Queridos muchachos y muchachas: me duelen los ojos de veros envueltos en banderas nacionales. Os he visto por televisión en Barcelona arropados con la estelada; os he visto por las calles de Sevilla con la roja y gualda. Creéis que os sientan bien y transitáis despreocupados, alegres, sosteniendo unos y otros con un nudo al cuello el patriótico atuendo. Os recuerdo por si no estuvisteis atentos en clase que, de la misma manera, una juventud alegre y orgullosa de serlo, la giovinezza, fue el motor de los movimientos fascistas en la Europa de comienzos del siglo XX. No se envolvían entonces en banderas pero sí en camisas pardas, azules o negras, qué más da. La inmensa mayoría de ellos murieron en guerras mundiales, en colonias lejanas o en guerras civiles sin saber muy bien por qué y mucho menos para qué.
Os lo voy a explicar. La nación, tal y como os la han enseñado vuestros mayores, es una invención, un artefacto cultural que dicen los eruditos, un cuento chino, como se dice en mi pueblo. Un cocktail fabricado por algunos listillos en la segunda mitad del siglo XIX y alimentado desde entonces sobre una base de peculiaridades lingüísticas, culturales, étnicas, folklóricas que habían existido siempre en España sin ser dañinas, a las que se añadieron chorritos de victimismo, búsqueda de un enemigo ficticio al que odiar y culpar de todos los males el moro, el obrero, el emigrante, el refugiado- , xenofobia, darwinismo social, etc., y todo ello adobado con un relato histórico amañado. Todo eso bien agitado da como resultado un producto místico que va encauzado a la toma del poder político y a la extracción de rentas económicas por parte de la panda de listillos que inventaron la fórmula y de sus clientes habituales. La digestión que hacéis del brebaje es sencilla porque no pasa por la cabeza sino por las vísceras.
Si existen distintas naciones en España no es porque vosotros, estelados y rojigualdos, tengáis una unidad de destino en lo universal como decía Franco, sino porque desde hace muchos siglos conviven en el territorio distintos modelos productivos, variedades distintas de capitalismo con sus propias estrategias de acumulación de capital y sus propias arquitecturas institucionales, uno de cuyos elementos puede ser, o no, la construcción de una nación. Por ejemplo, el capitalismo catalán necesita crear una nación privada, el capitalismo andaluz, no.
Queridos estelados: si hacemos un recorrido rápido por la historia de vuestra nación catalana, veremos que sus grandes momentos históricos han estado guiados por las gentes del comercio, la pequeña o gran burguesía agraria, mercantil o industrial. Ha sido una trayectoria bastante oportunista, por cierto. En función del momento que atravesaba sus bolsillos, a veces se han sentido muy españoles y a veces rabiosamente catalanes. Pongamos algunos ejemplos. Decía el historiador catalán Josep Fontana que la elección de los catalanes por el bando austracista en la guerra de sucesión en 1700, y con ello su derrota en 1714 y el nacimiento de la madre de todos los victimismos, se debió a la decisión de la burguesía mercantil que prefería, antes que a Francia, tener de aliados a Inglaterra y Holanda, naciones donde se compartía una misma visión de los negocios.
La dinastía Borbón permitió sin embargo que la burguesía catalana hiciera grandes negocios tanto con la ocupación de los mercados interiores como exteriores. Interiores reclamando de España sucesivos aranceles proteccionistas o reclamando tropas españolas para aniquilar a otros catalanes como los carlistas o los anarquistas. Exteriores porque desde que se les abre la oportunidad de acceder a los mercados reservados latinoamericanos en 1778 y especialmente Cuba, navieros que transportaban mercancías catalanas y tropas como el marqués de Comillas o traficantes de esclavos como Güell, hicieron rica la ciudad de Barcelona. Los grandes palacios y sus catedrales se levantaron con sangre de los esclavos en las zafras y de los soldados españoles que fueron a defender el negocio. Los voluntarios catalanes que embarcaban para impedir la independencia de Cuba gritaban ¡Visca Espanya!
Fue con la independencia de Cuba en 1898 cuando principia el nacionalismo catalán actual y la bandera cuatribarrada con el triangulo estrellado a imitación de la bandera de los independentistas cubanos. En esa época a la burguesía catalana solo les quedó el mercado interior, y más que nunca necesitaron llamar la atención e influir en las decisiones del Estado español. El problema era que el Estado ya estaba ocupado por quienes habían inventado la nación española con anterioridad; el grupo de los First Comers, les podemos llamar: los espadones militares, los eclesiásticos, las oligarquías terratenientes y cortesanas. Siendo un Late Comer la burguesía catalana solo podía compensar su debilidad de recién llegado al mercado nacional construyendo un relato identitario que interesaba a un capitalismo generalizado pero liliputiense que decía Pierre Vilar, sumando a un pueblo detrás de la bandera de la laboriosidad y del emprendimiento, azuzando el fantasma del separatismo si no se atendía sus peticiones; eso fue lo que hizo de forma comedida Cambó y más recientemente Pujol.
Hoy, una parte del capitalismo catalán, el que exporta, tiene la imperiosa necesidad de soltar el lastre España que perjudica la competitividad en mercados globales. Las muletas del Estado dejaron de ser útiles desde la entrada en la Unión Europea; dejaba de tener sentido un catalanismo pactista que costaba un dinero para mantener al despreciable y perezoso andaluz. Por eso el lema ¡España nos roba! hizo arquear las cejas a vuestros padres y, aunque después se haya demostrado falso, ha servido para formar la legión independentista de la que formáis parte junto a tenderos, campesinos foralistas, izquierdistas desnortados y gentes hartas de recortes y privaciones; en suma de la legión que se necesitaba para iniciar una nueva etapa del capitalismo catalán.
Queridos rojigualdos. La bandera en la que os envolvéis nace como símbolo del Estado en 1843; son los años que siguen a la primera gran desamortización eclesiástica, la que hizo a tantos propietarios latifundistas; son los años también en los que se crea la Guardia Civil, las Academias Militares, se hace el concordato con la Iglesia y se construye un relato nacional que resume Menéndez y Pelayo al definir España como una nación de teólogos armados. No le había dado un siroco. Era el tipo de nación que necesitaba un capitalismo altamente extractivo para, con el pretexto de la disidencia religiosa o patriótica, machacar cualquier protesta tendente a una más justa distribución de la propiedad y de la riqueza. Por eso, en nombre de la bandera rojigualda, se invaden los campos en huelga, se tortura en los cuartelillos, se provoca el alzamiento contra la República y se asesina a mansalva durante muchos años incluso después de la guerra civil.
Hoy la bandera del Estado ya no tiene el yugo y la flecha, sino el escudo constitucional. El escudo de un Estado que sigue ocupado por viejas corporaciones y minorías extractivas a las que se han sumado, los partidos políticos, la corporación bancaria, las empresas del IBEX 35 que usan las puertas giratorias con la clase política para escribir el bonito libro que se titula Boletín Oficial del Estado. Un Estado que, después de muchos siglos, sigue sin estar interesado en resolver la causa fundamental de los problemas que hoy nos preocupa: la coexistencia de distintos modelos de capitalismo en España, unos que estimulan el progreso y el bienestar, y otros que funcionan como colonias interiores. Comprenderéis que mucha gente no vea con simpatía la bandera española aunque se le haya cambiado el sello.
En fin, queridos estúpidos (no es un insulto, significa faltos de conocimiento); si vais a los barrios obreros de Barcelona o de Sevilla notaréis que el furor nacionalista no existe o está muy apaciguado. Intuyen allí que detrás de las banderas solo existe el apartheid. Espero que hayáis aprendido algo; si es así, enseñad a vuestros padres.