En plena Sierra Morena, un elegante lodge y un proyecto de protección exclusivos
Texto: Enrique Sancho – Fotos: Carmen Cespedosa y archivo
Esta es una historia de amor. En realidad son varias historias y amores de distinto tipo. La primera y más evidente es la de Jess y Alex Hohne, una joven pareja de sudafricanos, él descendiente de cinco generaciones de propietarios de minas de oro, que hace tres años decidieron seguir en contacto con la naturaleza pero no en Sudáfrica. Recorrieron Portugal, Francia, Argentina… e incluso Reino Unido, pero no encontraron el ambiente, y el sol, que buscaban. Finalmente lo hallaron en plena Sierra Morena, en el Barranco de San Miguel cerca de Andújar, con vistas al Santuario de la Virgen de la Cabeza, cuya peregrinación es la segunda en importancia de Andalucía, tras la del Rocío. Curiosamente, allí se guarda la Custodia que regaló Benito Mussolini a la Virgen de la Cabeza. Es un terreno de mil hectáreas prácticamente virgen, donde sólo señorean las águilas reales e imperiales y los buitres negros. Bueno, también, cientos de venados y ciervos, nutrias junto al río, perdices, palomas, urracas, rabilargos, tejones, jabalíes… y miles de conejos.
Acondicionaron un antiguo cortijo, El Encinarejo, en buen estado y comenzaron a hacer planes. En los alrededores –escasos y a bastante distancia– comenzaron a llamarles «los locos sudafricanos de Andújar», pero ellos siguieron a su plan. Querían vivir en plena naturaleza y, a ser posible, disfrutar de lo que ésta les daba y sacar algún dinero de ello. Pronto decidieron que había que darle un impulso a lo que era su vivienda y compartirla con otros, alquilando sus únicas cuatro habitaciones sobrantes, porque, además de ellos, allí vivían su encantador hijo de cuatro años y los padres de Jess, él cazador y ella animalista. Así comenzaron a planificar un lodge al estilo africano, con cuatro habitaciones más e incluso una pequeña piscina aunque de momento no tienen el permiso para ella.
Inquietos como son, pronto decidieron implantar un rebaño de 18 bisontes procedentes de Polonia –lo que no estuvo exento de polémica que aún dura– que ya les han dado la alegría de la primera cría en semilibertad en Europa y como no todo es la fauna, también se han embarcado en un proyecto para plantar 3.000 encinas micorrizadas de trufa negra. No es fácil y la apuesta es arriesgada, aunque España es el primer productor de trufas negras, no sólo por cantidad sino también por su calidad e intensidad aromática, pocas veces se han conseguido tan al sur. «Si no funciona, habremos plantado 3.000 árboles», dice Jess sin la más mínima preocupación. “Estamos muy concienciados e involucrados con la conservación de la naturaleza y los animales. Mis padres se han dedicado toda su vida a trabajar en una finca. Es algo que llevamos en la sangre”, añade Jess.
Un hogar para el lince ibérico
Apenas instalados en la zona más alta del bosque de encinas más grande de Sierra Morena, donde también abundan los pinos y acebuches, tuvieron conocimiento del Proyecto Life Iberlince que impulsa la ONG Fundación CBD-Hábitat.
Su objetivo es el establecimiento de acuerdos de colaboración con propiedades privadas, de forma que la gestión general de la finca permanezca en manos del propietario original, pero se realizan ajustes para adecuarse a los objetivos de conservación pretendidos. En este caso se trataba de salvar al lince ibérico, al que el genial Félix Rodríguez de la Fuente definía como «el más hermoso de los mamíferos de presa de la Península, la última fiera de España».
El reconocido como el felino más amenazado del mundo, el “lynx pardinus”, estaba al comienzo de este siglo al borde de la extinción, con apenas 100 ejemplares y a la baja. Y ahí nació la segunda historia de amor, en este caso con varios protagonistas: los locos sudafricanos, la Fundación CBD-Hábitat, la Agencia de Medio Ambiente y la Junta de Andalucía. Las primeras relaciones ya han dado resultado: hay mil ejemplares más de lince ibérico que hace 20 años y medio centenar de fincas han seguido el ejemplo de El Encinarejo.
«Si hoy hay linces es gracias a este reducto de la Sierra de Andújar, porque hace dos décadas solo quedaban unos 70 ejemplares en este rincón jienense y unos 30 en Doñana», explica Germán Garrote, biólogo del Proyecto Life Iberlince. Desde aquí se empezó a expandir la especie gracias a los esfuerzos de conservación de la agencia de Medio Ambiente y Agua de Andalucía y de fundaciones como CBD-Hábitat. «El lince está en lo más alto de la pirámide ecológica. Es amo y señor del monte mediterráneo porque no hay otro carnívoro que compita con él», explica Maribel García, bióloga y técnica de la Junta de Andalucía.
“El lince ibérico es una especie clave para la conservación de un ecosistema muy raro en el mundo, el monte mediterráneo. La presencia de linces indica que las condiciones del hábitat son buenas, que se mantiene un monte con sus principales valores naturales. Por eso, la desaparición de esta especie emblemática hubiera ocasionado un grave golpe a la conservación natural a nivel mundial”, indica Nuria El Khadir gerente de CBD-Hábitat, mientras Fernando Silvestre, su adjunto, otea con los prismáticos entre la vegetación a la búsqueda de las confusas manchas del felino que gusta exhibirse.
El lince sólo come conejos y aunque en la Península Ibérica hay hasta 40 especies de aves y mamíferos que depredan sobre él, incluyendo al hombre que lo tiene entre sus presas favoritas para cazar, apenas tiene competencia en esta zona, sólo el águila imperial pero tampoco hay muchas. Aunque, al parecer fue su abundante presencia en la Península Ibérica en tiempos de los fenicios, la que dio nombre a nuestro país: “i-shepham-im”, país de los conejos, que incluso prestaba su silueta a las monedas de la época, el pequeño roedor también comenzó a escasear y con él la posibilidad de que el lince se mantuviera, ya que necesita comer uno al día. Curiosamente, uno de los trabajos de CBD-Hábitat para ponérselo fácil a las familias de conejos, ha sido construir cientos de madrigueras artificiales de hormigón, llamados majanos o vivares, enterradas y con varias salidas para facilitar la presencia de conejos, imprescindibles en la dieta del lince ibérico.
Si no hay conejos el lince se busca la vida para sobrevivir, cazando perdices o atreviéndose con algún gamo, incluso con alguna garza de las que anidan por ahí, pero a falta de suficientes proteínas, no cría cachorros. Ese detalle, en una población tan mermada, es sinónimo de problemas.
Pero además de eso, es necesario aplicar la metodología más eficaz para aumentar las poblaciones de conejos. En la actualidad la acción combinada de dos epidemias en la especie, la mixomatosis y la neumonía vírica (ambas introducidas por el hombre) y la caza excesiva han extinguido al conejo de la mayor parte de nuestro territorio. Con él hace décadas se fue el lince, y también el águila imperial, otra especie ibérica exclusiva que tiene en el conejo la base de su alimentación. Ahora, afortunadamente, han vuelto.
Pero el riesgo sigue existiendo. Pese a la satisfactoria recuperación de la especie, los atropellos y la caza ilegal practicada por furtivos siguen siendo una amenaza para este animal. Se estima que desde 2011 han muerto atropellados al menos 150 linces. De hecho, la organización WWF denunció el pasado verano que los confinamientos habían contribuido a elevar los atropellos de estos animales debido al aumento de la velocidad por parte de muchos conductores.
La misma organización conservacionista WWF ha recordado que hay que seguir trabajando para alcanzar una población totalmente viable y fuera de peligro y esto solo se lograría con al menos 3.000-3.500 individuos, de los cuales 750 deberían ser hembras reproductoras. Para los científicos que trabajan para asentar la población del felino más amenazado del mundo, la cifra alcanzada en el censo de 2020 refleja un significativo incremento pues supone un aumento de un 30% respecto al censo de 2019. En concreto, en 2020 se registraron 414 nacimientos de 239 hembras reproductoras.
En busca del “gato”
Naturalmente, el atractivo principal de El Encinarejo, es lograr ver al que todos llaman el gato. Se sabe que en la finca hay, al menos dos parejas de linces y algunos cachorros, el reto es encontrarlos. Los pardos colores otoñales inundan la montaña de Andújar mientras el río Jándula serpentea a través de Sierra Morena. El camino se hace en todoterrenos copiados de los de los safaris africanos con asientos elevados al aire libre, el bello paisaje justifica el frescor de la mañana… y los baches del camino. En el cielo, los buitres y algún águila sobrevuelan la montaña en silencio. ¿En silencio?, no; en lo alto de una encina, una urraca lanza un triste canto. “Al igual que los monos señalan en África le presencia de leones, la urraca avisa de que un lince está cerca”, comenta Fernando Silvestre. Buena señal.
Se instalan teleobjetivos, se monta un pequeño telescopio y los más modestos desenvainan sus móviles pero no se ven más que matorrales. ¿O no?. No, en efecto, entre las matas bajas de una encina se llega a apreciar una cabeza gris moteada y unos penetrantes ojos verde claro. Un poco más tarde el lince se anima a hacer su exhibición, sin temor al hombre al que se ha acostumbrado a ver de lejos. Sus andares, descarados e hipnotizantes, dejan entrever una seguridad que intimida al resto de habitantes de la finca. Y ahí nace la tercera historia de amor, la que surge hacia este bello animal que estuvo a punto de desaparecer y que ahora contempla el futuro con cierto optimismo.
Es otoño y el lince se anima a cazar de día, mientras en verano lo hace al anochecer, y debe explorar el campo. No hay tantos conejos en esta época ya que el pasto herbáceo aún no ha rebrotado y la calidad y la abundancia de alimento es mínima. Aunque el terreno no es el ideal, hay alguna madriguera cerca y el lince escucha, tiene un oído muy fino pero no detecta movimientos. También mira porque tiene buena vista, aunque la conocida expresión “vista de lince” no se refiere a él, tampoco a su nombre, en realidad la expresión se refiere a un personaje de la mitología griega llamado ‘Linceo’ (originariamente la expresión era ‘Tener vista de Linceo’), y es que a este ser mitológico se le atribuía una vista prodigiosa capaz de ver través de los objetos.
Pero no hay caza a la vista, ni al oído. Solo se trata de un elegante y corto paseo, se diría que para satisfacción de los espectadores. Los expertos de El Encinarejo y CBD no logran distinguir de quien se trata. Podría ser Carraca, Nigeria o Feroz que habitan la zona, pero no se logran ver con claridad las manchas que los distinguen que son como su carnet de identidad. Creen que puede ser un macho, que suele llevar una vida solitaria interrumpida solo durante el periodo de celo en el que la hembra y el macho permanecen unos días juntos. Pero no importa, es el esquivo lince ibérico y es lo que se trata de ver.
Un nuevo ecoturismo
De regreso a El Encinarejo y mientras desde su amplia terraza se disfruta de las vistas y de un buen vino, Jess y Alex comentan entusiasmados su proyecto. “Para nosotros es muy importante beneficiar a nuestros vecinos, a la comunidad. A lo mejor piensan que estamos locos pero de verdad creemos en la fórmula del ecoturismo como una forma ideal de llevar las fincas. La mayoría de los vecinos no viven aquí, pero si ven que esto nos funciona quizás vuelvan de las ciudades, inviertan dinero en las fincas y hagan cosas con CBD Habitat”, afirma Álex. “En definitiva, queremos que esto sea un impulso para la sierra, que la gente lo aproveche de forma sostenible y no la abandone”.
Buscan crear una oferta de turismo de lujo rural, de naturaleza y ecosostenible. Y es que para ellos aprovechar los recursos que ofrece el medio ambiente y cuidar de la comunidad es fundamental. “Para nosotros es muy importante que la finca sea autosuficiente, pero que también sirva como apoyo a Andújar y a la población local”, cuenta Jess. “Tenemos dos huertos orgánicos con frutas y verduras. La carne, como el pollo, viene de los animales que tenemos en El Encinajero. Lo que no podemos conseguir de la finca lo compramos en las tiendas locales del pueblo”.
Nuria El Khadir, directora general de CBD-Hábitat, también explica cómo han procedido: «Se comenzó hablando con la propiedad privada porque ahí estaban los últimos ejemplares de lince ibérico. Se hicieron los proyectos de conservación con otras ONGs, empresas, cazadores… es decir, todo el colectivo que trabaja en el campo se juntó para recuperar a la especie. Con otras especies hemos hecho lo mismo, trabajando directamente en el terreno». En efecto, esta ONG no solo trabaja en la recuperación del enigmático felino, sino que también lleva a cabo proyectos de conservación con aves necrófagas, está desarrollando un modelo de ecoturismo sostenible en Guinea-Bissau, tratando de que convivan hipopótamos y plantaciones de arroz, y actúa para preservar la foca monje del Mediterráneo en Cabo Blanco, entre Mauritania y Marruecos. Su trabajo con el lince ibérico desde hace dos décadas les ha aportado la experiencia suficiente como para que desde Mongolia se hayan interesado en sus prácticas para preservar otra icónica especie de felino de nuestro planeta, el leopardo de las nieves, que domina las montañas del Himalaya.
En algunas fincas vecinas se hacen monterías a precios millonarios pero en las que se capturan buenos ejemplares de ciervos y jabalíes. No en El Encinarejo, donde solo se practica en ocasiones la caza selectiva con arco, a la que Alex es aficionado. Ellos han optado por ofrecer una experiencia singular en un ambiente único, safari en busca del lince ibérico, visitas y recorridos por la finca, actividades náuticas en el cercano pantano de El Encinarejo, estancia con trato familiar, cocina elaborada por ellos mismos, cómodas habitaciones en las que no faltan bibliotecas en cada una, un confortable salón con chimenea y un bien surtido bar. En breve tendrán lista su nueva página web www.elencinarejo.com y ya ofrecen esta experiencia única, este safari sin tiros, con un súper todo incluido, por 300 euros por persona y día.