A cuenta de lo que está pasando en la actualidad, oigo con bastante frecuencia por boca de bienintencionados parlanchines, la manida muletilla: hay que aprender de la Historia y es falso. De la Historia, la humanidad no ha aprendido nada, no se ha aprendido nada a través de los siglos. Solo tenemos que mirar al Imperio Romano, del que somos fiel reflejo en los errores cometidos y que llevaron a su desaparición, -lo he dicho muchas veces-, y vemos que los mismos errores los repetimos los humanos una y otra vez, haciendo orgullosa gala de nuestra memoria de pez para esas cosas de la Historia.
Simplemente basta con volver la vista atrás, como digo, y contemplaremos como la Historia es una repetición insistente y contumaz de los mismos errores trágicos, de las mismas maldades y del mismo horror, cada vez más mas planificado y ampliado por la increíble facilidad del ser humano para producir necesidades y muerte y para producir aparatos para perfeccionarla mientras las soluciones para el cáncer, por ejemplo, van a paso de tortuga.
Nada aprendemos de la Historia porque no se enseña en las aulas, y lo poco que se enseña es una historia tergiversada que frecuentemente no se corresponde con la realidad. Nada aprendemos de la Historia porque en lugar de avanzar en línea recta, la Historia gira en círculo cerrado, irrompible, que repite una y otra vez los mismos errores, que revive pasados nunca superados y que tropieza en las mismas piedras, como si el regreso al futuro fuera siempre con escala en el pasado y el retorno fuera un mito del que nunca estamos dispuestos a salir, aunque nos vaya en ello la vida, pero no queremos verlo.
Y los que confiamos en las religiones, vemos con desolación como las religiones se siguen moviendo muy mal en el terreno del pensamiento y de la Historia y siguen prefiriendo el terreno de los dogmas de fe. Todo lo que se avanza en el pensamiento filosófico, tropieza una y otra vez con las religiones, que prefieren a sus fieles seguir avanzando a su destino sin desviarse mucho del pensamiento original, sin tener en cuenta ni corregir los errores históricos, quizá para que no anide un pensamiento propio en sus cabezas y así no hay manera.
La sensación de no haber avanzado nada, es lo que sigue marcando la inutilidad de la Historia como aprendizaje, y solo el dinero que se invierta en Cultura -con mayúscula- y en pensamiento no sectario, dejará una rentabilidad válida para el ser humano como persona, pero el tufo -más que tufo, hedor- que desprende la actualidad, preñada de intereses partidistas y de sujetos que interpretan la historia según sus intereses, como entonces, nos refleja un pasado que parecía muerto… ¿Aprender a la Historia? ¡Ja!
Antonio Poyatos Galián