Miro lo que está pasando a mi alrededor y, analizando los años de mi ya longeva vida, no logro encontrar el momento en que se produjo la ruptura entre lo importante de la vida y lo accesorio para ésta. Tampoco encuentro el momento en que empezó a ser más importante la estupidez de la humanidad que todas las palabras con las que se puede definir la estupidez.
Cuando yo no exista, los habitantes del final de este siglo o de los siglos venideros, llamarán a esta época la época de la apariencia, la época de los envoltorios, la época del postureo con buenismo peligroso, la época de la gilipollez apática o de muchas maneras similares cuyo fondo es la estupidez.
Porque, la desinformación generalizada actual, ha elevado la mentira a la categoría de noticia y no encuentro el momento en que esto ha colocado a la llamada sociedad de la opulencia, en un terreno peligroso en el que la falta de valores, la falta de crítica y de pensamiento propio es la constante en nuestro devenir. No encuentro el momento en que nos convencieron de que el mundo occidental es el mejor de los mundos, subsistiendo envueltos en una fantasía de “gente guapa” a la que no le importan cuales sean los medios para conseguir su objetivo inmediato y se cree lo que les cuentan… mientras nos entretienen con carísimos juguetes de última generación.
No sé en que momento decidimos que nuestra meta era el lujo con poco esfuerzo. No sé en que momento la percepción de la vida comenzó a divergir de la percepción de las cosas y comenzamos, indignamente, a darle más valor a nuestra imagen que a nuestra propia persona. Nuestros deseos primordiales son paquetes de compras, cuantas más caras mejor, para que todo el mundo las vea y nos den “likes”, aún cuando comprobamos a diario que debajo del bonito envoltorio consumista no hay absolutamente nada.
Estamos, en definitiva, dentro de una espiral de fantasías fuera de control, donde quieren hacernos creer que todo vale, donde los valores son lejanos recuerdos, donde la persona se ha devaluado como persona hasta límites insospechados hace unas décadas y con unos medios de comunicación penosos que alientan a diario a que la gente vea como “normal” lo que está pasando… y hemos de rezar (los que recen) para que el brusco despertar – que llegará-, no sea trágico.
Antonio Poyatos Galián.