Me preguntaron varias veces, cuando se pudo de moda tirar abajo las estatuas de Cristóbal Colón por diversas ciudades estadounidenses y del Sur de América, si tenía una opinión propia forjada en torno a los hechos. Naturalmente que la tenía, y la tengo, aunque no la expuse entonces.
De Cristóbal Colón, de sus viajes, de su toma de posesión de las escasas tierras que exploró del otro lado del Atlantico en nombre de la Corona de Castilla se ha escrito demasiado, con toda una leyenda en torno al descubrimiento del continente americano casi por casualidad, porque su objetivo era trazar una ruta más segura y corta para llegar a tierras de la India. El navegante, posiblemente genovés, estaría envuelto en el mito más que una realidad palpable. Junto a él aparecería su rival, posiblemente florentino, Américo Vespucio, quien daría nombre al Nuevo Mundo. A ambos los uniría el destino después de muertos, con sus enterramientos en Sevilla. Los restos de Colón, después de pasar por Valladolid y Santo Domingo, fueron a terminar en un suntuoso mausoleo emplazado en la catedral de Sevilla, los de Vespucio, muerto en Sevilla en 1.516, descansarían en el Monasterio de Santa María de las Cuevas de esa misma ciudad.
Atribuir el descubrimiento de América a Colón, y mucho menos a Vespucio, no deja de ser un disparate a la vista de la realidad y nadie puede dudar que mucho antes de aquellos días finales del siglo XV aquella era una tierra explorada. Entrar en especulaciones no pretendo y entregarme a la fantasía menos aún, pero mantengo y mantendré que ni Cristóbal Colón planeaba ir a la India, ni mucho menos descubrió un nuevo continente y que muy al contrario sabía a donde iba, aunque no el sentido del viaje. Cuestión aparte será el incontestable hecho de descubrir el potencial económico, la riqueza de las tierras que pisó, casi todas territorios insulares.
Para mí, desde muy joven, este pensamiento, esta idea está muy clara y a ella me llevaron diversas observaciones una pregunta cuya respuesta no encontraría sino a través del profundo estudio histórico. Para empezar, se pueden encontrar opiniones que sitúan hace 50.000 la entrada de poblaciones en América procedentes de Mongolia y Siberia, también nos encontramos con la nada despreciable tesis de las invasiones vikingas a partir del destierro de Erik el Rojo a Groenlandia, esa inmensa isla que hoy está cubierta por el hielo pero que en otros tiempos era tierra fértil. Groenlandia quiere decir Isla verde, y las coincidencias culturales y en el aspecto religioso que se dieron entre civilizaciones lejanas como los Incas o los Mayas y los antiguos egipcios nos hacen descartar que fuesen producto de la casualidad, máxime cuando es ya más que conocida la identidad de simbologías o el manejo de las mismas técnicas. Convencido de que América estaba más que descubierta cuando Colón llegó a aquellos pagos me intrigaba la razón de ir allí, por qué y el para qué, descartando toda posibilidad de error en el rumbo por la sencilla razón de que el viaje fue minuciosamente preparado, sin dejar ningún camino a la improvisación.
La estancia de Colón en Portugal me resulta muy relevante. Con interés en el Hospital Monasterio de Tomar y con mayor interés si cabe en Sagres, donde se encontraba la Escuela de Navegantes del infante D. Enrique, junto al cabo de San Vicente, el navegante pasa 15 años en tierras portuguesas, participa en la batalla del Cabo de San Vicente, se salva de un naufragio en aquel clima bélico que enfrentaba a Castilla y Portugal y sobre todo aprende a navegar de un modo diferente, distinto al que conocía como marino del Mediterráneo, alcanza los máximos conocimientos para enfrentarse con el Océano Atlantico, pero no emprende su aventura auspiciado por el Rey Juan II de Portugal. Pasa a Castilla, a las tierras del Sur de Castilla y fija su interés especialmente en el Monasterio de la Rábida, eligiendo como punto de partida, precisamente Palos de la Frontera, en las cercanías de ese mismo monasterio, sus cálculos…¡nada era improvisado para el experto navegante y todo tenía un por qué, tal vez más allá de su propia ambición, una motivación que algunos han encauzado incluso por la vía exotérica y ocultista.
Finalmente, desde Palos de la Frontera, con las tres embarcaciones de todos conocidas, emprende el viaje auspiciado y financiado por el Reino Castilla, por la Reina Isabel. Y en este punto se sitúa una duda sobre la que tantas veces pregunté y nadie me pudo explicar. ¿Si aquel viaje se emprendía bajo el auspicio castellano y financiado por el Reino de Castilla, porque las embarcaciones llevaban aquellas velas?. Podría parecer un detalle insignificante, anecdótico, en el que me he llevado fijando durante años, pero nunca he encontrado explicación al motivo de que aquellas embarcaciones no llevasen la enseña de Castilla, sino unas cruces rojas sobre fondo blanco.
Las velas de las naves de Colón llevaban la Cruz de la Orden de Cristo, creada por el Rey Dinis I para evitar la extinción de los templarios. Portugal no abolió la Orden del Temple como impusiera la Iglesia, el Papa Clemente V espoleado por Felipe el Hermoso de Francia, sino que la transformó en esta nueva Orden con la misma simbología, y conservando su Cruz roja característica, aquel viaje 180 años después de disuelto el Temple tenía un destino muy predeterminado, y aquellas velas con la cruz de los templarios eran un signo, una señal de reconocimiento, indiscutiblemente.
La Orden del Temple había sido masacrada por la ambición del Rey de Francia, ávido por hacerse con el incalculable tesoro que poseía y que nunca se llegaría a encontrar, pesando sobre su destino un enorme número de tesis especulativas y no pocas publicaciones. Escribir sobre todo ello con la minuciosidad requerida me llevaría a ocupar cientos de páginas y no es ese el objeto de este artículo. Señalaré que una de las más verosímiles tesis sobre el destino de las riquezas materiales de la Orden del Temple fue América y el medio de transporte utilizado pudiera haber sido su poderosa flota y si situamos a los refugiados, huidos templarios al otro lado del Océano, se puede entender con mayor lógica el viaje de Colón 180 años después.
Si se sigue la estela de Colón en Portugal lo vemos en lugares templarios: siempre buscará conocimientos y material para preparar su viaje en lugares como el Hospital Monasterio de Tomar, sede que fue del Temple como después de la Orden de Cristo, sucesora por imposición de la voluntad del Rey Dinis I sobre la orden de disolución y de expoliación de los bienes que se les fueran encontrando a los templarios. Y por supuesto lo hará en la Escuela de Navegantes del Infante Henrique, quien también fuera Gran Maestre de la Orden de Cristo.
Si observamos la etapa española, podemos comprobar que el Temple fue poderosísimo en los Reinos de España, y el La Rábida tuvo gran influencia.
Si observamos comparativamente los periplos preparatorios colombinos, siguen una precisa regla geográfica y geométrica que lo llevaron por una ruta de enclaves templarios. Si observamos las velas que utilizan sus embarcaciones la simbología templaria, la Cruz Roja sobre fondo blanco tiene una razón de ser: el ser reconocidos al llegar al destino previsto. Y si observamos la poca entidad de la aventura en cuanto a aparato defensivo nos daremos cuenta de que había una certeza de que, tal como fue, aquel viaje era seguro y no se preveían enfrentamientos con la gente que se encontraran, como hubiera sido lo lógico por el propio instinto de conservación y la alarma que en la población indígena debería haber causado la presencia de un puñado de hombres que llegaban sin saber con qué intención, ataviados de extrañas indumentarias…
Me gustaría ser más extenso, pero no es esta la ocasión. Simplemente pretendo que quien esté interesado en el mito del descubrimiento de America, reflexiones sobre las pistas que aquí se dan, profundice en su estudio y entienda que Cristóbal Colón sabía perfectamente donde iba, seguramente movido por su ambición personal, que no descubrió ningún nuevo continente y que en sus viajes, siempre dentro del mismo área comprendida entre el Caribe y la América Central y la costa de Venezuela, siempre tuvieron como paso y estancia obligada la isla que llamaron La Española, Santo Domingo, seguramente porque era allí donde pensaba encontrar lo que buscaba.
Manuel Alba