En estos días de largo y cansino confinamiento, he dedicado una parte de mi tiempo a intentar arreglar mi interior. Porque, a menudo arreglamos nuestro exterior, lo que se ve o lo que queremos que se vea y que llegue a los demás, pero descuidamos lo interno. Cuidamos la imagen, pulimos sentimientos y estados de ánimo con tal de que el reflejo de lo expuesto disimule todo nuestro interior, aún a costa de que lo que nos rodea, en lo que andamos metidos, nos supere y nos inunde. Lo ajeno marca más que lo propio, y nos dejamos llevar, casi arrastrar, por lo aparente y por lo lejano… por el envoltorio.
En estos días de largo y cansino confinamiento, he visto que hay muchas murallas que derribar en nuestro interior y que nos impiden ver la realidad en la que estamos inmersos, y que nos ocultan, con demasiada frecuencia, el camino correcto a seguir tras la línea de la fachada que nosotros mismos hemos fabricado, basada exclusivamente en la imagen que queremos proyectar, en la fatuidad de los juegos de artificio que nos circundan y que posteriormente arrastran buena parte de nuestra esencia.
Es como si pintamos las paredes exteriores, pero no prestamos atención a los cimientos de nuestra esencia. Lo que está pasando por el coronavirus nos ha puesto sobre la mesa, sobre nuestros ojos, la realidad de nuestra existencia, lo poco que somos, el engaño en el que estamos inmersos al pensar que somos “los reyes del mambo”, cuando, realmente somos lo que somos, no lo que aparentamos.
Tal vez de ahí la sensación de no avanzar en nuestra vida interior, de permanecer estancados a causa de la hojarasca que obstruye nuestras vías de avance, de abordar lo efímero como elemento sustancial de nuestra huida hacia adelante, persiguiendo al viento que sople en cada momento y pese a los intentos, persistentes y numerosos, por sobrepasar la fachada pétrea que nos impide salir al exterior y entender que hemos de caminar juntos y con más autenticidad.
Intentemos arreglar nuestro interior ahora que estamos en fase de parón de otras actividades, intentémoslo, que ya es mucho, y enfrentémonos a nuestro corazón con la cabeza… difícil y bonita lucha en la que no siempre existe el mismo ganador, aunque en opinión de este humilde perdido, a pesar de todo, debería haber más batallas ganadas por el corazón…
Antonio Poyatos Galián.