Estarán de acuerdo conmigo en que, la diferencia incuestionable que separa a los humanos de los animales es nuestra capacidad para emocionarnos. Es obvio que nos diferencian muchas más cosas y muy importantes, pero pienso que ésta destaca sobre las otras, por la variedad de matices que conlleva.
Las emociones, en opinión de este humilde juntador de letras, son el culmen de la humanidad, sin que, yo al menos, sepa con claridad qué resorte de nuestro ser, salta para producir diferentes tipos de emoción ante diferentes situaciones, o porqué unas personas se emocionan y otras no ante sucesos iguales o similares… pero la forma de vida virtual que prima en la actualidad está embruteciéndonos de tal forma, que estamos perdiendo a pasos agigantados nuestra capacidad para emocionarnos. Y sin emociones, se pierde gran parte de nuestros sentimientos, siendo estos de importante peso en el motor que empuja nuestras vidas.
Rebobinen y miren de nuevo la realidad de nuestra existencia, en donde lo hipnotizante sólo es una pantalla, no importa el tamaño de esta, y no nos queda tiempo para el sosiego, para mirar, “con otros ojos”, las cosas que pueden emocionarnos, para admirar los amaneceres y los ocasos, para agradecer esa caricia que hemos hecho rutinaria, para valorar en su justa medida los esfuerzos, los intentos y los logros del que lucha para llegar a una provisional meta, para estremecerse ante el nacimiento de una nueva vida o ante el brote de nuevas ramas en los árboles…
Este embrutecimiento primitivista, nos está produciendo una insensibilidad absoluta para no “ver” lo que sucede realmente a nuestro alrededor, sin que en nosotros se produzca ningún sentimiento que mueva alguna de nuestras fibras sensibles -que deberíamos seguir teniendo- ante esos hechos a los que ahora no damos importancia. Y es cada vez más evidente que, sin sentimientos, nuestra felicidad personal, nuestra satisfacción interior, cada día está más roma. Cada vez nos falta algo más para sentirnos felices ante la vacuidad de las cosas que estamos manejando.
Miremos en tres dimensiones la explosión de matices que tienen las cosas que pasan ante nuestros ojos a diario. Que no sigamos pasando por la vida “mirando” las cosas que pasan ante nosotros, sin “ver” lo que hay implícito detrás de ellas. A buen seguro que seremos un poco más felices.
Antonio Poyatos Galián.