Contemplaba embelesado un Icono ruso, un cuadrito encantador de pequeño tamaño que acababa de rescatar en una nave a la que llevan enseres de casa que, vendidas por sus dueños, quedan abandonados en el lugar cuando los propietarios la dejan vacía y a disposición de los nuevos moradores.
Junto con una cruz de bella factura, me hice con aquel cuadrito en el que se representa la imagen de Jesús bendiciendo por unos cuantos euros y me disponía a darle un tratamiento básico, una limpieza que le devolviera su antiguo esplendor, preguntándome cómo era posible que alguien hubiese dejado atrás algo de tanta belleza, y estando pensando cual sería el modo de proceder más adecuado, llegaron dos personas al lugar donde me encontraba a las que quise enseñarles mi pequeño tesoro. Una pareja de mi edad. Poseedores de un alto nivel cultual, con fama reconocida de piadosos.
Le entregue a él aquel cuadrito, pasándoselo de inmediato y casi sin mirarlo a su esposa, que puso reparos en tono satírico. Enseñándolo a las personas que estaban en el entorno, criticó el estilo infantil y la fealdad en la manera de representar a Cristo, algo que entendía irrespetuoso, blasfemo, inadecuado al enterarse que lo iba adecentar para quedármelo, él me manifestó que lo más adecuado era quemarlo, que eran representaciones burlescas y heréticas de la divinidad y no sé cuantas tonterías más que me sacaron de quicio, arrancando prácticamente de las manos de ellas la imagen con un gesto áspero, quizá hasta grosero .
Ellos, eso sí, son fervorosos cofrades de una de esas Hermandades que se dicen de Penitencia, en la que ejercen cargos para mayor gloria de su vanidad y practican el cumplimiento en su doble aspecto de cumplo y de miento, ignorantes ejemplares de catetos intolerantes.
¡Decir que los iconos son insultos la divinidad!. La verdad es que en un sitio como este en el que solo se quiere conocer de los rusos su capacidad adquisitiva y el único interés en ellos es el de ver que se les vende, aunque cada vez haya menos por motivos obvios, poco conocimiento se puede esperar de las costumbres y de la espiritualidad de aquel pueblo.
Un icono, término de origen griego que significa imagen, es la representación única que de la divinidad, de la Virgen y los santos se permite la Iglesia Ortodoxa, tanto la rusa como las demás, y su fundamento es la prohibición bíblica de esculpir o tallar imágenes: No tallarás imagen alguna, ni ninguna representación de lo que está en lo alto, en el cielo le impone Jehová a Moisés. La Iglesia Católica ha obviado tal extremo y viene secularmente prestando adoración a imágenes muy realistas, obras maestras de la escultura, en torno de las cuales gira un tipo de culto que se me ha antojado toda la vida bastante contrario al sentido auténtico de la liturgia. Estos iconos son representaciones pintadas que carecen de todas sensación de volumen y con un colorido lo menos natural posible, al objeto de que no den apariencia, sensación realista, evitando que se confunda la representación con lo representado.
Contrariamente a lo que estamos acostumbrados en estos pagos, donde la devoción se dirige a la representación de tal modo que muchos son los fieles cuya devoción a determinadas imágenes les impide ver en otras la misma idea, el mismo símbolo, los ortodoxos pretenden una relación mística entre lo representado y la representación sin posibilidad alcuna de confundir lo uno con lo otro y de ahí el peculiar estilo, la falta de volumen y el colorido de las imágenes pintadas en los iconos.
Actualmente, con el mismo estilo, con las mismas técnicas, podemos encontrar iconos realizados con un sentido ornamental, decorativo, ajenos a su carácter o esencia religiosa, que se salen de las reglas estrictas que requieren estas representaciones pictóricas para alcanzar su verdadero carácter. La Iglesia Ortodoxa es muy tradicional, aunque ese carácter implique un vínculo muy directo en ocasiones con los primeros cristianos y, por lo tanto, una mayor pureza y una gran distancia con respecto a una buena parte de las doctrinas teológicas tiránicas del Catolicismo. Dentro de sus tradiciones, con respecto a la confección de iconos rigen en todas las Iglesias Ortodoxas las normas del llamado Libro del Pintor, que se encuentra en uno de los monasterios del Monte Athos, fijando la fórmula o invocación que el artista debe de pronunciar antes de comenzar su trabajo: Santifica e ilumina el alma de tu siervo y guíala para que ella realice digna y perfectamente el sagrado icono.
El pintor debe ser un fiel ortodoxo y su trabajo es considerado sagrado, su anonimato es otro carácter del mismo ya que no es él sino la divinidad quien dirige su brazo, su mano que no sigue su voluntad, por lo cual no se firman estas obras que se consideran hechas por la Iglesia entera, y el cuadro, la representación no es objeto de devoción sino que se configura como un conductor un vehículo para canalizar hacia lo representado la oración, evitando en lo posible las tentativas idolátricas y fetichistas, aunque sin poderse evitar que existan en ocasiones, impulsos supersticiosos entre las gentes más sencillas. De cualquier modo, la imagen hierática plasmada en estos iconos, con sus rostros oscuros, labios cerrados, la carencia de sensación de volumen y en muchas ocasiones su presentación irreal, es decir, la aparición del rostro, pies y manos de la figura en el contexto de una obra de orfebrería en la que se representa el ropaje, dan la sensación de que quien se encuentra representado se encuentra ajeno, aislado, impermeabilizado y alejado de cualquier oración o expresión de fe que se le dirija.
¿Pero para que perder el tiempo en explicaciones a gentes embrutecidas y dogmáticas?. Por extraño que parezca, en el siglo XXI hay gente que no entiende que pueda haber otros cultos, otras religiones, y algunas tan próximas al Catolicismo como la Ortodoxa que, al fin de cuentas centra su diferencia en algo que para los fieles devotos del cumplo y del miento ni siquiera les resultará familiar: el filioque.
Esa es la esencia de la separación de ortodoxos y católicos, el filioque, una expresión en la oración del credo en el transcurso de la misa. Mientras que en el Catolicismo se mantiene y contiene en esa oración que el Espíritu santo procede del Padre y del Hijo (filioque), los ortodoxos, considerando, basándose en que la expresión y del Hijo no se encuentra en el Evangelio de San Juan ni en las actas del Concilio de Nicea, siguieron al Patriarca de Constantinopla, Focio en la tesis de que el Espíritu Santo procedía exclusivamente del Padre. La controversia del filioque duró mas de cuatrocientos años y a comienzos del siglo XI, en el 1.054 de produjo la ruptura con Roma.
Desde entonces han aumentado las diferencias, tendiendo los ortodoxos a mantener un cristianismo más próximo a sus orígenes y en sus largas ceremonias se observan peculiaridades como la ausencia de sermón en la celebración eucarística, que se ciñe al seguimiento de un ritual dirigido por el sacerdote, al que no se le considera un guía espiritual, sino como al responsable de dirigir la oración, hacer cumplir los rituales y dar a los fieles los sacramentos. El devoto ortodoxo se entiende consigo mismo y con Dios a la hora de ordenar su conducta y solo acudirá a recibir consejo de algunas determinadas personas de alto prestigio moral, de gran solvencia y reconocida fama. Se trata de determinados monjes a los que se les consultan temas relacionados con la conducción de la propia vida, ancianos que viven en monasterios y que reciben a quienes llegan a su morada en busca de respuestas. Se conocen como staretz y son referentes morales y éticos de gran peso.
Con una jerarquía y una organización bastante similar a la católica, la Iglesia Ortodoxa contempla no solo admite el matrimonio del claro sino que en algunos casos lo impone como obligatorio, y su tradicionalismo le permite conservar un Cristianismo más auténtico, más puro y menos cargado de artificios teológicos y dogmas irracionales, acercándose más a aquellas consigna de Jesús a María Magdalena contenida en uno de los textos evangélicos no reconocidos oficialmente: No impongáis más preceptos que aquellos de los que fui testigo, no añadáis ninguna ley a las que da la Torah, no sea que seáis esclavizados por ellas.
De cualquier modo mi pequeño icono me inspira más ternura que las ampulosas imágenes que estoy acostumbrado a ver.
Manuel Alba