Tenemos en mi patio una planta que es oriunda de Lanzarote. Nada más verla nos recuerda a nuestra querida isla que, ahora, pasa por un momento realmente malo con la pandemia. La planta se llama Bejeque, es de color grana y no les he hablado nunca de ella porque hubo un momento en el que la dí por muerta. Durante lo peor de la pandemia en la primavera de 2020 estuvo floreciendo pero cuando se abrió la veda, empezó a decaer.
Después llegó el otoño y el invierno y siguió marchitándose y desapareciendo. Cada día cuando me he sentado en el porche la he ido observando, regando y, luego, he llegado a perder la esperanza con ella. Esta pasada primavera me entretuve en partirle las ramas secas y se me pasó por la cabeza aprovechar el macetón para otra planta. Estuve a punto de echarlo todo en una bolsa y comenzar la apuesta con otra.
Pero justo a comienzos de este verano, una mañana, con mi descafeinado en la mano, ví como el Bejeque se había convertido en cinco ramas diferentes, que eran minúsculas pero eran nuevas. Fue una auténtica visión, una fantasía, un imposible, pero la verdad es que eran reales, eran de verdad. Eran granas y frescas, eran esperanzadoras. Después cuando he vuelto del centro, de mi tertulia, me he encontrado cuatro flores a punto de salir. Mi Bejeque ( que ahora eran cuatro). Y eso mismo me ha hecho pensar en la pandemia, en el sufrimiento , en la propia vida.
Mi Bejaque me ha evocado el milagro de la vida, me ha evocado a esa persona que no ves desde hace mucho tiempo y que, incluso, pensaba que ya se había muerto. Supongo que esto mismo le ha pasado a más gente. La ves por la calle y te quedas cortado porque parece que esa persona viene del más allá. Luego , uno mismo recapacita y te das cuenta de que tu suposición era solo una ocurrencia y nada más. Y por supuesto, te alegras mucho de esa resurrección.
Y todo esto me ha venido a la cabeza solo viendo mi Bejeque, porque, creo, que llevamos demasiado tiempo contando muertos, como si fueran número inertes y dispares, sin atender a la cantidad de vivos que nos ha devuelto el milagro de la ciencia, con esa labor encomiable, callada, subterránea e infinitamente poco valorada de los científicos, de los inventores de vacunas, de sus distribuidores, de sus administradores, de los médicos, de los enfermeros, gentes a la que un día decidimos dejar de aplaudir porque alguien, cenizo como el invierno, nos contó que los milagros no existen. Y nosotros le creímos.
Algeciras, 16 de julio de 2021
Patricio González