Lo cierto, amigos, es que uno va pasando por la vida de manera un tanto desequilibrada, en constante contradicción sobre lo correcto e incorrecto, entre lo bueno y lo malo, entre lo verdadero y lo falso, entre lo urgente o lo importante…
Pero, en mi opinión, no existe mayor tibieza que la de la gente que quiere quedar siempre bien, la que calla ante una injusticia, la que mira para otro lado, las que practican esa omisión que permite que las cosas perniciosas sigan haciendo mella en las personas de bien…
Esa gente contradictoria, a la que la Biblia llamaría “tibios de corazón” y que, a mí personalmente, me enervan y me marean, porque lo malo de intentar quedar bien con todo el mundo es que nunca quedas bien contigo mismo.
La amplia mayoría de la gente que he conocido a lo largo de mi ya longeva vida, requerían sinceridad. Lo que pasa es que la sinceridad está hermanada con la verdad, y mucha gente no quiere correr el riesgo de encontrarla -la verdad- y no saber asimilarla… tan dura puede ser esa contradicción.
Esa, pacientes lectores, pienso que es la gran tristeza del ser humano: la doble moral, las contradicciones, el no ser uno realmente como es, por los perjuicios, intereses mezquinos y antifaces que nos rodean y que acabamos poniéndonos, mientras “predicamos” otra cosa.
Porque, es muy fácil no tener conciencia y alimentar, por acción u omisión, una mentira hasta convertirla en verdad –doctrina Hitleriana-, de tal manera que cuando se repita una hipocresía, se convierta en algo cierto.
Pero una mentira, aunque viva oculta en la oscuridad, tarde o temprano acabará muriendo y desapareciendo, mientras que la verdad, aunque resida tras el silencio, acabará brillando con luz propia, y esa verdad es necesaria para encontrar lo que realmente le dé sentido a nuestra existencia.
No obstante, entiendo, que ni las contradicciones son indicios de falsedad, ni la falta de contradicciones en muchos individuos es indicio de verdad.
Antonio Poyatos Galián.
Qué estamos haciendo
Ante la cascada de acontecimientos y noticias, a cuál peor, que nos están sobreviniendo, miro a mi alrededor con ojos de cuervo colérico y veo que, lo que no hace tanto considerábamos normal, está pasando a ser excepcional, poque un mundo sorprendido no encuentra capacidad de reacción ante unos acontecimientos que se le escapan de las manos.
Este humilde juntador de letras, no alcanza a explicarse que lo que teníamos de base sólida en aquella sociedad de mediados del siglo XX, ha pasado a ser de una cimentación pastosa, de arena movediza que hace que todo esté en constante inestabilidad.
Porque, en la sociedad actual, no encuentras tierra firme allá donde pises, y cada día nos sorprenden acontecimientos raros, sucesos fuera de lo común, raras leyes, raras peticiones de unos ciudadanos dispuestos a pedir más, mientras más raro, mejor, para publicitarse en unos medios de incomunicación que hacen de voceros y dan pábulo a tanta ocurrencia de descerebrados que no han dado golpe en su vida.
La coherencia, y el sentido común, amigos, ha dejado de ser un valor en nuestro deambular y todo se mueve en lo inestable una vez que abandonamos nuestra sólida guía moral para convertirnos en verdaderos destructores de nosotros mismo, ya que toda regla moral se repudia y parece que hubiera un interés en que todo se resquebraje, se separe y se rompa.
Este corazón perceptivo, cree que se han roto los lazos de toda moralidad. Se ha desvirtuado y se ha roto la familia, piedra angular de la civilización, y, tan frágiles como somos, necesitamos, aunque no queramos verlo, el acompañamiento y el sostén de la familia para seguir adelante.
Ella -la familia-, era el referente de normas morales perdurables, donde todo se armonizaba, donde existía ayuda incondicional y perdón imperdonable. Pero ahora, una vez liquidada, nuestros interiores están corrompidos, vacíos de contenidos morales… solo avanzamos en deshumanización mientras hacemos miles de utópicos brindis al sol, y la convivencia familiar, en la actualidad, es, también, una utopía.
Tenemos, pienso yo, que volver a hacer del sentido común, el más común de los sentidos, y eso, sin los valores perdurables y sin la familia, es tarea ciertamente imposible. Al menos, como yo lo veo y lo percibo.
Antonio Poyatos Galian
Proyectos abandonados
Durante uno de mis paseos matutinos por esta Marbella de mis amores, encontré, cariacontecido, a un conocido al que pregunté el motivo de su preocupación o de su angustia. Me contó brevemente sus atribulaciones que, resumidas, eran producto del devenir de su vida, muy distinta a lo que él había pensado que sería y que ahora no lograba “entangarillar” -bonita palabra de nuestra tierra en desuso-, su vida.
Le daba vueltas, durante mi pertinaz insomnio, al asunto de ese conocido, al que su realidad le había venido totalmente distinta a como él la había proyectado, y pensaba yo que, efectivamente, a lo largo de toda nuestra existencia, los acontecimientos que creímos que iban a ser así, luego fueron asá, con la frustración que ello nos produce. ¡Cuantos inicios de camino que acabaron en calle sin salida!
Porque, frecuentemente, a lo largo de nuestro caminar, casi todo acaba siendo distinto a lo que habíamos pensado, o a lo que nos habían hecho creer, y aquel plan, aquellos proyectos o aquellas ilusiones que teníamos, y que, aparentemente, tenían futuro, de repente se desinflaron como un globo al pincharlo. ¡Cuantos esfuerzos baldíos! ¡cuántas ilusiones rotas!
Y es que los cambios de planes y de expectativas, es una constante en nuestra vida. Grandes planes, pequeños planes, nuestro rumbo, los tiempos, el mundo… todo son abundantes y, quizá, bonitas historias que al final no fueron nada en relación a como las habíamos pensado o soñado. ¡Cuántos sueños evaporados!
Son, amigos, los sueños que parecían al alcance de la mano y que al final se diluyeron ¡Cuántas cosas, a lo largo de nuestra vida vimos fascinantes para hacer y, al poco tiempo, se desvanecieron por motivos diversos!
La realidad real, nos dice que los días, nuestra vida, es pródiga en historias que iban a ser grandes, y al final, no fueron a ninguna parte. Pero ¡que sería de nosotros sin las ilusiones arruinadas o sin los proyectos abandonados!
Antonio Poyatos Galián
Tenemos razón?
En mi devenir diario, en las tertulias con familiares o amigos, en reuniones con conocidos o mientras tomo un café en KRubio, observo con desolación que todo el que discute sobre un determinado asunto, pretende llevar razón.
¡Tener razón! ¡Qué maravilla! El placer de enfadarse, de discutir, de pelear por tener la razón es insuperable. Y digo tener la razón, no que nos la den, ya que, en general, no conocemos los límites a la hora de pretender tener toda la razón sobre lo que se esté discutiendo, y aunque no la podemos ver ni tocar (la razón), no dudamos en pelearnos por ella con quien se tercie, exigiéndola con dureza o reclamándola con suma indignación si no nos la dan.
Yo creo que la razón tiene un trasfondo de egoísmo, y en la mayoría de los casos es un preciado objeto de deseo, un premio que se consigue tras una discusión en la que todos dicen poseerla y, por ende, todos tratan de imponer su criterio o decir la última palabra sobre el asunto de que se trate, pensando que eso los hará más eruditos o mejores personas.
La realidad es que la mayoría de las conversaciones que se establecen entre sujetos, tienen que ver con la opinión que cada uno tiene sobre lo que sucede a su alrededor, y es seguro que esa opinión depende –subjetivamente-, de las vivencias, de la educación y de la formación de cada uno.
Por ello, solemos pensar que nuestro criterio o nuestro prisma es mejor que el de nuestros interlocutores y olvidamos, generalmente, que las opiniones de los demás son merecedoras del mismo respeto que las nuestras. Y así no hay manera.
Ese trasfondo de egoísmo que decía antes, -¿o, quizá soberbia?-, lleva a la intolerancia de no tener en cuenta las “razones” de los demás y defender “nuestras razones” a costa del respeto hacia los demás y a costa –muchas veces-, del sentido común.
A veces, hastiado, me pregunto: realmente, ¿qué importancia tiene llevar la razón en una discusión por asuntos banales? ¿qué se consigue con ello? ¿nos convierte en más felices o más eruditos o mejores? ¿o quizá solo pretendemos que lo parezca? Por ello, intento poner cortafuegos ante la gente que ha erradicado de su vocabulario frases como “me equivoqué” o “perdón, estaba equivocado”, o “llevabas razón” o algo similar, ya saben.
Antonio Poyatos Galián
Artículos de Opinión
Cada día echo una mirada a los periódicos y sobre todo a los artículos de opinión que los rellenan, esperando encontrar algo de la sustancia que me gustaría encontrar.
Pero la triste realidad que encuentro, me dice que solo se escribe sobre dos o tres cosas, a saber: lo bien que va el mundo por arriba, según lo ven los gobiernos y sus adláteres, lo mal que va el mundo por abajo, según las cuentas de la cola en las cajas del súper, y el otro tema es hablar de los políticos o quizá alguna crítica al importante de turno.
No hay más. Por eso no me extraño de que, a la mayor parte de los articulistas, los lean algo más de veinte personas… siendo optimista, porque solo escriben “opiniones” según el dictado de quien les paga por ello. Por supuesto que nada de Cultura, nada de pensamiento…
Por ello, la pregunta, casi obligada, que me hago: ¿Dónde queda la cultura? Parece que ni existe ni se le espera, quizá porque hemos pasado de un tiempo, hace cuarenta años, con ganas de cultura, a un tiempo con ganas de sobrevivir, solamente… con el menor esfuerzo posible.
En los esquemas políticos, la cultura es un tema secundario, y vemos con angustia, que poco a poco la siguen erradicando de las aulas, cada día un poco más. Fuera la Filosofía, fuera la Historia, a las Matemáticas les quieren dar un nuevo “enfoque”, pasamos de curso, con suspensos y, por ende, desconociendo las materias básicas… etc. etc.
Y ello tiene su por qué, ya que, según el diccionario de la lengua que yo manejo, Cultura se define como “conjunto de CONOCIMIENTOS que periten a alguien desarrollar su juicio crítico”, de ahí que, en la actualidad, lo incultos sean los triunfadores, que es lo que interesa a la clase política.
¿Qué decir de los libros? Ellos son, por antonomasia, los grandes contenedores de la Cultura. Y si atendemos a las estadísticas, nunca se escribieron y se vendieron tantos libros, y, sin embargo, nunca ha habido una sociedad tan inculta con tantos medios a su alcance.
Triste realidad de periódicos y “columnistas” que también relegan la Cultura a unas breves y diminutas notas al final del periódico, pero sí aparecen con grandes titulares cantantes de quinta división, películas subvencionadas o “celébritis”… nunca un Escritor independiente y crítico, y, por supuesto, jamás un Filósofo. Es, penosamente, lo que hay.
Antonio Poyatos Galián
Inaguantables
Hasta a mí, que soy hombre pacífico y de pocas discusiones, me cuesta aguantarlos. Son amargantes, y a semejanza de las alimañas salvajes, pueden camuflarse en el entorno para pasar desapercibidos y saltar sobre su presa en el momento más inesperado… Son los cantamañanas, amigos, ese espécimen de persona humana muy frecuente en esta fauna ibérica por la que caminamos con dificultad.
Pero ojo que, como compensación a sus limitaciones intelectuales, se leen los titulares de cualquier cosa y los repiten como papagayos, dándose una excesiva seguridad a ellos mismos para “mantenella” aún a costa del respeto hacia personas de mejor capacidad y conocimientos que les rodeen.
Pueden hacerse pasar por eruditos o por predicadores políticos, o por economistas o por entrenadores de fútbol, o por lo que sea y se esconden detrás de argumentos sonoros poblados de intolerancia, de desprecios religiosos o de perjuicios racistas, mientras se llenan la boca hablando severamente de democracia o de respeto a los demás…
El cantamañanas no es consciente de serlo porque nadie se lo dice, y el se cree con derecho a calentarnos la cabeza con peroratas disfrazadas de ideas, despreciando el silencio y la discreción de los demás, por lo que, realmente es insociable y peligroso para la convivencia, por esa lengua tan larga, dotada de una especie de punta pegajosa que se adhiere a la victima hasta eliminarla.
Y es que, a esos individuos especialmente tercos, no hay manera de hacerlos bajar del burro con argumentos, y nunca se plantean la posibilidad de haberse equivocado, y en el fondo, creo yo, sienten desprecio hacia los demás porque realmente no se sienten a su altura, sino míseros infelices sometidos indignantemente a la dura condición humana…
Cuando “se nos pegan”, estos individuos nos dan el rato, nos estropean el momento en que estamos saboreando un rico café y no sabemos la razón de no mandarlos a hacer puñetas, por decirlo suavemente.
Ellos son, de verdad, una plaga peligrosa que pone en peligro el equilibrio emocional de otras personas socialmente provechosas, y lo único que consiguen es hincharnos la cabeza.
Antonio Poyatos Galián
Veo con estupor, esas imágenes parecidas al blanco y negro de la “España profunda”, y que, si no fuera porque son ciertas, parecería otra cosa diferente al esperpento que en realidad son.
Porque, vamos a ver, ¿Cómo calificaríamos el “tema” de la infinidad de corrupciones y corruptelas que golpean incesantemente a esta España del siglo XXI? ¿Cómo calificaríamos el “tema” de la ineptitud de casi todos los ministros que componen el actual desgobierno? Síííí… ministros que, algunos, casi no han ido a la escuela, y muchos otros que no han trabajado nunca fuera del “aparato” de su partido político y ahora manejan miles de millones de nosotros para gastarlos en disparates.
Ministros, directores generales, Acaldes, presidentes Autonómicos y un largo etcétera, por no hacerlo muy largo, que manejan para sus propios intereses, ingentes cantidades de dinero que salen de los paupérrimos bolsillos de nosotros, y sin que, hasta la fecha, que se sepa, haya dimitido nadie de ninguna institución, y, además, nos dicen con aires de Prior, que ellos saben mejor que nadie cómo saldremos de la crisis… es que…
Eso, por no hacerme pesado relatando los esperpentos de “lo” de la carne, de “lo” de los presos de Eta, de “lo” del idioma español en todas las comunidades, de “lo” de la pandemia, de ”lo” del recorte de libertades, de “lo” de la propiedad privada, de “lo” de la inflación, de “lo” de Sahara y de la infinidad de “lo” que todos tenemos en mente… ¿Cómo diablos puede seguirse adelante cuando son multitud los que se empeñan en alejarnos de la realidad, de la prudencia, de la justa medida de las cosas, de lo adecuado a cada ocasión, en definitiva?
Por nuestros 17 “Taifas” campa una visión decadente, trasnochada e irreal de la vida, sin ese impulso vital que nos aleje de esa España tan arrimada a lo grotesco, al desatino, a la desidia… al esperpento. Pero los gobernantes siguen “a lo suyo”.
Cuando miramos, con desolación, la carrera emprendida por todos los medios, jaleando esas situaciones esperpénticas para ver quién gana, sumisos ante quienes les paga, comprendemos, apenados, que no hay vuelta de hoja para la irreversible situación a la que nos han hecho llegar, carente de valores y de sentido común.
El esperpento, en esta España árida y agreste, nos hace sentir a muchos como extraños en nuestra tierra, bueno en la tierra de no se sabe bien de quién, y volvemos nuestros suplicantes ojos hacia no sabemos dónde, para que alguien alivie esa ansiedad que padecemos y no nos hagan sentirnos los perdedores de una batalla imposible…
Antonio Poyatos Galián.
Humilñdad
Me he preguntado muchas veces, si el hecho de escribir para un público no es ya, en sí mismo, un acto de petulancia, contrario a la humildad. A lo mejor lo ideal sería escribir para no ser leído, como un acto de fijación de ideas, como una gimnasia para el intelecto, aunque no habría transmisión de ideas y, por tanto, fuera socialmente vano el esfuerzo
Cuando me dice alguien que ha leído alguno de mis escritos, repletos de análisis y de opiniones descarnadas, que parecen compartir conmigo, siento, a veces, ganas de dejar de escribir sobre temas más o menos profundos, no sea que la gente al leerlas me haga caso.
Eso, en verdad, es una pequeña losa que arrastra este juntador de letras, porque, a cierta edad uno ya aspira a que la gente se equivoque sola, no vaya a ser que leyéndome luego cometan errores.
Es cierto que la inmodestia se gesta gracias al ego que todos tenemos, algunos oculto y otros a flor de piel y reconozco el peligro de que lo que se dice por escrito llegue a ser verdad… ¿Qué hacer cuando uno se pone a escribir ante la taza de un buen café?
Pienso que solo se puede luchar contra ello, siendo sincero, abierto y respetuoso con los demás. Contra la inmodestia existe la gimnasia de la duda constante, la humildad, y pienso que, porque la riqueza de la duda es maravillosa, se aprende más tratando de resolverla que pasando por encima de ella.
Yo solo estoy convencido de lo que dudo, le digo a quienes me dicen que me leen y que están de acuerdo con los contenidos de mis escritos. Aprender significa, para mí, ser consciente de las ignorancias que aún tengo, y que, por cierto, he de vencer.
Todo este batiburrillo de pensamientos críticos y sinceros, me surgen en torno a una taza de café, mientras solo, sin tener que hablar a nadie, intento sacar alguna lección con la que rebajar el grado de las dudas e incertidumbres con el que todos cargamos indefectiblemente.
Creo que el invierno también nos da que pensar, -palabra en desuso-, incluso en los minutos más inertes, esos en los que siempre nos encontramos con nosotros mismos, si escuchamos las voces interiores que nuestro espíritu nos grita… aunque no saquemos conclusiones.
Antonio Poyatos Galián.
Hagamos nuestra parte
Escuchamos a diario, y hasta la saciedad lo que las distintas administraciones dejan de hacer por nosotros. Echamos pestes de los políticos que se han cargado el tan manido «Estado de Bienestar». Clamamos al cielo contra las empresas que nos rebajan el sueldo y contra las desgracias que nos han sobrevenido entre las sucesivas crisis y la pandemia, llevándose muchas de nuestras ilusiones al vertedero de los desengaños.
Pero nosotros, al menos en este país, tampoco cumplimos con nuestros deberes, comenzando por las pequeñas cosas. Yo tipo raro donde los haya, sé que da igual lo que ocurra con ese plástico que aguanto en la mano mientras camino por R. Soriano, que no importa donde lo deje, incluso si lo tiro al suelo ya vendrá alguien y lo limpiará. Pero no, lo quiero tirar en un contenedor amarillo. No será mi culpa.
También sé que es lo mismo si no pido factura por pequeños servicios recibidos y que en el fondo, si saco una sonrisa y pregunto por la posibilidad de abonar ese pequeño trabajo sin IVA, no se dejará de construir ninguna guardería ni se cerrará un ambulatorio. Pero no. Lo quiero pagar con IVA porque es mi obligación. Tampoco será mi culpa.
Tampoco importa demasiado, pensarán, que el político siga llevándose unas dietas que no tienen base, o un empresario que se lleva una subvención que no le corresponde, o un empleado que hace extras sin declarar o que recibe más dinero que el señalado en su nómina, o que se da de baja y hace pequeños trabajos por su cuenta mientras pide ayudas públicas… y así hasta el infinito.
Pero es fácil, repitan conmigo: «no será mi culpa» yo hice lo correcto, ¿y para qué sirve todo esto? Pensarán ustedes. ¿De qué vale que yo lo haga sí todos roban, todos defraudan en la medida de sus posibilidades y casi nadie, en definitiva, hace lo correcto? Pues vale para decir esto: no fue culpa mía, yo hice mi parte, lo que me correspondía.
Se qué soy un soñador, pero deberíamos hacer toda nuestra parte y reprender o denunciar a los que no hacen la suya en lugar de considerar más listos a los que más defraudan, ya sé que pequeñas cantidades, y que un grano no hace montañas, pero hay millones de granos.
La picaresca pienso yo, no es un buen negocio para el referido «Estado de bienestar» o para lo que queda de él. Y en este país la picaresca está a la orden del día, desde los cimientos hasta la cúspide. Y si esperamos salir de esta solo echando pestes de los políticos y de las instituciones, lo llevamos claro. Hagamos nuestra parte.
A. Poyatos Galian
Observo con cierto pavor, que la vida real, esa que nos lleva del verano al otoño, del frío al calor, de buenos tiempos a malos tiempos, se va desdoblando en dos, resultando que esa vida que transcurre en espacio real, solido y tangible, pierde el terreno que va ganando la otra vida, la irreal, la intangible, la virtual que dicen ahora.
Ese espacio virtual que ocupa ya una enorme masa de seres que transitan por la Red, va ganando espacio a gran velocidad a la otra vida, a la vida real. Porque, las cosas suceden ya más en la pantalla del ordenador que en la calle, y para que hayan ocurrido en la calle han de tener el respaldo de internet. Si no es así, es como si no hubieran ocurrido.
Las muertes reales que ocurren en guerras reales, las vemos en pantalla como si fueran juegos de ordenador. Las estafas y especulación financiera por parte de personas que, cualquiera con decencia las metería entre rejas, parece que es virtual.
Solo se trata -parece ser- de cifras tecleadasen un ordenador y que varían a gusto deneoliberalistas, estafadores y especuladores,pero que, en la vida real, arruinan a millones de familias en todo el mundo, porque el resultado de esos robos y estafas dentro del marco legal, que parecen virtuales, se traducen en la vida real en pobreza, ya que los estafados se quedan sin dinero real con el que comprar en el supermercado… parece claro ¿no? Pues no hacemos nada.
En cambio, sí vemos a diario lo que se puede hacer con unas cámaras que graban el horror apocalíptico -mientras más trágico mejor-, de la estupidez humana, así como las tragedias reales, las corruptelas y corrupciones generalizadas, como si fueran imágenes virtuales…, y nos hemos acostumbrado a ello como si se tratara de una película más, como si solo existiera en la pantalla… craso error.
Esa vida virtual acabará por derrotarnos, dada la descuidada languidez con que laestamos manejando. Seguro. Y deberíamos meditar sobre ello, pienso yo.
Antonio Poyatos Galián.
quien educa en valores?
En los tiempos actuales, es obvio que la correa de transmisión de esos valores considerados socialmente buenos, desde el punto de vista ético y moral, está detenida. Nadie quiere hacerse responsable de ponerla en marcha porque no se sabe muy bien cuales son las atribuciones que, para tal menester, hayan legislado los gobiernos que hemos padecido, con especial mención para el actualgobierno socialista y cinco o seis más.
Pareciera que los Gobiernos padecidos,habiendo cedido a las Comunidades Autónomas el peso de las Leyes de Educación, son los que quiere decidir que tipo de educación es la que hay que darles a nuestros hijos, típica de los regímenes totalitarios, que va desde dificultar las enseñanzas en colegios libres a tener un ideario determinado, e impuesto, en los colegios públicos.
Desde tiempo inmemorial, la familia se ha conformado como núcleo de una estructura social que cumple con la función de proteger a sus integrantes y ayudarlos en su desarrollo individual para que adquieran la mejor preparación ética, formativa y emocional que le permita interactuar en el medio en que vivirán. Ahora ha perdido gran parte del peso de esa responsabilidad debido a la imposición de unos y a la dejadez de otros
En esta acción educativa, no solo estaba la familia. La Escuela Pública, en el más amplio sentido de la palabra, ejercía un papel fundamental como escenario y prácticas de esos valores que se enseñaban en la familia. Los Maestros impartían conocimientos académicos y rectificaban procederes alejados de esas pautas de conducta que digo, pero la educación venía tallada y forjada desde casa.
Ahora, en esta absurda “normalidad”, la mayorparte de los padres no dan el ejemplo debido, aunquees cierto que, al mermar la autoridad sobre sus hijos, la tarea es doblemente difícil, y los niños crecen, de alguna forma, asilvestrados. Los Maestros, por ende, no tienen herramientas de autoridad para corregir comportamientos y/o procederes y entre ambas cosas, los jóvenes campan sin freno por esta vida carentes de formación académica y de formación en valores y normas.
El daño que se está produciendo en estasgeneraciones de niños y adolescentes es irreparable, porque la carencia de una educación en valores es una bomba de relojería con efecto retardado, que, además, se vuelve contra todos -progenitores incluidos- a la vista de lo que ya está sucediendo y que todos conocemos.
Esperemos que, al menos, vuelvan a cambiarse las leyes de los menores, para que padres y maestros tengan herramientas que posibiliten la enseñanza, la formación real y la educación de nuestros jóvenes.
Antonio Poyatos Galián
Pensaba durante estos pasados díasfestivos, en que momento del tiempo se produjeron los cambios que aumentaron la estupidez a su máximo exponente, y a ninguna de las preguntas que me hacía obtenía respuesta.
¿En qué momento se cambia, a más importante,la imagen de la estupidez, que al aluvión de palabras con el que puede definirse la estupidez en sí misma?
¿Cuándo se produjo el cisma entre lo importante y lo accesorio? ¿en que momento del tiempo se produjo el cambio de adorar los envoltorios en lugar de apreciar los contenidos? ¿en que momento preciso dejamos de valorar que la ética es siempre más importante y más deseable que la estética?
La forma de percibir la vida, actualmente, se aleja cada vez mas de los conceptos por los que me pregunto, quizá porque ahora, estúpidamente, lo que más le importa al personal es la imagen que proyecta a los demás, como un holograma carente de persona, cuando lo que debería importarnos y preocuparnos es como somos realmente y como nos vemos a nosotros mismos… si mirásemos a nuestro interior.
Ahora, estúpidamente, se come en un buen restaurante, no para disfrutar de una buena comida, sino para fotografiarla y subirla a red. Ahora se bebe un buen vino, no por placer, sino para demostrar atodos que somos un experto enólogo sin título.
Ahora no se viaja por placer. Se viaja, para hacerse estúpidos “selfis” que dejen constancia de que estuvimos allí, aunque no sepamosabsolutamente nada, ni nos interesemos, por la imagen o por el paisaje con el que nos hemos fotografiado.
Hemos convertido, estúpidamente, a esta sociedad, en “poses”, en una tienda de marcas y modas, mejor cuanto más caras sean, si querer darnos cuenta de que, debajo del postureo y debajo de la marca no hay nada. Humo y “likes”.
Vivimos, estúpidamente, dentro de una fantasía consistente en querer navegar en mares revueltos y desconocidos, sin faros de referencia y sin brújulas -no trucadas- que puedan orientar nuestra vida.
No queremos preguntarnos adonde nos lleva este dislate, esta estupidez humana, huérfana de valores, y pienso que debemos rezar -los que recen-, para que el despertar de la fantasía no seatrágico.
Antonio Poyatos Galián
Inicié conversación, la otra mañana, mientras tomaba mi café y fumaba mi purito, con un desconocido señor, con el que comentaba el aumento de suicidios en todo el mundo, sin que yo entendiera bien las motivaciones para tomar tan trágicas decisiones. El señor me daba una explicación -su explicación-, aclaratoria, rápida y concisa.
De entrada, -me decía-, convendrás conmigo, en que la vida, desde sus inicios, es una constante carrera de obstáculos. Y convendrás conmigo, asimismo, en que no siempre los primeros en llegar a la meta son los más enérgicos, los que más se han dejado en el camino la piel y los huesos en esa lucha por llegar.
En la vida, por desgracia, existe además la buena o la mala suerte, los errores, las presiones, las fullerías y, por encima de todo, el destino de cada uno. Y ahí la mente puede romperse, -mi mente se rompió, me decía-, por no se sabe qué motivos, y no ver ninguna salida, excepto el suicidio, del que estuve tan cerca a través de dos intentos.
Pero en este juego de la vida, -le decía yo-, hay que sobrevivir con normas indignas y reglas indeseables. Hay que sobreponerse a todo tipo de situaciones y de personas: familias que luchan hasta la extenuación por llegar a fin de mes, hombres y mujeres que luchan por vivir honradamente pese a las adversidades, jóvenes que luchan por escapar del “soborno” social, personas maltratadas por innombrables parejas que desconocen el significado de la palabra equidad…
Sí, -me seguía diciendo el señor-, la vida es en realidad, una constante lucha, un constante ir y venir de engaños, de errores y de aciertos, de pasos que avanzamos y de pasos que retrocedemos… pero llega un momento en que ves todo el futuro en negro, mientras nos fijamos, obsesivamente, en esos “triunfadores” falsos y tramposos, que no son los que más han luchado…
No obstante, – aseveraba con vehemencia -, ahora soy partidario de luchar y luchar, y aún con el cansancio hay que seguir luchando, pese a todo y a todos, continuar por el empinado camino característico de la lucha por salir del atolladero, por lo que anhelamos o por lo que necesitamos…
Me lo decía el otro día ese señor que había tenido serias intenciones suicidas en su momento, y entendió, con ayuda de un psicólogo, que había que seguir adelante, pese a todo y a todos.
Este humilde juntador de letras piensa que, luchar por nuestra vida, también es una satisfacción necesaria, un instinto humano de supervivencia, un comportamiento que debería estar por encima de modas y abatimientos… y ayudaría tener un faro de referencia en medio de la tempestad.
Por todo ello, tú, yo y ellos, estamos aquí, en estemundo y en esta vida que nos ha tocado, con las capacidades que a cada uno nos han sido dadas, y debemos luchar… luchar por los obstáculos, por lo que creemos, por la honradez en nuestros actos, porlas personas, por un mundo mejor, más ecuánime…
Sí, este mundo, tristemente, se caracteriza por el culto a los hombres que “triunfan” según un baremo superficial y engañoso, huérfano de valores, que tanto daño está causando en multitud de mentes que no tienen ese faro de referencia que decía.
Pero este mundo debiera caracterizarse por el culto a las personas que luchan honradamente, por losque más sudor se han dejado en sus ropas para salir adelante o los que más han estrujado sus neuronas para intentar conseguir lo que desean… pero, según este desconocido señor, ¡es tan difícil no mirar a nuestro alrededor!…
Antonio Poyatos Galián
Es enero una reinvención que llega con la primera hoja del nuevo calendario. Enero huele a libros sin abrir y ropa nueva dentro del armario. Este mes es siempre el comienzo de retomar todo, los cursos, el gimnasio, los idiomas, la limpieza del trastero… y la limpieza del corazón tras las emociones de la Pascua de la Navidad.
Es tiempo de replanificar metas profesionales y, sobre todo, retos personales, oportunidades para corregir errores o de concebir ocurrencias geniales, intentar ser lo que nos gusta y nos prometernos, es intentarreciclarnos, intentar reformarnos, ser mejores…
Quizá este enero sea más malo que otros y quizá llegue lo peor de la pandemia -mascarillas obligatorias incluidas-, y tengamos que dejar nuestros proyectos a medias y salir a la calle a clamar por una solución, dejándonos absorber por una rabia contra la que no siempre se puede luchar.
Es posible que sintamos, una vez más, la oleada de indignación por lo que nos está sucediendo, encendiéndonos los sentidos hasta ponernos el gesto duro y la mirada perdida en una cabeza embotada por el desánimo.
Los motivos para estar enfadados se multiplican, lo sabemos, y el panorama se ensombrece, y solo parece quedarnos la furia interna, permanente, que se acrecienta cada día más.
Pero no. Ahora, en los inicios de este nuevo año imprevisible, debe ser tiempo de pensamientos positivos sin caer en la utopía. Es tiempo para luchar contra el desánimo. Que nos dejen comenzar con aquella misma ilusiónpretérita, con planes, con ideas, dando alas a nuestra creatividad y a nuestra posibilidad de decisión.
Debemos pensar, serenamente, quéqueremos, qué pensamos, qué es mejor para realizar nuestra vida, retomar aquel rumbo cierto dentro de este mar revuelto, que debemos corregir para ser mejores… Porque estar enfadados, como nos ocurre tantas veces en los últimos tiempos, nos agota y nos debilita.
Tenemos que resistir, queremos volver a empezar con aquellas gastadas herramienticas, sabedores de que, por fortuna, tenemos más intentos. Ahora es tiempo de mirar el calendario y planificar el año, sentirnos llenos de energía y de esperanza…
Ahora, ya estamos en enero y este humilde juntador de letras, les desea lo mejor para este año.
¡¡Feliz 2022!!
Antonio Poyatos Galián.
Hacía cola para un cajero automático en Ricardo Soriano, sentado en un banco mientras esperaba mi turno, cuando se sentó junto a mí un hombre, mayor que yo, menudo, que esperaba recuperar el resuello antes de proseguir su rutinario paseo. “Pegué la hebra” con él durante casi media hora, perdiendo el turno del cajero, y de comenzar comentando cosas livianas del día a día, acabamos hablando del mundo y de la vida actual.
Le decía yo, que tenemos en España, y en el mundo en general, mil problemas acumulados, y nada parece escapar a la desmoralización por múltiples obstáculos, como la agresividad, la desmotivación para el trabajo honrado, el dogmatismo ignorante y la mentira sin límites, que han invadido la sociedad, la política, la prensa, la cultura, la ciencia y hasta el deporte…
El viejecito trataba de justificarlos insistiendo en que los políticos, los periodistas, los funcionarios, los intelectuales, los científicos, los deportistas, y la gente en general, resisten, vacilantes, al descrédito generalizado, alentado por unos “comunicadores” que solo buscan aumentar su saldo en cuenta corriente, y una prensa que ha renunciado a la verdad y que camina, sectaria, entre no disimulados intereses y complicados balances y cuentas de resultados.
Pero -insistía yo- hoy todo parece vulgar y caótico y pareciera que vivimos en un universo de incompetentes ocurrencias, adornadas, eso sí, de susurros vociferantes y seguridades falsas…
No todo es así -me interrumpió el hombrecillo-, muchas personas -siguió diciéndome- trabajan cada día, en un esfuerzo considerable de superación y excelencia, y que, además, nos regalan, sin saberlo ellos ni darnos cuenta nosotros, el esfuerzo para intentar que todo funcione un poco mejor, y poner su granito de arena para sostener la esperanza en un futuro menos negro.
Son jóvenes, -aseveraba el buen señor- y también son mayores; son hombres y también son mujeres; son desconocidos y también hay otros bien conocidos… ¿y dónde están? -le pregunté ingenuamente- Pues… a la vista de todo el que quiera verlos, ya que, famosos o invisibles, viven tapados por la mediocridad ramplona de la marejada dogmática que nos inunda…
Quedé impresionado por esa visión en positivo, por la lección de esperanza, por la inteligente mirada y por el silencio comprensivo, ´-y hasta divertido, cuando procedía-, de ese semblante marcado de arrugas y de surcos de la vida… ¡como admiro la humildad serena de los hombres sabios!
Al final, el octogenario desconocido me confesó que era Filósofo, jubilado tiempo ha como trabajo, pero que sigue siendo Filósofo, -qué duda cabe- y que la vida es igual desde tiempos remotos, sólo cambia constantemente el “marco”, la forma, el envoltorio… y los valores que, tristemente, los están haciendo desaparecer, pero lo esencial, las necesidades, los proyectos de vida, las ilusiones y los sueños de cada cual, permanecen indelebles… “touché”
Antonio Poyatos Galián.
Navidades Laicas
En estos días prenavideños, veo las calles, los bares y las tiendas, atestadas de gente. Da igual que digan que hay crisis o que digan que la pandemia sigue escalando, hasta estar desbocada, los casos de contagiados. Da igual. Hay que salir a consumir.
Este tiempo de Navidad -de Navidad laica-, se ha convertido en el “tiempo de consumo”, por antonomasia. Tiempo de consumo masivo para los que pueden, sin que haya racionalidad en las compras, que muchas veces se hacen para seguir formando parte de ese efímero, pero dinámico, grupo de contactos, a los que les enseñaremos luego nuestro “poderío” o nuestra “originalidad” en las compras innecesarios que hemos realizado.
Predominan, como no, la gente joven en esa marea que inunda los sitios para consumir lo que sea. Una juventud que, en su gran mayoría, ya no lee, que no le interesa la Historia ni la Cultura, sólo les interesa “las marcas”, el “prestigio social” en las redes, y donde unos símbolos sean como el aquelarre de los nuevos tiempos, sin que se entienda -al menos yo-, de donde saca la juventud tanto dinero para tanto consumo y tanta “marca” como llevan puesta.
Yo no sé si esta generación es peor o mejor, adolezco de criterio para ello, pero sí que sé que está mucho peor preparada, que es mucho menos culta, menos indulgente consigo mismo y mucho menos con los demás… gregarismo de un momento en el tiempo, donde todo se evapora, como moral, ética, honestidad, religión, familia…
Pero, ¡silencio! No asusten ni alteren al personal con esta triste realidad. Que los padres están muy cómodos, con sus hijos pasando de curso sin haber aprobado todas las asignaturas, e ignoran hasta con quien se juntan, pero las billeteras están medio llenas, aunque sea con la pensión de los abuelos… mientras no molesten, “Carpe Diem”.
Es lo que hay. Pero durante muchísimo tiempo, la Navidad era el tiempo de la bondad natural en todo ser humano… al menos durante unos días. Eran tiempos de silencios impostados, tiempos de nostalgias efímeras, de buenos propósitos … era el tiempo de la familia. Y durante estos días, nos acordábamos de los que ya no están, o simplemente, de los que estuvieron un día, aunque olvidando, quizá, que siguen con nosotros mientras vivimos y mientras vivamos…
Quizá serían unas buenas fechas para recordar, con gran parte de la familia reunida, aquellos valores que nos inculcaron, para volver a ese cálido ambiente familiar donde conocer los proyectos, las ilusiones y los “atascos” de todos los miembros que la componen.
Serían buenas fechas para recordar a los ausentes, rememorar cómo vivieron, como se sacrificaron para que subiéramos al menos un peldaño, cómo pensaban, qué hicieron, cómo insistían, con empeño, en inculcarnos valores… y para cargarnos de buenos propósitos para ser mejores personas. Es mi deseo.
¡Feliz Navidad!
Antonio Poyatos Galián
Lo que nos dicen
Mis pocas neuronas activas, echan humo cuando intento analizar, los puntos de vista que, sobre cómo está la situación, exponen mis amigos, conocidos, tertulianos, advenedizos, camareros, taxistas, señoras de la limpieza, albañiles…. todo el mundo tiene su particular opinión sobre todo lo que nos está sucediendo.
Todo el mundo opina -ex-cátedra-, sobre cómo está evolucionando el caos en el que nos han metido, pandemia incluida; sobre cómo se encuentra España y el mundo, sobre la situación que estamos atravesando…. tan diversa como el arco iris, pero…. pero casi todos los opinadores buscan, consciente o inconscientemente, un único objetivo: Encauzarnos una opinión, que, en el caso de los medios de comunicación, es la opinión del que les paga, y muy a menudo, demasiado a menudo, esa opinión del personal de calle, ha sido a su vez, encauzada por telediarios, tertulianos, opinadores, debates rimbombantes y similares…
Cuidado con los telediarios, con los debates, con los tertulianos y con la gente de gestos y palabras graves, con apariencia de estar bien informados: Solo lograrán cabrearle y tratar de llevarle detrás de la carreta, como si fuera un asno. No les dejarán apreciar los días de sol, ni las noches de luna llena, ni el esfuerzo de la gente trabajadora, ni los logros conseguidos, ni los proyectos esperanzadores… ni siquiera les dejarán tener una opinión propia. Ante esas situaciones, cambie la mirada, cambie de paso, aunque tropiece, ¿quién dijo que tropezar es de tontos? Yo creo que es hasta conveniente.
Un pájaro se para sobre un cable electrificado y no es tonto. Usted, amigo lector, pósese suavemente sobre la realidad que usted percibe, ya sea cable electrificado o verde rama y no eche de menos cómo dicen los demás que va el mundo. Verá que el mundo gira solo, no necesita de nadie que nos repita constantemente lo que otros quieren que a su vez nosotros repitamos.
Suele pasar a menudo cuando hablan, por ejemplo, de la ciudad en que usted vive. Unos la perciben a su manera -quizá interesada por motivos no tan ocultos- y pretenden que los demás la `percibamos en la misma forma en que a ellos les interesa… porque opinan alegremente al son de los dineros que otros adjuntan al dictarles sus “opiniones”.
La vida real está en la calle, usted lo sabe. Y su interior no falla en la percepción de esa realidad, por más que nos digan los encauzadores de opinión. Mire objetivamente a su alrededor y verá que lo único que ha cambiado, aparte de subvencionar al que no produce nada, es el escenario de la obra que se representa, pero usted y yo debemos seguir posándonos en la misma palabra: percepción objetiva de la realidad que nos afecta, digan lo que nos digan cada día sobre la maldad o sobre la bondad de la situación idílica que ellos nos venden y que saben que es mentira. No hay más, así que: ¡Cuidado con lo que nos dicen!
Antonio Poyatos Galián
EL LIO SEPARATISTA.-
Sí, el lío en que nos han metido nuestros cobardes gobernantes, llevados por intereses políticos demasiado mezquinos, que durante décadas se han dedicado a potenciar y a mirar para otro lado, ante la escalada del nacionalismo radical, ahora aumentado por el marxismo/comunismo.
Me decía un día un viejo profesor de Historia, con el que compartí café, que las religiones y los diferentes nacionalismos en su dimensión más fanática, han sido los grandes enemigos del hombre, ya que por su propia naturaleza son excluyentes, y aunque en algún tiempo fueran perseguidos, nada más llegar al poder se convirtieron en perseguidores… La Historia está llena de ejemplos, aseveraba.
Al día de hoy -estaremos de acuerdo- la unidad de España está atravesando uno de los peores momentos de su convulsa historia, y eso hace mucho tiempo que se veía venir, pero aún así, ninguno de los dos grandes partidos “nacionales” se atrevió a coger el toro (perdón) del nacionalismo por los cuernos, al no ponerse de acuerdo para cambiar un sistema electoral que aparte de ser manifiestamente injusto, beneficia descaradamente a los nacionalistas y asimilados, es decir: a los enemigos de la nación.
Por intereses partidistas, por comprar apoyos parlamentarios, y vaya usted a saber por qué otras cosas inimaginables, siguieron transfiriendo más y más competencias a los nacionalistas/separatistas y es obvio que durante los últimos treinta o cuarenta años, los nacionalismos periféricos estuvieron sometiendo al Estado a un chantaje permanente, sin que ambos partidos mayoritarios quisieran desactivar esa bomba de tiempo que acabará estallándonos a todos en las manos.
Ese día -creo yo- ha llegado. La sectaria política del “doctor” Sánchez, la dejadez con la que trata a los grupos independentistas/separatistas/terroristas/antisistemas/comunistas/etc., proporciona combustible a las reivindicaciones de los socios que lo mantienen al mando, y esa locura que amenaza la integridad de España como nación, complica la situación, cada día más, porque hace años que los nacionalistas vascos y catalanes pusieron en marcha una hoja de ruta para conseguir la secesión de sus respectivos territorios, y nadie -nadie- lo quiso ver, cuando la suma de los votos de los dos grandes partidos nacionales, bastaban para volver al orden constitucional.
Ahora, algún iluminado nos invita a construir un estado federal como solución a los problemas territoriales… Pero, entiendo yo, que lo que ha llegado es el momento de que los órganos del Estado, por imperativo Constitucional, estén obligados a suspender las instituciones autonómicas en aquellos territorios que se declaran independentistas, y realizar ese tan necesario cambio en la Ley Electoral.
De lo contrario, este país se hará más ingobernable de lo que ya es… y pienso que ya está bien.
Antonio Poyatos Galián
Malas Noticias
Normalmente suelo ver el telediario del mediodía mientras almuerzo, pero últimamente, rodeados de tantas inquietudes como tenemos, te tragas un telediario completo y acabas pensando en el Apocalipsis y terminas con una depresión profunda, además de un sangrado de la úlcera gástrica.
Porque, desde hace ya demasiado tiempo, los telediarios son machaconamente dolorosos. Empiezan con las hecatombes, siguen con las tragedias y acaban con los dramas… y nos rematan, recordándonos la situación en la que se encuentra el país, y nosotros mismos… por lo que es lógico que, ante tantos sufrimientos, con imágenes de impacto, no haya mente que posteriormente discurra en optimismo, ni estómago capaz de digerir adecuadamente la comida.
Es que, si no es un terremoto, es una guerra, o un volcán, o un tsunami, o un atentado, o un trágico cambio climático, o un cúmulo de accidentes, salpicado todo ello con niños desaparecidos o casos de violencia doméstica -violencia de género, perdón-, con un repiqueteo permanente de muertes, destrucciones y calamidades que te dejan hecho polvo, con el poco ánimo que te quedaba más caído aún, y que hace imposible levantar cabeza el resto del día.
Y ahí no acaba todo, amigos, porque cuando ya te tienen hecho un tipo con tendencias suicidas, ante tanto suceso tenebroso, comienzan con las sagas de corrupción -siempre más dirigidas hacia un color que a los otros-, con el amasijo de politicastros que se ríen de nosotros, con la escandalosa subida de los impuestos, de la electricidad y de la cesta de la compra, con el Gran Apagón, con la falta de suministros, con el recorte de libertades individuales, vía Pandemia o sin ella, con el incierto futuro de las pensiones… y ahí ya te tienen “rematado”
El país lo han convertido en un erial, en un desierto industrial, en un desierto productivo, y por ello nos van diciendo machaconamente en todos los telediarios, lo mal que lo vamos a seguir pasando hasta sabe Dios cuando… y en ese momento, la tensión por las nubes y la cartera por los suelos, apagas la tele y te prometes que a la hora del almuerzo no sintonizarás tan dolorosos telediarios…
¿No hay, de verdad, ninguna buena noticia en esta desdichada España? Aunque solo sea la de que ha dimitido el “doctor” Sánchez y convoca elecciones…
Antonio Poyatos Galián.
Muy buenos todos los artículos sobre la triste realidad de nuestro Pais