la juventud, ya que, de una u otra forma, todos necesitamos sentirnos amados en cualquier edad.
Antonio Poyatos Galián.