Llevando la realidad a cuestas, y aligerado el peso sobre mis hombros, camino cada día más ligero. ¡Es cierto!, el desarrollo de los acontecimientos vividos de un tiempo a esta parte y la actitud mantenida a mi alrededor por gentes de todo tipo de condición y estamento me han liberado de todo lo que en mí resultaba una especie de responsabilidad, de compromiso, de crítica, de sugerencia en favor del despertar de una sociedad que he querido creer dormida. Pero no, no es esa la situación, pues la realidad y las dimensiones de la respuesta ciudadana a los problemas y a las pretendidas soluciones me han acabado demostrando que todos los elementos, todas las prevenciones, todas las fórmulas articuladas para sugestionar a las sociedades y sumergirlas en un baño de estupidez, indiferencia e indolencia absoluta han triunfado, porque en ese estado la comunidad, las comunidades, se sienten cómodas y seguras .
La vida real, esto es, la también llamada vida ordinaria, se ha impuesto. La vida corriente es el resultado de varios siglos empujando hasta la exclusión cuasi absoluta de cualquier idea de lo suprahumano. Lo suprahumano es en el mundo contemporáneo abrumadoramente mayoritariamente concebido como absurdo, dada la progresiva imposición de un racionalismo cartesiano que, a pesar de ser considerado como absolutamente absurdo y especulativamente irreal se abrió camino por eso que le llaman filosofía mediante la implantación de conceptos como “el buen sentido” o, más aberrante aún. “el sentido común”, como si el sentido, en concepto lato pudiera salir del mero posible de la individualidad. La vida moderna, presente, es una vida en la que el pragmatismo material va ampliando su campo de acción en la medida que para el hombre moderno el éxito material, económico, se ha convertido en una indiscutible y positiva verdad, en la que un plan trazado de antemano se va desarrollando y expandiendo para el gobierno de ese mundo global, ese nuevo orden internacional como le llaman ahora. Y así, en sociedades cargadas de prejuicios y pobladas por sujetos que se sienten cómodos y hasta perdonados, por seguir la corriente, de esos falsos pecados que el racionalismo más vulgar, debidamente extendido por los más abyectos racionalistas, agnósticos de su propio racionalismo infundado, que desde hace tres siglos se arrogaron el título pomposo y vacuo de “librepensadores”, estos que endiosaron la uniformidad partiendo del principio de que a ellos, naturalmente, no debía alcanzarles, en sociedades dirigidas, el hombre vive cómodo, fundido en la masa, anónimo y dispuesto a aceptar todo lo que se le imponga, convencido que es “por su bien”.
El mundo materialista, mecanicista, impide incluso expresar cualquier pensamiento que lo contraríe, incluso a pesar de que en su momento el propio Leibniz demostrase, contra Descartes, la incapacidad del mecanicismo racionalista para explicar sus propias esencias. Pero es imposible tratar de exponer ante el concurso de los hombres del presente que ese mecanicismo racionalista, esas teorías vigentes en las llamadas ciencias empíricas sirven a lo sumo para describir los fenómenos pero no puede alcanzar más allá, no puede comprender y explicar su razón: Un racionalismo con el que el mundo se mueve y pretende seguir moviendo como dogma pero que es irracional a la hora de hallar los porque últimos de las cosas. En este mundo hay que vivir y se ha vivido, en permanente adaptación a las necesidades de unos sectores que nunca han representado a la sociedad ni a sus intereses, entre otras cosas porque hay que negar la una, la sociedad, como un ser, un cuerpo cierto con vida propia, y a los otros, los intereses sociales, como fruto de un pensamiento independiente, de la vida de la sociedad, sin capacidad de pretender la posibilidad de una entibilidad ajena al mundo sensorial, y se ha vivido a los dictados de personajes endiosados por esas filosofías, como el afamado Kant, capaz de elevar a dogma su confusión entre lo “inconcebible” y lo “inimaginable” antes de reconocer su mero y simple error.
Este tipo de cosa, este tipo de explicación, de base de discusión o diálogo es el que he abandonado, porque a ningún destino pueden llevar cuestiones que se alejan del pragmatismo del hombre cosificado, del hombre masa, del hombre mecanicista racionalista que se ha impuesto a sí mismo la negación de todo lo que no sea rentable desde un sentido económico político, y que le venga administrado por los grandes gurús de las pseudo ciencias que nos rodean. Pero no creo que este momento sea el último, el final del ciclo, a pesar de tener en mi contra la opinión de buena parte de los autores. No veo el final que desde hace años vienen anunciando gran cantidad de pensadores y que en los días en que estas líneas se escriben se elevan voces apocalípticas que dicen y predicen que ya se ha llegado al fin.
No es esta esa fase final, aunque si su preludio, ya que no se ha llegado al culmen, a la cima de la confusión. ¡Se llegará! No sé si más o menos tarde, ha de llegar la fase de choque, el momento en el que la ilusión ficticia, las esperanzas y las conquistas tangibles del hombre de la vida corriente y ordinaria, del hombre de la sociedad de bienestar, del hombre masa, no pueda sostenerse y caiga de modo definitivo, produciendo el gran descalabro, el gran desengaño.
Este desfondo no se ha de producir como un fenómeno universal, general y lineal , que afecte simultáneamente al planeta , sino que se irá produciendo en distintas escalas para irse extendiendo como un virus, de hecho ya se está produciendo y a los acontecimientos del presente me remito. Se ha abierto ya una etapa de desorden y subversión , de caos que, como todo caos abrirá la puerta a una nueva edad de oro… Y no es que no se divisen ya algunos avances, situaciones que van introduciendo en la vida cotidiana: El miedo, por ejemplo, miedo generalizado y manejado desde el poder. En miedo se podrá producir y fomentar, mantener incluso, hasta algún momento límite en el que el temor, como pasa siempre, abrirá la puerta al envalentonamiento desesperado, Ese miedo ha creado ya la sensación individual de desconfianza en los demás que ya se vive y se manifiesta en las ciudades de todos los países del mundo global.
La desconfianza de los unos con los otros, que llegó a multiplicarse bajo la justificación de la propagación de la pandemia, de una más entre tantas que la humanidad ha padecido en todos los tiempos, se ha expandido adoptando la forma de una radical de insolidaridad, de falta de consideración y respeto a los demás, incluyendo la utilización de medios oscuros, de esa delación indigna, de la rienda suelta también a la venganza. ¡Ya no se es amigo del amigo, ni vecino del vecino!. Las medidas que los poderes públicos instauraron por sospechas “sanitarias”, según se decía, y, por supuesto, “por el bien de todos” ha dado paso a la normalización de un sistema de estado policial totalitario más radical aún, en el que cada cual se ha de volver guardián y vigilante de su hermano…
Parece que todos sospechan que han de asistir a tiempos demoledores, pero no se percibe la sensación de que todos nos hemos convertido en enemigos de todos. ¡Qué gran triunfo del sistema! Del periodo de aislamiento por la pandemia ha surgido una sociedad más desconfiada, una humanidad más aislada que incluso muestra ahora, pasado ya bastante tiempo de los días de confinamiento se muestra reacia en muchos sectores a volver a lo que se consideraba antes “normalidad”.
Son muchos los que ya no han vuelto a recuperar la sociabilidad de antaño y se han entregado a un estado de menos libertad, de más esclavitud, en el que la conexión con el mundo exterior es mínima y todo contacto se reduce a la información tendenciosa de los medios y a los intoxicantes contenidos de internet.
En este orden establecido, con su racionalismo a ultranza, sin ninguna conexión con lo que pudiera tener connotaciones de suprahumano, solo sobrevive la fe en el progreso, una fe extraña en un progreso más que decadente que no sale del círculo vicioso, todo ello al son de una moral de los tiempos que se ha ido haciendo y modificando conforme a una idea central: la utilidad productiva, la productividad materialista y la conversión del hombre en herramienta, en máquina. Aquella acusación que se hacía permanentemente al marxismo de querer imponer lo que se llamaba la moral utilitarista ha resultado ser la doctrina impuesta a una buena parte del planeta desde el capitalismo más radical y el neo liberalismo… Esta moral utilitarista del mundo del progreso, del mundo de la inestabilidad y el cambio permanente, se va adaptando a lo que el día a día impone al sistema sin tener una base sólida, unos cimientos permanentes.
Desde mucho tiempo atrás, la estabilidad que implica el vector espacial, el anclaje a unos principios y valores permanentes, fijos, estables, se fue minando… Le ganó terreno el factor temporal, el tiempo que es por principio mutable, inestable y con ello se afianzaron principios como el humanismo, pensamientos como el racionalismo, filosofías de autores y doctrinan no generalistas sino sistemas personales montados sobre pensamientos subjetivos. Y cuando digo mucho tiempo atrás me refiero a más atrás de lo que por lo común se podría pensar.
Las turbulencias del presente, tanto enfrentamientos bélicos como luchas tecnológicas y por el dominio y control de la humanidad, la pugna por alcanzar la cima del poder de la economía, la santa y adorada economía, no son, como antes expuse un punto y final de un mundo, de nuestro mundo presente, sino la entrada a unos tiempos que serán duros y contradictorios, pero que nadie quiere ver. Los humanos aislados en sus miedos y alentados por las falsas expectativas se darán cuenta al final, dentro de bastante tiempo, del desastre irremediable del que nadie quiere hacer mención ahora.
Sin un anclaje en cimientos firmes, espaciales, imperturbables a la acción de permanente dinámica de cambio del tiempo, poco puede esperarse. Desde luego, si algo tuvo aquel movimiento de la ambición humana y de deshumanización social que se abrió con el Renacimiento fue la capacidad de dinamitar todo trazo de principios permanentes. Desde entonces se ha venido contemporizando y dando cada día más espacio a todo lo que suponga cambio, progreso, avance, pero siempre desde el punto de vista sesgado del ser humano, erigido como centro de un Universo que nunca alcanzará a conocer, ni mucho menos a dominar. Hasta los propios principios y creencias religiosas han sucumbido y se han ido amoldando a lo mutable, a lo cambiante, de tal modo que las cuestiones que en teoría procedían de revelaciones, de mandamientos que se tenían por divinos, fijos, inmutables, imperecederos, han ido adaptándose a los tiempos, como es el caso del Catolicismo Romano que para mantener peso y fuerza social ha ido permutando con los tiempos desde sus dogmas hasta sus ritos, validando situaciones del mundo moderno y del progreso bajo la consigna falsa y errática de que la Iglesia y su doctrina se tiene que adaptar al momento temporal cuando la realidad es que su esencia es la intemporalidad, la permanencia en la perpetuación de sus principios y el mantenimiento de su orden contra viento y marea.
Todo es caótico, y se ha deber mucho más en los tiempos sucesivos, aunque nadie debe dudar que al final del tiempo turbulento volverá un tiempo, una edad de oro.
Manuel Alba
Abogado en ejercicio
Afianzar el Presente
Son muchos los que asumen que, a unas alturas de la vida en las que mirando atrás se observa que es mucho, tal vez demasiado, el camino recorrido, nada hay más relativo que lo futuro. Así hay quien piensa, una vez pasada la edad sin retorno, que lo que haya de venir vendrá y que el mejor modo de afrontarlo es dejarse llevar, obviando todo lo posible que pueda lograrse la preocupación y vivir lo más despreocupado posible por asuntos que ya competen a los que vienen después. Otros, sin embargo, no pueden desprenderse de una existencia mediatizada por condicionantes, de un vivir en permanente perturbación hasta que caiga el telón, fundamentalmente por sentirse obligados por una carga que la moralina de unos tiempos o unas ideologías, o la imposición de alguna divinidad. Estos piensan en ser sujetos de deberes de futuro, que han de cumplir las misiones heroicas y salvadoras que unas místicas laicas y unas religiones materialistas y ateas les han impuesto: Son los que se creen que han de seguir la línea que ha marcado su ayer, su pasado, y han de procurar “mejorar” el mundo, “dejar un mundo mejor” para las futuras generaciones.
Hay más opciones, pero me detengo aquí puesto que en mi actitud personal solitaria e irreverente frente a lo que llamo modernidad, mundo moderno me impulsa a llegar a ser totalmente irreverente y a burlarme casi hasta obscenamente de esa visión del mundo en la que la vida ha de ser un permanente mirar hacia el mañana… ¿Qué mañana, que futuro? El hombre mayoritariamente común llega a las últimas etapas de su vida convencido de que sigue teniendo deberes de cara a ese futuro, los deberes que tuvo siempre porque la sociedad se los impuso desde su aparición en la tierra. El hombre tiene y ha tenido miedo al hoy, al presente, desde su nacimiento y ha sufrido terror ante la posibilidad de plantearse la hipótesis de un tiempo pasado que pudiera haber sido más luminoso. Todo ello tiene sus causas, pero en la dinámica moderna lo importantes son los efectos y la causalidad se pretende desvincular a lo que se llaman “las realidades”.
Hay que vivir para preparar un futuro, un futuro mejor para quienes nos sucedan un futuro mejor para el planeta, para el Universo, y en ese objetivo quimérico, injusto e inhumano se ha de empeñar y sacrificar el hoy, se ha de renunciar al presente. Pero, ¿quién puede imponer al hombre ese absurdo modo de existir sacrifical en el que se ha de renunciar al propio ser, en cuanto ser, y entregarse a pasar por la tierra llevando por estandarte el sufrimiento por bandera, vivir en cuanto ser humano como un ejercicio pluscuamperfecto de sado masoquismo? ¡Pues ahí tenéis el mañana real que se avecina!
Siempre dije que los que vivían pendientes del mañana, del porvenir, de la seguridad de una hipótesis de futuro lo que realmente hacían era morir día a día, hora a hora, minuto a minuto, y no me importó, y mucho menos ahora, ser un hereje al que le trae sin cuidado el mundo que pretenden los más, en un ejercicio, por otra parte, supremo de egolatría e impertinencia, dejarles a los que nos sucedan. ¿Quiénes somos, en todo caso, para condicionar el tiempo que no será nuestro?, ¿Con que derecho nos atrevemos a pontificar sobre lo que deberá ser e incluso a imponer normas para un tiempo en el que vamos a estar muertos, reglas para que los que vengan a sucedernos sigan la senda que se les deje marcada, condicionen su existir a nuestros pensamientos y deseos?,¿acaso pretendemos perpetuarnos en los tiempos venideros?.
No podemos ni tan siquiera asegurar los acontecimientos del día de mañana, y ahora, en el clima de tensión que se respira en todos los planos, en el ambiente de inestabilidad política que se está desarrollando, incluso con las amenazas de conflictos bélicos a gran escala en el planeta, el incierto e inestable porvenir es aún más dudoso que nunca, incluso el propio existir del género humano tal y como lo conocemos está siendo causa de inquietud. Está claro que hoy por hoy no podemos afianzarnos ni en el efímero presente, pero todo el carnaval socio político alimenta el fuego de ese mañana, de ese largoplacismo mucho más que hipotético.
No sirve, no vale en nuestros días, fijar la vista en la tradición, en los hechos del pasado histórico que, aunque no se hayan de repetir, pueden dar pautas, orientaciones sobre las líneas que han sido en mayor o menor medida constantes en el devenir del tiempo porque para el humano de ahora nada vale del pasado, o incluso subjetiviza y condiciona lo que una vez pasó sacando conclusiones de conveniencia para iluminar sus pretensiones de futuro. Ciertamente, del pasado no se puede vivir, el pasado precisamente pasó, quedó atrás, no se puede resucitar, pero algunos hilos, algunos reflejos, permanecen constantes, y así sabemos, o deberíamos saber, que hay momentos de grandes cambios, y que lo que nuestros predecesores trataron de condicionar, articular, reglamentar, para condicionar la vida de los que les habrían de suceder no sirvió, porque las circunstancias, las situaciones se impusieron. Eso ocurrió en todos los tiempos, en todas las civilizaciones. Y no solo a escala de macro acontecimientos, de “globalidad”, sino que también ocurre lo mismo en dimensiones más reducidas.
Las previsiones de futuro no pueden ser el eje del desarrollo de la vida de las sociedades, ni de los propios individuos. Todo lo que se hace con pretensión de perpetuidad, con aspiración de permanencia está condenado al pasado. Como ocurrió siempre, como ha de ocurrir siempre, no podemos prever ni la pequeñas cosas, ni las cuestiones que nos afectarían, por ejemplo, en el ámbito de nuestras propias familias o de nuestros propios bienes, que, dicho sea de paso, nunca son propios, sino que los poseemos a lo sumo a modo de usufructo vitalicio. Al igual que les pudo pasar a nuestros antepasados ha de ocurrirnos a nosotros. Seguramente, y sin irme muy atrás en el tiempo, nuestros bisabuelos nunca pensaron en que existiríamos, por supuesto nuestros tatarabuelos menos, y aunque pudieran prever el destino de sus cosas, de las casa que ocuparon, de sus pertenencias, de una manera determinada, seguramente hoy aquellos bienes están en manos de personas cuya existencia ni imaginaron y sus descendientes, salvo en contados casos no tienen ni remota idea de quienes fueron aquellos de los que proceden que vivieron hace dos siglos antes que ellos.
Con nosotros pasará igual, tanto a nivel individual como colectivo, ninguno de nosotros puede imaginar a sus descendientes de dentro de cuatro generaciones, ni si su preciada casa subsistirá entonces, ni en manos de quien estará. Mucho menos se puede prever el mundo del futuro ni pretender que nuestras normas, nuestras ideas, nuestros sistemas políticos o sociales perduren a medio o largo plazo. Si, ciertamente todo es relativo, más que relativo.
Frente a lo que considero errático y hasta inmoral, esa pretensión de que las gentes del futuro se muevan en el marco que los del presente les queramos fijar y condicionar, creo que habría que plantear realizar los movimientos, la jugadas precisas, para afianzar el efímero presente con unas pretensiones de permanencia muy cortoplacistas, afirmar el hoy para que los que vengan puedan hacer con sus vidas y lo que será su mundo, lo que estimen conveniente según sus propios moldes e ideas.
M. Alba
Toca callar y esperar
¡Ha pasado!¡Tenía que pasar!, ¿Tenía?… Pero solo nos toca indignarnos, pero poquito, no demasiado estrepitosamente porque puede ser que ofendamos, discriminemos, nos mostremos radicales y racistas…¡Tenemos prohibido lanzar nuestras voces a la distancia que las impulsan los sentimientos!.
¿Podrá volver a ocurrir?… ¡Seguramente sí, pero nos podremos indignar del mismo modo, incluso si lo que puede ocurrir y, probablemente, ocurrirá, sucediese en la esquina de nuestra calle, en el colegio de enfrente, en el Hospital o en el aeropuerto de la ciudad!. ¡Ojo, que el Código penal civilizadísimo del Estado Democrático de Derecho nos impone no señalar y no identificar a unos u otros por rasgos, peculiaridades o características diferenciadoras porque se nos ha impuesto que eso es discriminación racista, étnica, cultural, y ha de ser severamente castigado!
Somos así, nos vemos obligados a ser así, pero…¿De verdad queremos ser de este modo?… Nos hablan de células aisladas, de situaciones controladas, pero ni parecen ser aislados estos fenómenos ni da la sensación de control este tipo de asunto… Pero somos tan buenos que comprendemos que estas cosas pasan porque quienes las hacen son incultos, radicales, extremistas que están equivocados, que cuando comprendan y asuman las bendiciones de la democracia todo se terminará….¡A lo mejor hasta ese momento hay que dejar en la cuneta unos cuantos cientos, miles o millones de muertos esparcidos por el mundo, pero la cosa lo merece! ¿Creemos que lo merece?…¡Tal vez, incluso, nunca vayan a comprender las bondades de nuestro idílico modo de entender la vida y la convivencia!¡Pero nuestra obligación, nuestro deber impuesto bajo la advertencia de sufrir severa sanciones si no lo cumplimos, es comprender, entender, y asumir que el intento de aceptar las situaciones, el esfuerzo integrador, es absolutamente necesario aunque entrañe riesgos colaterales!
No discriminemos, ni mostremos, recelos ni, la menor antipatía a esas personas que viven a su modo, según dictan sus cánones sociales sin hacer la mínima concesión a nuestra cultura, a pesar de que, incluso, ya son generaciones las que han pasado por los colegios o las universidades de nuestros países, y han accedido a nuestros ya decrépitos sistemas de bienestar social…. Si acaso, tengamos respecto a ellos lo único que se nos permite: miedo, pero un miedo lo más reprimido posible, no vaya a ser que se les ofenda.
No opinemos en contra de la entrada masiva, ilegal, indiscriminada, de personas que y consideran un triunfo estar aquí…. ¿para qué?. Si se comete el atrevimiento de emitir una opinión desfavorable, habrá una Asociación No Gubernamental, subvencionada con nuestros impuestos, que denunciara tal actitud racista, xenófoba, injusta y criminal contra esas personas, subvencionadas con nuestros impuestos, también… Habrá un funcionario de alto nivel, un Fiscal, quien acusará al que ponga en duda, discuta o se oponga a que esas buenas gentes se infiltren en nuestra sociedad, y le llevará a juicio, tal vez a la cárcel… ¡No, por favor!…¡Callen, callen, callen y bajen la cabeza!… ¡Esperen!. Además recuerden que hay países tan peculiares como España en los que se ha elevado a la categoría de delito un sentimiento natural del ser humano que es el odio.
El miedo, la duda, la desconfianza es cosa que tenemos que dejar para la más absoluta reserva personal y tenemos que salir a la calle alegres, contentos, confiados… ¡Opinar sobre lo que paso antes, lo que ha pasado ahora y lo que quede por venir se ha de hacer con la dulzura suficiente como para que no se note y que nadie se vaya a sentir aludido o señalado!… ¡Por favor, no sean xenófobos, no discriminen y no se vayan por la otra acera si ven venir a quien no les merezca confianza, tal vez porque se les tiene miedo, porque se les sabe protegidos en todo aquello en lo que los demás se comienzan a ver desprotegidos!.
¡Prohibido desconfiar!, ¡prohibido recelar!, y si observan una conducta reprochable en una de esas personas que son y se sienten protegidas, amparadas y subvencionadas por quienes deberían, o al menos podríamos pensar que así debería ser, protegernos, proteger nuestra integridad, nuestro modo de vivir, nuestra cultura y nuestras tradiciones, no diga nada, no haga el mínimo reproche, no se enfrente… Miren hacia otro lado, dirijan su vista hacia el suelo y eviten verse perjudicados porque aquel que ustedes ven que está cometiendo un acto inadecuado, incluso delictivo, se les revolverá erigiéndose en víctima al grito de “racistas” y de algún lado saldrán sus ángeles protectores pagados con nuestros impuestos para criminalizarles.
Son tantas cosas las que se han ido de las manos bajo la ficción, la apariencia artificial de los dogmas laicos de nuestros tiempos… Son tantas las imposiciones que se han ido cargando sobre las espaldas de los ciudadanos relegados a ser un mero número y condenados a soportar situaciones que les llevan a ser prisioneros del sistema y sus arbitrariedades, tantas las decisiones que se toman en contra de los legítimos intereses de las naciones a preservar su identidad, sus raíces, sus tradiciones y culturas privilegiando un auténtico fenómeno de colonialismo, esta vez de inverso sentido.
Pero mejor callar, soportar y esperar…. Porque algún día esto ha de cambiar.
Manuel Alba
Yo no voto y otras cosillas de un rebelde
¡Que buenos somos los de mi partido y que perversos los otros!. La cantinela electoral con sus ristras de promesas para incumplir, como siempre, machaca a las masas anestesiadas. Alrededor de los cuarteles generales de los partidos pululan ya las bandadas de entusiastas colaboradores que lampan por obtener aunque sea unas migajas del resultado electoral si fuese favorable, un carguito de confianza, algún puestecito para poder adosarse al menos por una buena temporada a la lista de pagados por los presupuestos…
Me resultaba todo esto hasta hace algún tiempo indignante, como también me irritaban las componendas post electorales que forjan mayorías y dan una legitimación más que dudosa a unos a costa de los otros… ¡Pero eso era antes, ahora me divierte!
Y me divierte aún más los gestos y las palabras que me dirigen algunos, mis conocidos o gente más próxima, cuando les comunico que yo, como siempre, y por pura coherencia, no voy a votar, no voto nunca porque no tengo fe en el sistema, no creo en la democracia, ni en el pluripartidismo, al igual que tampoco creo en los sistemas de partido único ni en los experimentos frustrados de totalitarismos del siglo XX y XXI, en los fascismos, en el comunismo, ni en nada por el estilo. Y como no creo utilizo el único mecanismo que está en mi mano para mostrar mi discrepancia: me abstengo de participar en los enjuagues electorales y no voto.
Me increpan porque dicen que no votando favorezco a unos y perjudico a otros por el concurso de la Legislación electoral, pero es que a mí que la Legislación electoral, que la famosa Ley D´Hondt, me trae exactamente sin cuidado porque parto de lo ya escrito: no creo en el sistema, y en esta vida hay que ser coherente. Si uno se opone a algo y por las razones que sea entra a participar en eso a lo que se opone entra en una contradicción difícilmente superable, más bien imposible de superar. Votaría si por imperativo legal el voto fuera obligatorio.
No defiendo mi opción, tampoco me opongo, obviamente, con acción alguna que vaya encaminada a impedir que los demás ejerzan su derecho constitucional al sufragio… No creo, además, que haya muchas personas que respeten y acaten el orden constitucional, la Constitución y el Ordenamiento Jurídico del Estado Español con el rigor que lo hago, pero, eso sí, nunca dejo de expresar que mi acatamiento, mi respeto y mi cumplimiento estricto de todo ello deriva del imperativo legal. Esas son las normas, esas son las reglas de juego en España y se cumplen, las cumplo, pero sin ninguna fe en ellas y sin ningún convencimiento. Se me dice que gracias al sistema puedo yo incluso expresarme de este modo, y no lo niego, es más ya que cumplo por obligación y no por convicción ni devoción indiscutiblemente no renuncio a lo que me es favorable… ¡faltaría más!.
Argumentos para justificarme tendría en evidencias tales como la pérdida constante y creciente de libertad de la ciudadanía que se va produciendo con el desarrollo temporal del sistema, la falta de representatividad que observo justamente en los órganos e instituciones que se dicen representativas, el deterioro de la convivencia, la polarización de la sociedad, etc…, pero nada de esto es cuestión de debate, y no juzgo necesario tampoco ocuparme de ello. Solo señalaré que la abstención en las últimas elecciones generales de 2.019 supuso que el 24,25% del censo electoral no votó, es decir, que los resultados, las mayorías, las componendas, los pactos y demás sucedidos, sea cual sea el sistema electoral, se produjeron con un 24,25 % de la población con derecho al voto que por una u otra causa no votó. ¿Qué pasaría si esos porcentajes ascendiesen a más del 50%?
Vivimos en un mundo globalista, más bien seguidista, a remolque de determinados liderazgos que dictan las reglas del bien y del mal en lo que se denomina Civilización Occidental, término tan relativo como lo es el mismo concepto de Occidente, pues si nos situamos a la orilla del Océano Pacífico, el Occidente cae por otro lado. Y en el mundo que vivimos, de hipotéticos derechos y valores universales, de fe en el materialismo más radical y de igualdades supuestas, el mundo en el que la única desigualdad que se debe mantener de hecho y se procura también de derecho es la económica, en el que no se pueden reconocer fallos ni contradicciones por imperativo del dogma, de los dogmas laicos imperantes, el mundo en el que los estados y los entes internacionales que los engloban imponen férreas pautas, “por nuestro bien” porque todo se hace, por lo que se cuenta al hombre masa, siguiendo el modelo de nuestra Dirección General de Tráfico en sus señales prohibitivas y coercitivas: “por tu seguridad”.
Pero el mundo de la Civilización Occidental falla más que una escopeta de feria aunque no se reconozca y ha creado una sociedad enferma… ¿Me equivoco?. Solo hay que ver las noticias televisadas, leer los periódicos, escuchar la radio:
Con todas las normas generadas contra el género masculino, convirtiéndolo en su conjunto en presunto delincuente, con todas las normas que imponen que sobre la razón, la inteligencia o la capacidad, la mujer tenga a su favor una permanente discriminación positiva, con todos esos observatorios, comités, unidades especiales de Fuerzas de Seguridad del Estado, cada vez hay más feminicidios, cada día nos asombramos más porque el número de mujeres que pierden la vida en circunstancias desgraciadas, violentas, inadmisibles, crece. Ahora se viene observando un detalle a la hora de hacer públicas estas desgraciadas noticias: se omite señalar en casi todos los casos el origen o procedencia territorial de víctimas y asesinos, por aquello de no discriminar. Ningún comité de emergencia, ningún medio, ningún Ministerio parece poder parar esta desastrosa situación. ¿No es esto un síntoma evidente de que la sociedad está enferma?
Cada vez se dan más casos de padres que matan a sus hijos…Tamaña aberración contra natura se produce en contextos de familias que ya no se pueden llamar desestructuradas porque el concepto de familia es ahora más amplio y con múltiples posibilidades de normalidad. Difícilmente se encuentran antecedentes en el pasado tal profusión de casos espeluznantes y ahora se dan, se producen. ¿Acaso no es otro síntoma de que la sociedad del mundo perfecto, el primero mundo, y en concreto, nuestro caso, padece una enfermedad colectiva?
Los menores están más desamparados que nunca. Los padres tienen limitados por imperativo de Ley su potestad sancionadora sobre ellos y los poderes públicos les han cubierto de una extraña protección. Los educadores han visto restringidas sus capacidades sancionadoras ante conductas poco edificantes, se ha montado toso un sistema de amparo y protección al menor que ha dado como resultado práctico todo lo contrario. Así también las noticias de cada día nos ponen en conocimiento de casos más y más abundante de acosos en los centros escolares, acosos que van desde las manifestaciones verbales hasta las agresiones, algunas con resultado de muertes, acoso que no termina en las aulas sino que se continúa mediante ese prodigio técnico que son las redes sociales, acosos que llegan a aplastar al perjudicado hasta el punto de llevarles al suicidio. No se observan limitaciones a este tipo de abuso, a este tipo de maldad, de crueldad, que solo se puede reprimir cuando un resultado letal se produce… y por mucho que se pretenda convencer de lo contrario, cada día aumentan los casos, al igual que aumentan las agresiones a profesores, o incluso de los menores a sus propios padres. ¿No es éste otro síntoma de enfermedad de la sociedad?
Y tomando cifras oficiales, es alarmante el aumento de suicidios en España, y el dato del año 2.021, último al que he tenido acceso, nos daba casi once casos al día, un total de 4.003 personas se quitaron la vida ese año, el año anterior, 2.020, fueron 3.941, parece que el año 2.022 aumento la cifra más aún, no se cuentan aquí el número de personas que intentaron poner fin a su vida pero por las circunstancias que fueren no lo consiguieron. Son más que las víctimas de accidentes de tráfico, y es un problema que tiende a incrementarse sin que hasta el momento parezca que encontrar una solución. Situaciones de depresión, frustración personal, quebrantos económicos, fracaso por no llegar a alcanzar las metas de unas sociedades competitivas, cada vez más implacables con quienes no alcanzan sus fines, quebrantos de tipo sentimental, angustia, soledad. ¿No es esta otra evidencia de que la sociedad está enferma, muy enferma?
Y ahora nos enfrentamos con el suicidio de menores, esos niños que no llegan a la adolescencia porque sus problemas en el ámbito familiar y escolar los superan frustrando sus vidas o porque responden a la acción llamada que desde esas ya mencionadas fabulosas redes sociales e internet, a través de sus múltiples mecanismos de captación e influencia sobre las mentes de mayores y jóvenes, de muchos contenidos perversos que invitan a seguir las pautas de juegos y contenidos que resultan letales. ¡Otra prueba de la enfermedad social!
No voy a seguir, pero podría, señalando síntomas de lo gravemente enferma que se encuentra la sociedad española, el feliz y utópico Estado Social y Democrático de Derecho que en el artículo 1, apartado 1 de la Constitución Española de 1.978 se consagra, pero podemos hablar de los problemas de los ancianos, de las personas señaladas con el eufemismo de Tercera Edad para no decir abiertamente viejos, o la discriminación y diferencia de derechos y obligaciones que de hecho se producen a tenor de la desmembración del Estado en esas pequeñas repúblicas camufladas bajo la denominación de Comunidades autónomas.
Si, sé que se me puede alegar que estos problemas son comunes en mayor o menor medida a los demás países de nuestro entorno, y por supuesto que es así, que se dan en Francia, Portugal, Italia, en todos los lugares donde opera el mismo sistema, pero ¿es esto acaso un consuelo o una justificación?. Creo que no, en absoluto, pienso que lo que determina esta generalización es que se precisa una corrección, un cambio de dirección, un golpe de timón para sanar las sociedades enfermas de los países de la mal llamada Civilización Occidental, empezando, además, por el líder, el salvador del mundo, ese Estado puritano, casi teocrático en su multiplicidad de creencias de corte protestante que es los Estados Unidos de América, a los que todos seguimos desde que se erigió en custodio y exportador de unos valores que le son propios, imponiéndolos al resto de sus seguidores por las buenas o por las malas, porque seguimos ciegamente a un Estado líder en el cual la tasa de suicidios se eleva cada vez más, y hace mella especialmente entre los miembros de sus Fuerzas Armadas y entre niños y adolescentes, un país con una población superior, muy superior a la española, pero que pretendiendo ser tan ejemplar, un modelo a seguir, tiene una tasa de violencia de género muy superior proporcionalmente a la nuestra con cerca de 2.000 mujeres muertas por esta plaga en 2.019, último dato que he conseguido. Seguimos al vigilante de la democracia, un lugar donde los asesinatos masivos perpetrados por gentes de todas las edades, desde niños hasta ancianos, las masacres en los centros escolares, en los supermercados y en cualquier parte están a la orden del día y lo vemos cotidianamente. Vamos al paso que nos marcan desde un país con un extraño sistema electoral, un país en el que la pobreza extrema crece y se ceba en la población más vulnerable y en el que la desigualdad económica es brutal, donde no existe la protección social, donde ven la pobreza como un fracaso individual, es decir, que las personas no trabajan lo suficiente, están tomando malas decisiones, no tienen suficientes habilidades y ese tipo de cosas. Por lo tanto, depende de ti levantarte, como señala Mark Rank, un profesor considerado uno de los mayores expertos en pobreza en Estados Unidos, donde la desigualdad de ingresos y riqueza aumenta y es mayor que en casi cualquier otro país desarrollado, según el Consejo en Relaciones Exteriores, un centro de análisis en Washington. Y no se olvide que también baten el record en orden a la proporción creciente de criminalidad y violencia, donde según datos del F.B.I. en 2021 le produjeron más de 21.000 homicidios,, cifra que supone desde la misma fuente un 29´4 % más que en 2.019, en el contexto de 1.300.000 delitos violentos.
Vivimos en una sociedad enferma, en un sistema enfermo que requiere correcciones, enfermedad que alcanza en mayor o menor grado a todos los países de similar corte político, a todos los que han ido incorporándose al supuesto modelo perfecto a partir del término de la II Guerra Mundial. Y yo me pregunto, ¿Nadie se plantea que la enfermedad social, del sistema no es sino el efecto de seguir un modelo falsario, un ejemplo poco edificante, un contagio del propio mal social endémico y al parecer incurable que sufre los Estados Unidos de América? ¿Acaso las viejas civilizaciones, las culturas milenarias tradicionales de nuestro entorno no podrían mirarse en otro espejo o construir un sistema diferente?
Manuel Alba
Emotivo Pregón de Semana Santa de Angeles Muñoz
María Angeles Muñoz ante la Semana de Pasión pronuncia un Pregón donde se trasluce el Calvario que está sufriendo con tantos ataques a su persona y a su familia, para la que tiene un sentido recuerdo, anteponiendo, no obstante, su condición de servidora al servicio de Marbella, cuya Semana Santa refleja en sus palabras, citando nombres, cofradías y cofrades y dictando una lección de auténtico sentir cristiano, donde invoca al perdón y a la esperanza.
Todo el Pregón está dicho de una manera muy sentida, pero firme y con claro convencimiento de su fé cristiana, a la que hace referencias frecuentes. Y al invocar la protección de la Virgen para Marbella, no se olvida de su madre recordando como se inició su sentimiento cofrade y de amor por la Semana Santa andaluza.
El pregón ha causado impacto y las mejores vibraciones en todos aquellos que lo vivieron directamente o lo están haciendo a través de grabaciones que corren de una mano en otra por las redes sociales.
La situación personal de la Alcaldesa, el Calvario que está viviendo está impactando en muchas personas del noble pueblo de Marbella, que no terminan de comprender como la guerra política que se ha desatado ante las próximas elecciones, en esa lucha del “quítate tú, para ponerme yo” ha descendido al nivel de las acusaciones familiares con calificativos que no deberían usarse nunca.
Ante el altar mayor de La Encarnación, ante Jesús y la Virgen María, la alcaldesa volvió a reafirmar su amor y dedicación para poner a Marbella en el lugar más alto posible, a trabajar sin descanso por Marbella y a desear al pueblo una Semana Santa brillante, espléndida, con Marbella llena de turismo y con trabajo y prosperidad para los trabajadores y empresarios marbelleros. Esa Marbella pujante, cuidada, atractiva, vivible, que todos deseamos.
En los cientos de asistentes al Pregón estaba presente la situación personal de la alcaldesa de Marbella, adivinando en cada palabra, en cada renglón, en cada gesto, el sufrimiento personal que lleva dentro, aunque María Angeles Muñoz se muestra fuerte, firme, trabajando y estando a su hora en el despacho, en la inspección de tantas obras como estan mejorando Marbella, en los actos y conferencias, en el contacto y el dia a dia con los vecinos en calles y barriadas. La firmeza con que pronunció el Pregón de la Semana Santa de Marbella parece como si quisiera aparecer fuerte y segura ante el pueblo de Marbella por el que trabaja, no dejando traslucir lo que está pasando, lo que de verdad lleva dentro de sus sentimientos.
Y firme y con ilusión, la alcaldesa invita a los vecinos de Marbella “a vivir con intensidad y emoción la Semana Santa de la mejor ciudad del mundo”
La regidora, en un sentido y emotivo pregón en la Iglesia de la Encarnación, rememoró anoche sus sentimientos y devociones en la Semana de Pasión y reconoció la labor de las hermandades “para hacer aún más grandes estas jornadas” y “la callada acción a favor de los más vulnerables”
La alcaldesa, Ángeles Muñoz, invitó este sábado, en la Iglesia Nuestra Señora de la Encarnación, a los vecinos de Marbella “a vivir con intensidad y emoción la Semana Santa de la mejor ciudad del mundo”. La regidora, en un sentido y emotivo pregón, rememoró sus sentimientos y devociones en la Semana de Pasión y reconoció la labor de las hermandades “para hacer aún más grandes estas jornadas”.
“Quiero agradecer a la Agrupación de Cofradías su generosidad por nombrarme pregonera, una tarea que asumo con la máxima responsabilidad y orgullo, porque no hay nada más relevante para alguien que ama la Semana Santa”, comentó la alcaldesa, quien añadió un reconocimiento “a las personas que han hecho a lo largo de los años grande estas jornadas de pasión en Marbella, sin olvidar la labor callada de las hermandades con los más vulnerables”.
Muñoz, que tuvo un emocionante recuerdo a Pablo Ráez en su intervención, también resaltó “los momentos únicos que dejan los desfiles procesionales en nuestra ciudad” y señaló al inicio del pregón que “hoy quiero abriros mi alma, contaros mis recuerdos y experiencias compartidas en esta ciudad, única e irrepetible, que me acogió como una madre perfecta”. La primera edil, recordó “los momentos entrañables que he vivido con vosotros, y que guardo con orgullo, no como alcaldesa, sino como una cofrade más, que, llegada nuestra Semana Grande, siento y padezco en los días de lluvia, tan deseada el resto del año, que disfruto con las calles llenas de gente y me emociona ver a los niños jugar con sus bolas de cera y sentir ese pellizco cuando suenan cornetas y tambores”.
Remarcó que su sentimiento cofrade aunque “nació en Córdoba, de la mano de mis padres, se refuerza y hace grande en Marbella” e hizo un recorrido, en el grueso de su intervención, por cada jornada de la Semana Santa de Marbella, desde el Domingo de Ramos al de Resurrección, anotando sentimientos, anécdotas y recuerdos a cada día y ensalzando la labor de todas y cada una de las cofradías y hermandades de la ciudad.
La alcaldesa cerró el pregón con estos versos:
Llegan los días más grandes,
preludio de celebración,
de sentimiento cofrade,
de fe que no se quebranta,
de aroma a incienso y azahar,
¡al hombro la Semana Santa!
Entra Jesús en Marbella.
Y saldrán y brillarán
La Pollinica,
La Columna, Santa Marta,
Calvario, Cristo del Amor,
Nazareno, Santo Sepulcro
La Soledad, y Resurrección.
Cierro las páginas,
mi pregón termina
con un último ruego:
Vente conmigo Marbella
a pregonar nuestra fe
a la luz de las estrellas,
a acompañar a Jesús,
a consolar a María,
a mostrarle nuestro amor,
a gritar con todo el alma
que Cristo es hijo de Dios.
No existe ciudad mejor
para vivir su Pasión,
para cumplir las promesas,
ni existe orgullo mayor
que ser de ella alcaldesa.
Emoción en la garganta,
salvo el honor de pregonar
nuestra Semana Santa.