Hace tiempo que no me prodigo en escribir, tal vez porque el cansancio que me produce estos tiempos que me ha tocado vivir se ha transformado en un gélido hastío. Hoy lo hago, en esta cálida noche estival, tras encontrarme con mi apreciado amigo y colega gibraltareño Patrick Canessa en una cena
¡Gibraltar!, ¡siempre Gibraltar!… ¡que tema más recurrente!. Muchas veces he opinado del asunto y se ha llegado a sugerir que mi postura se debía a algún interés personal ¡No es así!, no tengo nada personal, ni en ningún otro sentido que me vincule a ese lugar, salvo un puñado de buenos amigos.
En estos días, con ocasión de la salida del Reino Unido de la Gran Bretaña de la Unión Europea, medida que, dicho sea de paso, aplaudo, y que creo que deberían hacer otros países miembros de la misma, y también con la visita de Estado efectuada por el Rey de España a la corte de Londres, se vuelve al manido asunto.
Nunca se reivindicará la vuelta a la soberanía Española de territorios perdidos en virtud de tratados como los de Utrecht, que fueron varios, no uno, no se pedirá ni Luxemburgo, ni el Milanesado, ni Sicilia y Cerdeña, ni Nápoles, ni la propia Bruselas, ni Flandes Mil razones se esgrimirán para decir que no es lo mismo, lo de Gibraltar no es lo mismo
Me pregunto esta noche que diferencia hay entre unos territorios y otros, perdidos, no se olvide jamás, en virtud de unos acontecimientos que se produjeron por la instauración en el Trono de España de la dinastía Borbón, algo que no deberían de olvidar nunca los sucesores de Felipe V, pues fue el peaje que tuvo que pagar España para que el nieto del Rey Sol reinase en este país fue la pérdida de todos los territorios españoles en el continente europeos, tierras que eran España, y ninguno de sus sucesores tiene la legitimidad moral de reivindicar lo que fue el precio que costó el cambio de dinastía.
En el siglo XXI no se quiere acordar nadie de aquella pérdida de otras partes de España y se insiste hasta la saturación en aprovechar cada oportunidad que se presenta para insistir: ¡Gibraltar!.¡Gibraltar!.
Se alegan mil y una motivación, se achacan mil y un motivos de denostar y atacar aquel territorio Sin embargo, curiosamente, en los múltiples casos de latrocinio que asolan a España, en las averiguaciones del paradero de tantos millones de euros, no aparece nunca Gibraltar ¿Dónde está esa perversidad y esa praxis corrupta, ese paraíso donde esconder y blanquear dinero?. Se alzan voces acusadoras en materia de contrabando, pero ¿acaso no son contrabandistas los gibraltareños o más bien lo son los del otro lado de la verja?.
Es de comprender que el sistema normativo británico contempla figuras jurídicas distintas a las españolas, pero eso no puede implicar estigmatizar al pueblo gibraltareño bajo la tacha de practicar la delincuencia. Y en última instancia, serían los de fuera los que cometerían, en todo caso, las irregularidades.
A Gibraltar se la trata como si fuese un territorio despoblado, no se cuenta con su gente y se reivindica como si allí no hubiese nadie Y con el famoso Brexit se agudiza esa intención en algunos sectores que parecen que empeñan la vida en ello ¿por qué?.
España, o lo que queda de ella, se debate en un caos de disolución, descomposición, desorientación . Inmerso en la corrupción, cada día un nuevo escándalo nos alumbra, un latrocinio que mancha la política y a quienes la ejercen. Se encuentran cuentas o depósitos de dinero evadido en multitud de países, incluso enclaves que pertenecen a la propia Unión Europea, como Luxemburgo, ese territorio que también, y no se debe de olvidar nunca, se perdió para que reinara Felipe V, y que nadie se atreve a reivindicar; aparecen cuentas o sociedades en Panamá, dinero en Andorra, pero que yo sepa, en los grandes escándalos que asolan este país, en esas operaciones a las que las Fuerzas de Seguridad del Estado bautizan con nombres ridículos y que desbordan la Audiencia Nacional, no aparece Gibraltar
¿Cómo no se va a contar con la población gibraltareña a la hora de opinar? Se ningunea a una ciudadanía que, además, no recibe ningún tipo de acicate, ninguna motivación, ningún incentivo que pudiera atraer su interés por pertenecer a España. ¿Qué se les ofrece?:
No es ningún aliciente, desde mi humilde punto de vista, incorporarse a un Estado convulso, dividido, inestable . No resulta atractivo perder un nivel de vida consolidado para agregarse a un lugar como la Comunidad Andaluza, a su régimen político peculiar, a su alto nivel de paro y su falta de perspectivas; tampoco debe atraer mucho los escándalos a los que ya he aludido, los casos de corrupción, las dudas de cara al futuro que plantea el populismo emergente o la debilidad, por no decir cobardía, del Estado frente al problema secesionista de Cataluña, que no es sino la punta del iceberg de lo que se fragua en otros lugares como Valencia o baleares, de momento
¡Gibraltar!… Reivindican Gibraltar tal vez sin querer ver que en el caso de que tamaña pretensión se alcanzase, lo máximo que se obtendría es un terreno vacío, despoblado, porque ninguno de sus habitantes tendría la suficiente poca cabeza de quedarse a disfrutar de los dudosos beneficios de ser españoles. En vez de procurar la concordia frente a una situación consolidada y sin perspectiva de cambio, se procura generar un sentimiento de antipatía, desconfianza y hasta de manía en una población que es la que es, vive donde vive y como vive y, además, constituye un elemento dinamizador de la economía de toda la comarca que evita que las desdichadas listas de parados aumenten significativamente.
Manuel Alba