Lo que está pasando en España, no solo “lo de Cataluña”, me lleva a pensar en la similitud de nuestro presente, con los síntomas de una carcoma cancerígena, que es lo padece esta sociedad y que, al igual que con los cánceres en el cuerpo humano, necesitan de una terapia agresiva para evitar la autodestrucción.
Yo creo que no debemos ser optimistas sobre la extensión de ese cáncer y mucho menos que se vaya a solucionar sin esas medidas agresivas que corten de raíz el avance de esas células malignas. Esta sociedad está enferma, muy enferma, y la historia nos dice que grandes sociedades enfermas llevaron a la caída a grandes civilizaciones, desde donde emergieron unas nuevas, muchísimo peores que sus predecesoras, por cierto.
Sabiendo eso, deberíamos saber también cual es el procedimiento de cura, pero todas las recetas que se están aplicando no están mejorando al paciente, si no que lo están empeorando vertiginosamente, ya que el cáncer ha alcanzado a gran parte de la población y la parte no dañada aún se está resignando de forma benevolente y vergonzosa, a ir recibiendo gota a gota las células cancerígenas que no paran de avanzar. Y la Historia es tozuda: nadie ha sido capaz de controlar la violencia y el desorden una vez iniciados y permitidos.
El inicio del mal -ya saben mis lectores como pienso-, comienza con la pérdida de unos valores que nuestra juventud ya desconoce: esfuerzo, abnegación, sacrificio, respeto a las normas, respeto a los demás y respeto a la autoridad. Se perdió el referente de la Familia, el referente Social, el referente Patrio… y todo ello ha inoculado el virus del “todo vale”, que está más extendido de lo que creemos o de lo que nos quieren hacer ver y que nos plantea el dilema de cirujano: o amputamos, o cortamos de raíz, o rezamos para que el resto del cuerpo no termine infectado y muera definitivamente, aunque, en cualquier caso, la solución lleva a una situación traumática, mucho peor que lo visto en los últimos días en Cataluña.
El Estado, por ello, solo debería limitarse a cumplir la Ley y a hacerla cumplir con todos los medios legales y legítimos a su alcance, sin tener en cuenta el estado de cabreo de la otra parte, y esas llamadas al consenso y al falso diálogo-monólogo, no son más que una trampa perniciosa para el estado de enfermedad en el que estamos postrados por culpa de unos nefastos políticos que solo cuidan de su ambición personal mientras que los nacionalismos en suelo patrio campan a sus anchas… aunque nuestro Gobierno diga que sólo es un problema de orden público.
Este camino, sufridos lectores, nos llevará a todos al cementerio, porque cuando quieran amputar, ya será tarde. Nos lo dice nuestra historia reciente, pero no quieren enseñarla en las escuelas. Escrito queda.
Antonio Poyatos Galián