Cuando yo era adolescente, el mayor elogio que podía hacerse de una persona es que era “buena gente” y ser, ante todo, un hombre bueno, era la aspiración de cualquier persona y el deseo de todo padre para sus hijos.
¡Cómo ha cambiado aquel sentido de hombre bueno! Desde aquella aspiración de finales del siglo pasado, se ha pasado, sin darnos cuenta a la situación actual. Ahora nadie quiere ser un » hombre bueno «. Los hombres y mujeres de ahora buscan otros adjetivos con los que vestir su envoltorio hueco: Quieren ser competitivos, poderosos, guapos, tener muchos “likes”… y un sin fin de rimbombantes calificativos, que hasta anteayer eran más bien peyorativos.
Lo cierto es que ahora escasean los » hombres buenos” en su acepción de antaño, porque “eso” no cotiza en el mercado de los “no valores” en que estamos inmersos. La bondad, en aquel sentido, es un bien escaso que a menudo aparece emperifollada de frases rimbombantes de cara a la galería, por lo que pienso que habría que volver a rescatar el sentido real de aquella palabra y desprenderemos de esas cremas protectoras que ocultan la falta de dignidad y el vacío interior. Seguro que el mundo sería un poco mejor y más habitable.
Es cierto que los «hombres buenos» no abundan, pero existen. Suelen ser tipos raros cargados de buenas intenciones más que anhelantes de grandes logros. Gentes que procuran no molestar ni aburrir a los demás con peroratas, gentes que prefieren la sonrisa al rictus duro de la mirada. Ellos no compiten para ver quién lo ha hecho mejor, no aparecen en primera página, pero siempre están ahí, no llegan nunca a nada “importante” según el baremo con el que medimos hoy en día, porque no quieren ir a ninguna parte, ni quieren subir a más altura que a la de sus zapatos… con los pies siempre en la tierra. Su futuro es incierto porque no tienen cabida en esta sociedad de tiburones, que unos por acción, otros por omisión hemos construido y en dónde todo está previsto para hacer muchos futuros » grandes hombres» que se comporten con más saña aún en nombre de la llamada competitividad y reconocimiento en las llamadas “redes sociales”
La vida, es cierto, irá engañando a esos hombres «competitivos» haciendo que sólo quieran ser ricos y poderosos, nunca buenos, pero en general se convertirán en hombres frustrados, porque lo que les prometieron, rara vez se cumple, y este humilde juntador de letras piensa que la competitividad es una trampa para la dignidad, que el dinero es fugaz, que la fama es efímera, la belleza dura pocos años y el poder, el que lo consiga, dura un suspiro…. ¡ojalá rescatemos aquel concepto de » hombre bueno» que tanto necesitamos!
A. Poyatos Galián