Christian Hook parece haber salido indemne del contacto, siempre peligroso, con el éxito. No es una pose. Sus cuadros fascinan. Lleva toda la tarde atendiendo llamadas de interesados en las obras de una serie que aún no ha sido presentada oficialmente. Es conocido y lo sabe, pero ha llegado a la conclusión de que no todo vale para ser visible en el mundo del arte. Después de su recorrido por la televisión de Reino Unido y de haber retratado a miembros de la realeza británica, actores, deportistas y cantantes, ha optado por elegir lo que quiere contar y lo que no. Agradece las oportunidades que ha tenido, pero ahora se encuentra en posición de decidir libremente sobre su obra. Su última colección, ‘Sahara’, es resultado de esa libertad y de la necesidad de hacer que el arte no sea el final, sino un punto de partida.
Antes de la exposición ya están vendidos sus cuadros. ¿Sabe que es usted un privilegiado?
Sí, aunque a mí lo que me interesa es la obra. Es cierto que puedo decir esto porque, gracias a Dios, me ha ido muy bien. Afortunadamente en este momento no pinto realmente para nadie, sino que lo hago para mi desarrollo como artista. Sí es un gran privilegio, pero la parte fundamental es que sigas amando lo que haces. Cuando gané ‘Sky Arts Portrait Artist Of The Year’ hice retratos de mucha gente famosa. Me enteré por una llamada de un amigo, seis meses después de que se publicara el libro, de que habían metido una obra mía en el libro 100 masterpieces from the National Galleries of Scotland, que lo escribió Lord Leighton, que es el director de la National Gallery. No habían salido libros nuevos para estudiantes de historia del arte y decidieron que tenían 100.000 obras entre todas las National Galleries y de entre esas escogieron 100. Al incluirme en eso, todos los coleccionistas querían que les hiciese retratos y fue entonces precisamente cuando dejé de hacerlos porque no era lo que yo quería. Si hice alguno fue para ayudar a alguna causa solidaria, pero nunca más. Me acuerdo de que llegaron a ofrecerme dos millones de libras por un retrato en un momento en el que no ganaba mucho. No lo hice precisamente porque quería vivir de lo que me gusta, que ocupaba el lugar más alto en mi lista de prioridades. Después de trabajar toda mi vida en algo que no me gustaba tanto, cuando tuve la oportunidad de hacer esto, no lo iba a estropear.
¿De verdad es tan sencillo no dejarse llevar?
No me gustan los coches, no soy una persona materialista para nada. Las galerías con las que trabajo en Inglaterra tienen los mejores clientes y, sin embargo, no he hecho ni una cosa que no me haya gustado. Hay un respeto por lo que hago. Si una colección mía, como la que presento hoy, es de siete cuadros, no pinto más, aunque me lo pidan, porque sería una mentira. En el arte es muy fácil tener miles de followers, pero no significa nada. Todo eso es mentira. La realidad es que la gente quiere algo de verdad. Buscan algo que tenga sustancia, que haya una búsqueda del artista, que tenga algo que decir sobre algo, que haya algo de misterio, cierta poesía. Si lo que intentas es complacer a la gente, no estás haciendo lo que te gusta en absoluto y se convierte en un trabajo normal como el que tenía antes y eso no era lo que quería. Si consigues transmitir un concepto, el concepto se mete en la vida real y activa algo. Tal y como yo lo veo, el arte no termina en el cuadro, sino que empieza.
¿Ha cambiado con el tiempo tu forma de afrontar sus cuadros?
Creo que no te puedes desprender de lo que es tu estilo. Hay una parte pequeña que está siempre en el cuadro que es como la escritura de alguien. Si la policía coge una carta de amenaza y el autor trata de escribir diferente, aún le delatan cosas como los espacios entre ciertas palabras. Esa es la parte tuya que no te puedes ni quieres quitar porque es parte de la naturaleza de lo que hago. Lo que me interesa no es la técnica en absoluto. El que tenga muy buena técnica es como el guitarrista que sale de la mejor escuela de guitarra. Toca muy bien, pero si no puede escribir una canción que toque los sentimientos de los demás, no tiene poesía y si no tiene poesía, no tiene concepto. He tenido estudiantes que en una semana han aprendido todo lo que yo sé, lo suficiente como para poder pintar y mezclar los colores con entendimiento. Eso solo quiere decir que han aprendido a usar la pintura, pero lo importante es qué vas a hacer con eso. Ahí es donde empieza lo interesante. Ver las cosas de manera distinta y usar los materiales de manera que evoque en los demás una verdad que trascienda lo que yo diga con palabras. Si lo consigues, a la otra persona, aunque no lo entienda, le llega algo del trabajo. Es como un fragmento de música clásica, que no tiene palabras, pero de pronto te afecta. Lo escuchas una y otra vez porque te encantó.
¿Has fantaseado alguna vez con hacer algo solo porque le apetece y para que lo disfrute cualquiera a quien pueda emocionarle?
[Risas] Hombre, yo tengo ideas todos los días. Tengo libros y libros de ideas, tengo más ideas de lo que podría hacer en veinte vidas, y muchas de ellas las estoy trabajando. Por ejemplo, tengo ideas de hacer en Gibraltar cosas que son para el pueblo, en Londres también. Me han ofrecido trabajar con otros artistas de otros ámbitos. ¿Te acuerdas del grupo Genesis? Fui a hacer un trabajo de pintura para uno de ellos y me preguntaron si podía diseñar una idea nueva para el escenario de una gira que se canceló porque Phil Collins no estaba bien. En música, por ejemplo, ahora estoy haciendo un disco de la misma manera que pinto. Siempre he tocado la guitarra en diferentes grupos y he compuesto. Estoy trabajando con Dylan Ferro de Melón Diesel, pero el concepto es artístico, como si fuera un cuadro. Ellos se han entregado a hacer el experimento conmigo. En los fallos es donde empieza todo, lo que creamos tiene que surgir de la sorpresa, no de lo previsible. Esto ha traído algo muy nuevo a la música que estamos haciendo. A mí me excita eso y a ellos también. Cuando empiezo una obra no tengo ni idea de cómo va a acabar, no podría replicar una obra mía porque no tengo ni idea de cómo ha pasado.
Decía que haría algo en Gibraltar. ¿Qué le gustaría hacer y dónde?
Me encantaría hacer una escultura en el mar, que estuviera por donde está el faro. Dibujé la idea. Era hacer como Hércules saliendo del mar, pero con unas planchas grandes de acero como las que hacen para los barcos. Luego haría un molde de la figura y lo cortaría en rebanadas y habría espacios entre cada rebanada, quedaría uno sí y uno no. Sería gigante, de manera que agua pudiese pasar a través de la escultura. Tendría una escalera en el centro para que la gente pudiera subir. La idea es algo mitológico de Gibraltar, que sea enorme y que las olas se lo coman. En los días malos, desde el avión se vería la lucha del gigante contra el mar.
¿Algún otro proyecto inmediato?
Hay un documental cuyos derechos ha comprado el canal Sky, pero está por terminar debido a que se paró por el coronavirus. Faltaba un día de grabación en el que iban a venir a grabar mis cuadros terminados. Había leído El orden del tiempo de Carlo Rovelli y tuve que ir a París por temas de arte. Estaba fascinado con su libro y como vive allí, cuando llegué le dije al equipo que querría conocerlo. Lo llamé, le dije que me gustaría trabajar con él algún día en algún proyecto. “Te voy a mandar lo que hago, que también tiene que ver con el tiempo”, le dije. Fue muy amable conmigo, pero la idea se fue. Luego escribí un documental. Me interesaba mucho que en el universo, dicho a grandes rasgos, solo se ve un 4%, el otro 96% no. Eso me planteaba muchas cuestiones, incluidas las conexiones humanas. Quería coger a los mejores científicos del mundo para que ellos aportasen su punto de vista a estas cuestiones. Se lo pasé a Sky y todos los científicos a los que llamaron dijeron que no, quizás por no mezclar ciencia con este tipo de temas. Pero llamaron a Carlos y dijo que se acordaba muy bien de mí y que quería trabajar conmigo. Y entonces otros empezaron a decir que sí. Para el documental he pintado lo que no se ve, son cuadros más reales que la realidad en los que intento reflejar lo que no se ve con los ojos.