Este caluroso verano tiene algo, mucho tal vez, de especial, aunque no sea ese el sentimiento general que se vive en la calle, ese termómetro que nos alerta a todos: A unos, la mayoría, les da la pauta de la normalidad social y de lo perfectamente bien que fluye la vida ciudadana en una convivencia perfecta. A otros, muchos menos que la minoría, quizá, nos muestra el punto al que llega el estado de hipnosis, de narcotización colectiva de la población, de la masa. Uno de los más insignificantes miembros de esa más que minúscula minoría soy yo.
Veo discurrir por las aceras gentes que van y vienen, las supongo ajenas a lo que percibo. Los automóviles circulan en tropel hasta el punto de llegar a no distinguirse si son multitud o uno solo, gigantesco, kilométrico, similar a una tubería que recorre cada sentido de la avenida ¡Todo va bien, tan normal, tan dentro de lo que se supone lo adecuado a estas fechas!. A veces siento un impulso que me enfrenta a mí mismo, me hace sentir fatal, llegando a recriminarme preguntándome si no seré yo el problema, si no soy el único que se empeña en ver, en constatar, lo que no existe, si no le estoy dando la espalda a la realidad para arrojarme una y otra vez al mar de la fantasía.
Hace algún tiempo opinaba sobre situaciones que me resultaban preocupantes, por ejemplo, el desbocado trote de Cataluña hacia su anhelada independencia sin que el Estado pusiera coto a esos desmanes, viendo como, muy al contrario, se seguían satisfaciendo las ansias de dinero catalanas con una financiación desmesuradamente superior al resto de las regiones taifas españolas, sin que se operasen mecanismos que garantizasen la igualdad de todos Me preocupaba ver del modo en el que la aberrante prioridad democrática, por llamarla con política corrección, imponía la anteposición de la salvación de los votos y los apoyos a los principios más elementales consagrados en esa Constitución, nacida ya con vicios y defectos congénitos, esas líneas infranqueables que se han ido saltando día a día.
Esa preocupación ha debido ser mía, solo mía, o compartida con muy pocas personas más porque en la calle, en la sociedad adormecida y motivada exclusivamente por el mito sedante del estado del bienestar, no se ha llegado a sentir hasta el punto que a la hora presente, casi consumada la traición, lo máximo que alcanzo a escuchar en pequeños círculos, en reuniones muy cerradas, es el deseo de que toda esta pesadilla acabe e incluso el anhelo de algunos de que Cataluña se vaya de España para librarse de la pesadez diaria de esa cantinela de disco rayado . ¡Nada más!
Quienes me han escuchado decir o han leído sobre mi preocupación ante lo que supone un conflicto que de una manera u otra ha de terminar mal por la desidia de los españoles, gobernantes, gobernados y sus supuestos representantes en las instituciones, inmersos en otros mundos. Los gobernantes y los representantes espurios de la torcida y fraudulentada voluntad del pueblo que duerme tras haber mordido la manzana de las promesas incumplidas sin esperanzas de que acudan príncipes azules que le despierten, viven para por y del poder, y en esa guerra se desenvuelven sin solución de continuidad. Los gobernados, como es lógico, siguen en su sueño, un sueño donde hay un clima optimo de bienestar, donde el paro se disuelve en un pleno empleo imposible, un idílico reino en el que la adoración a Dios de lo material se compensa con la abundancia y la varita mágica del hada Democracia todo lo arregla.
A veces ocurre que me llevo sorpresas, llamadas telefónicas como la recibida hace unas horas, en la que alguien de entidad y prestigio, con un artículo mío en la mano, me daba la razón y admitía mis temores: El problema catalán, ya no es eso, un problema, sino una tragedia sin solución. Mi interlocutor había reparado en algunos detalles de los que señalé en su día, entre ellos el hecho de que se había producido una expansión que llevaba más allá de Cataluña el estado de conflicto, alcanzando las Islas Baleares o Valencia y dando expectativas a la pretensión de formalizar unos países catalanes. Esa expansión atañía también a la generación de inquietudes secesionistas en donde ni tan siquiera existió jamás un fundamento sólido para constituir una región autónomo taifa de las que forman el zurcido mapa de lo que fue España y hoy comentaba conmigo lo razonado de mis lucubraciones y lo lamentable de no haber actuado en su momento por dar prioridad a lo que no lo tuvo nunca.
Le alarmaba a mi interlocutor el modo en el que el cambio de dirección política operado en el área de gobernación del gobierno autónomo de Cataluña hacía más palpable aún si cabía otra de mis previsiones: La posibilidad del recurso a las armas del gobierno catalán. Si en la Segunda República el gobierno contaba el día 6 de octubre de 1.934, fecha su proclamación unilateral y salvaje del Estado Catalán, con unos 400 policías autónomos, mozos de escuadra como les llaman allí, hoy son más de 16.000, han ido sustituyendo desde 1.994 a la Policía Nacional y la Guardia Civil en sus funciones, por lo que se han expandido por toda la geografía catalana y están perfectamente equipados y armados. Dije en su día que esa policía autónoma es hoy un ejército preparado y pertrechado, financiado con el dinero de todos los españoles y del que no tenía la mínima garantía de que fuesen a respetar el orden constitucional, sobre todo porque la Constitución ha sido permanentemente pisoteada en Cataluña y no ha pasado nada . Ahora, bajo el mando de un contumaz independentista, ya hasta se ha manifestado en público que esa policía autónoma estará a las ordenes del gobierno catalán en los próximos y previsibles acontecimientos antijurídicos a la vuelta de la esquina.
También he llegado a poner por escrito, ha tiempo ya, que el recurso a la violencia terrorista planea en este asunto, en esta derrota del Estado, del que quedan las últimas batallas por librar pero que se ha ido perdiendo en el día a día desde hace décadas, con cada una de las concesiones hechas para obtener un apoyo parlamentario de cara a formar una mayoría, salvar unos presupuestos o sacar adelante una Ley en Las Cortes. Desde 1.978, tras la aprobación de la tan pisoteada Constitución, y hasta 1,995, operó una organización terrorista independentista catalana llamada Tierra Libre, aunque en 1.991 manifestó que se disolvía mostrando en un comunicado su fe en que Izquierda Republicana de Cataluña lograría alcanzar la independencia de esos países calanes, Cataluña, Islas Baleares y Valencia, los mismos lugares que hoy mantienen en sus pretensiones. Tierra Libre dejó una estela de 200 atentados en su trayectoria criminal.
Ahora está A raíz . (No he de ser yo quien use los nombres catalanes de estas organizaciones). A raíz, o A ras, surgió en 2.012 arremetiendo contra quienes se opusiesen a las ambiciones independentistas y hoy por hoy tienen implantación en Cataluña, Baleares y Valencia, están actuando contra intereses turísticos y gozan del apoyo de alguna fuerza con representación en el parlamento autonómico catalán Ciertamente no han llegado a pasar de los calificados actos vandálicos, pero estos no son sino la antesala de la vía del atentado. Si hasta el momento su actuación se ha limitado al asalto a embarcaciones de recreo, las pintadas y demás actos con matiz de gamberrada, no se puede deducir que en adelante esta organización perfectamente articulada no se adentre en el manejo y uso explosivos y armas. Por el contrario, es preciso prever que el recurso al atentado está latente.
Una policía autónoma numerosa y obediente a los mandos independentistas, una organización radical de exaltados, un clima de confusión política y de ambiciones desatadas en el Estado y una sociedad ajena, indolente y en estado de letargo no pueden hacer presagiar sino un mal fin de este asunto y con él, el comienzo de un rápido contagio por el efecto dominó. A mi interlocutor le decía que si el Estado se impone y en la batalla final invierte los polos y gana el pulso, sea del modo que sea, aunque no es de imaginar que lo lograse de ese modo incruento y apacible, a modo de la guerra de Gila, que se nos vende, se abrirá la puerta de la radicalización, del atentado, del terrorismo, del retorno a los días de zozobra tan conocidos y sufridos por los españoles. ¿Qué pasaría si la policía autónoma, siguiendo las órdenes de quienes les manda, no de quienes les pagan, defienden con sus medios la locura independentista hasta el último extremo?, ¿Qué ocurriría si esos radicales de a raíz dan un paso adelante ante la frustración de sus pretensiones por un camino o por otro?. Y no vale aquello de que la mayoría de los ciudadanos de Cataluña están en contra del llamado proceso, ¡no, eso no sirve! Y no sirve porque el número, la mayoría, es el sofisma democrático que sirve de herramienta para alcanzar el poder, pero que a la hora de las decisiones no cuenta, queda al margen, ¿o es que alguien piensa que esa mayoría contra la independencia va a salir a la calle y sublevarse si las huestes de la traición se llevan el gato al agua?
Y si triunfan, es decir, si el proceso de independencia que se inicia con la misma Constitución pactada y se va conformando y articulando, día a día, mes a mes, año a año, durante estas cuatro últimas décadas, a base de obtención de privilegios y recursos en detrimento del resto de los españoles, mediante la permanente actitud de chantaje, un chantaje que no ha sido al Estado, como se pretende hacernos ver sino a sus gobernantes y a sus líderes políticos, a los que le han cambiado votos y pactos por medios y prebendas; si la batalla final la ganan, habrá que asistir desde el día siguiente a nuevos y constantes procesos de soberanismo, por aquello de no ser menos. ¿No es cierto?.
A mi interlocutor, que me decía que todo este camino le había hecho mucho daño a Cataluña y había perjudicado y destrozado a personas y partidos catalanes, refiriéndose en concreto a Convergencia y Unión, a los Pujol, Más y demás, le he respondido que ver así el asunto es demasiado básico, y no sé si me he excedido, pues él ha estado en unos puestos de máxima responsabilidad política y ha tenido una visión de todos los asuntos públicos mucho más amplia que la que yo pueda tener. Me haya excedido o no, veo muy básico, muy pueril incluso aferrarse a la creencia de que todo el camino hacia la independencia haya producido estos desgastes, por una simple razón:
Un objetivo, cualquiera que sea, requiere, antes que nada, su fijación, su definición. Tras estar perfectamente marcado y acotado se ha de elaborar una estrategia para alcanzarlo y se han de abordar tácticas que se desarrollarán bajo la responsabilidad de aquellas personas que se sientan, por un lado, solidarias y comprometidas con el fin marcado, y a los que ese compromiso, por otro lado, les ate lo suficiente como para asumir los riesgos.
Desde que a finales del siglo XIX se planteó por parte de la burguesía más provinciana y cateta de Cataluña la necesidad de aislarse en sus privilegios y riqueza mediante la independencia, el objetivo quedó marcado. Desde entonces, pasando por las tentativas inidoneas o fracasadas, como la de 1.934, el objetivo no ha variado, si bien se han ido alterando, modificando, las estrategias. Curiosamente, a nadie le llama la atención que durante la etapa de gobierno del General Franco, a pesar de la indiscutible aparición de algunos fenómenos reivindicativos, no surgiese el independentismo catalán con ímpetu. El propio Franco se paseaba por Barcelona a sus anchas y en las calles no se veía, y a las pruebas me remito, pues hay sobrado material documental sobre ello, sino gente aplaudiendo y no precisamente bajo la amenaza de un fusil.
Lo que ocurrió es tan simple como tan necio el no querer reconocerlo: El independentismo seguía vivo, muy vivo, pero había cambiado de estrategia y las consecuencias económicas de la Guerra Civil habían pasado una factura terrible a las provincias catalanas. No fue Franco quien se atrajo a Cataluña sino al contrario, fueron los catalanes los que se atrajeron a Franco con una fingida pero muy bien interpretada fidelidad y lealtad, lo que permitió que en un alarde de manifiesta injusticia se volcase en Cataluña, muy especialmente en Barcelona y su área metropolitana, toda la artillería económica del Régimen. Al igual que en las últimas décadas la estrategia ha servido para fomentar el desequilibrio y la desigualdad entre los españoles, el mismo proceder operó desde 1.939. Claro que estaba marcado y fijado el objetivo en la independencia, pero lo más inconveniente hubiese sido sacarlo a relucir en un estado de ruina económica, del cual se saldría con la inversión y la reindustrialización. A cabio de cada ¡Viva Franco!, una fábrica, una subvención, una innovación se instalaba allí, logrando que para los depauperados españoles de otras tierras patrias Cataluña se convirtiera en la tierra prometida.
Gracias a Franco y a la estrategia del cambio de lealtad por riqueza pudo ser posible ese resurgir independentista, y prueba de ello es que inmediatamente después de la muerte del General se levantó el gigante que no estaba ni muerto ni adormecido sino agazapado, camuflado en la maleza esperando el momento de reaparecer. ¿Acaso nadie se pregunta por que Tierra Libre surge en 1.978 y no en 1.945, o 1.958, o después?. ¿Por la represión?. ¿Acaso era tan feroz y contaba con tantos medios el aparato del Estado?. ¿Acaso no hubiese sido un acto de propaganda inconmensurable haber atentado contra Franco en uno de sus paseos por Las Ramblas, volándole la cabeza o, al menos, haciendo el intento?. Mientras en otros lugares el terrorismo actuó con Franco, incluso matando a su Presidente del Gobierno, en Cataluña se valoraba más alcanzar el objetivo.
El hecho de que partidos políticos y personas concretas de la política catalana hayan quedado en la cuneta no significa nada, incluso supone un incentivo. Lo que pudiera tomarse como caída en desgracia no es sino el resultado del compromiso, del sacrificio asumido como riesgo para la conquista de ese objetivo marcado . Que nadie se engañe, porque ni Convergencia, ni Más, ni los Pujol, ni tantos otros han sufrido ninguna derrota sino que han caído como héroes, se han sacrificado en pos del triunfo final.
¿Qué hacer?… En eso mi interlocutor y yo hemos estado de acuerdo: Quien quiera ser español, seguir sintiéndose español, no tiene otro camino que el exilio, dejar atrás esta cruel realidad y forjarse en donde sea un sueño: el de la España que pudo ser y, lamentablemente, no ha sido.
Manuel Alba