Todo el empeño del ministro en funciones de Asuntos Exteriores, de Mariano Rajoy, es asfixiar a Gibraltar, amenazar a su habitantes, crear crispación y ofrecer esa milonga, de unos mesecitos de soberanía conjunta y luego, como tantas otras de sus mentiras y promesas, si te ví no me acuerdo. Y o tragas o te machaco. Lo ha intentado de todos modos, desde que llegó al Gobierno con aquella poco diplomática amenaza. Y ha chocado contra la roca, claro. Y contra los gibraltareños, más unidos que nunca en torno a su líder Fabián Picardo, gracias al empeño de Margallo de poner palos a la rueda de las relaciones con Gibraltar, de ser autor material de esas inhumanas colas, donde ha tenido a miles y miles de criaturas, trabajadores, familias, escolares, turistas y visitantes a Gibraltar, detenidos sin más explicación y a pleno sol o a pleno vendaval de frio y lluvia, por espacio de hasta más de tres horas y media, aguantando de pie o hasta 9 horas aprisionados dentro de un coche, sin más lógica que la de su capricho de hacer daño a todos, para querer fastidiar a Gibraltar.
Ese daño infligido por Margallo y los suyos (incluido por supuesto su equipo asesor en Algeciras y Cádiz) no se olvida fácilmente. Ahora, en la radio y en sus medios afines, Margallo vuelve a amenazar: Mira que si no aceptáis lo que yo digo, os va a caer una buena. Es su táctica. Dice cosas que producen el efecto contrario en el pueblo de Gibraltar, que ni cedió con Franco y Castiella, ni cederá con Margallo y Rajoy.
Si Margallo fuese un mínimo diplomático sopesaría antes de hablar. Por activa y por pasiva se lo han dicho todos. Boris le pidió que quitara sus manos del gaznate que quiere asfixiar. Los trabajadores se lo dicen a cada momento. Los políticos sensatos que viven la realidad del Campo de Gibraltar, también. Hay muchos daños colaterales que hay que evitar, no enturbiar ni entorpecer. La llegada de esos casi 16 millones de turistas británicos, o los muchos cientos de miles que compraron su casa en España o el creciente aumento de las exportaciones a Gran Bretaña, no los debe dejar de lado Margallo.
En Melilla, la población española, con una muy menguada guarnición militar, pide más facilidades, para progresar. Progresar a costa de Marruecos, claro. 45.000 marroquíes están autorizados a pasar cada día a cargar una y otra vez a Melilla, en lo que se denomina el autorizado comercio atípico que abre una impresionante vía de exportación ilegal de productos españoles hacia los países vecinos (el flujo de ese contrabando llega hasta Argelia y el Sagel). Y es que Margallo parece que no sabe que hay situaciones encadenadas, muy similares. Ceuta, Melilla, las Chafarinas y los Peñones es evidente que están donde están y no hay más que mirar un mapa. Y que en cualquier momento se puede encender la chispa de la reivindicación territorial, usando los mismos argumentos que Margallo proclama.
El país vecino parece que de momento opta por favorecer el progreso, el que la gente trabaje y se cree riqueza en una relaciones cordiales, sin propiciar la crispación, ni dar a los sentimientos nacionalistas o extremistas esas alas que Margallo da con su reclamación de otro territorio incrustado en el Al Andalus.
El progreso de Andalucía, especialmente en la zona Baja del Campo de Gibraltar no importa para nada a Margallo que aún no ha venido a La Línea a entrevistarse con los trabajadores (teme sin duda el lógico abucheo de quienes vienen padeciendo sus inhumanas decisiones), ni ofrecer alguna inversión para adecentar ese escaparate de España ante el mundo que decía el ministro Oreja y que abandonado de Madrid sigue. O facilitar la creación de puestos de trabajo. Ni siquiera construir la Terminal Aeroportuaria de La Línea de la Concepción que se contempló en los Acuerdos de Córdoba (donde se quería el progreso y el bienestar a ambos lados de la frontera y a lo mejor por eso, él se los cargó), aunque ahora lo refiera en esa zanahoria envenenada que ofrece con la falacia de la cosoberanía cuando habla de que se podría aprovechar conjuntamente el aeropuerto, ahora paralizado. Hasta eso es mentira. Ni el aeropuerto está paralizado (eso querría él), ni deja de prestar un gran servicio a la zona, trayendo a muchos miles de turistas, a veces cargados de palos de golf, para disfrutar de los 8 campos de golf de San Roque o de las playas de Tarifa o Sabinillas.
Margallo amenaza, para que los llanitos tiemblen, mientras que Picardo va sumando amigos para Gibraltar, allá donde estén. Pero nadie en Gibraltar tiembla, ante la cantinela de amenazas del ministro de Rajoy, aunque haya incertidumbre lógica por el futuro. Pero sin miedo. Por peores momentos hemos pasado y aquí estamos, te dicen todos a una en Main Street, confiando en que Boris plantará cara y la promesa de la Reina Isabel de proteger al pueblo de Gibraltar, será siempre firme.
Agitar el palo amenazante contra Gibraltar u ofrecer un caramelo sin sentido por unos mesecitos, que nadie va a aceptar, es una política que está muy lejos de la necesidad de la colaboración, de trabajar por el progreso de la Baja Andalucía, de realizar esfuerzos conjuntos para que esta tierra, al Sur del Sur, tenga mejores perspectivas de futuro, para que haya más trabajo, más inversión, mejores condiciones de vida.
El brote de nacionalismo irresponsable, podrá llevar a quemar coches británicos o de Gibraltar, a hacer pintadas, a provocar colas de horas y horas para hacer daño a las personas y a frenar las posibilidades de más trabajo, como ya ocurrió desde que Margallo propició la asfixia a Gibraltar. Pero, además de los daños colaterales y el ejemplo a dar a los de enfrente, donde mañana puede surgir un grupo ultra que utilice los mismos argumentos de Margallo frente a Ceuta o Melilla, lo que está claro es que es una política caduca, que no ha dado ni dará resultado. Lo que las gentes demandan, es otro estilo, es otras propuestas, es la mano tendida para trabajar juntos, para crear riqueza, no para asfixiar a nada ni a nadie.
Por José Luis Yagüe, Decano de los Periodistas del Campo de Gibraltar