Después de un periodo de observación y reflexión vuelvo a escribir, reforzado por las circunstancias, que me han dado la razón reforzando mi criterio. Me he mantenido el silencio durante un tiempo, fijando mi interés en el desarrollo de los acontecimientos, leyendo lo que otros escribían en los diarios y adquiriendo nuevos elementos de convicción para alejarme aún más del sistema, de su forma y de sus modos.
En estos meses se han desbocado los caballos de la ambición y se han vivido escenas de un patetismo vergonzoso, de una chabacanería y una estupidez que provocaban vergüenza, con unas últimas semanas en las que a modo de apoteosis final se ha ofrecido el espectáculo de la preparación de la investidura del Presidente del Gobierno hasta la bajada del telón con la votación en el Congreso de los Diputados . ¡Valiente espectáculo!.
La dignidad de los protagonistas se ha visto tirada por los suelos y no me vayan a contar que ese achantamiento, esa aceptación de la humillación y del insulto han de tomarse como sacrificio por la gobernabilidad de España. Yo, desde luego, no me mantendría en ningún sitio donde mi permanencia fuese criticada, insultada y si fuese demócrata, amparado en la propia democracia y en el bien común, jamás pactaría o aceptaría el apoyo de quien me ultrajó, me vejó, me insultó. No lo haría porque ese trato recibido permanecería dentro de mí a la espera de ocasión propicia, porque el rescoldo de los insultos, los golpes bajos, los ultrajes, me impedirían moralmente mantener el mínimo entendimiento con quien así me hubiese tratado .¡Pero el poder es el poder!
Por alcanzar el poder se pierde el orgullo y la vergüenza, se insulta, se calumnia, se veja y se humilla todo aquel que más allá de unos ideales, algo que dudo que exista en la actualidad, busca mandar, gobernar a esta sociedad mediocre que ha repartido democráticamente la zafiedad, la atonía, la falta de interés en el progreso personal, entre todos su miembros. Esta sociedad, la española, si es que existe como tal, no es radicalmente diferente, desde luego, a otras muchas, a todas las que han conseguido narcotizar a los pueblos a base de hacerles creer que todo en la vida se regala, incluso la vida misma, que todos los seres humanos son iguales y que los derechos se adquieren por nacimiento y no se conquistan ¿para que esforzarse?
Durante mucho tiempo he tratado de sacar al aire algunas ideas, pensamientos en la línea de hacer ver que más allá de lo presente hay más, más y mejor, y que el anclarse en un sistema fracasado y mantenerlo dogmáticamente y sin resquicio alguno de superación es un error, es mantener un tapón, un dique infranqueable, en donde frenar las aguas del progreso, del futuro, de la generación de una nueva humanidad. Todo ese empeño se fue tornando en aislamiento e incluso marginación, asumida, desde luego, con satisfacción y orgullo.
Es evidente que he desistido de tal quehacer al tiempo en que me he situado a la distancia suficiente de todo y de todos Y desde esa posición solo se ve ambición de poder, lucha por el poder, deseos de poder en una guerra cuyas batallas se libran siempre en un campo lejano y ajeno a esa masa que sigue el juego a la partitocracia. Esas batallas en las que no se disimula y en las que quienes combaten se saben seguros, con la seguridad que les da el convencimiento de que el votante no va a prestarle atención a lo que pase salvo cuando toque cada cual su silbato para movilizar a sus devotos más radicales.
Ver la actuación de los representantes de la masa mediocre y gris en el Congreso de los Diputados me da nauseas, me produce un profundo asco que determinados sujetos estén sentado en esos escaños, se expresen en la forma que lo hacen y proclamen las imbecilidades que se permiten decir. Mas me repugna que determinados líderes, capitanes de la basura y el golferío, amenacen con la toma de las calles si no se salen con la suya y, sin embargo, nadie ponga coto a esos desmanes. Me ha causado espanto ver el cainismo instalado entre los socialistas y las actitudes de los distintos sectores, al estilo del primero tercio del siglo pasado, pero todas estas sensaciones deben de experimentarse solo y exclusivamente en mí porque veo a la gente reírlas gracias de todo ese ganado.
La moda es el populacherismo más grotesco, el vender humo, el dar esperanzas de lo imposible y amenazar los intereses de quienes pueden poner a flote este barco hundido, la moda es el gesto agresivo y la mirada desafiante de niñatas y niñatos a los que les falta un bofetón dado a tiempo por la propia vida, la moda es la degeneración progresiva de cualquier valor que despierte el interés colectivo. Por eso se puede convocar cualquier tipo de algarada en cualquier sitio, se puede pretender coaccionar a la sociedad, desde la calle y desde las instituciones, sin que pase absolutamente nada.
Ahora ha llegado la hora de la venganza, que supondrá ruptura de pactos contra natura, lloros y crujir de dientes por parte de quienes tendrán que abandonar la silla en aquellos lugares en que se obtuvo con el apoyo de los que hoy son enemigos y con toda seguridad la ciudadanía se verá sorprendida con el tumulto, la algarada callejera promovida por los partidarios de volver a las cavernas. Incluso parece vislumbrarse la posibilidad de dos o tres partidos socialistas, como en los viejos tiempos El oficial, el del fracasado Sr. Sánchez y del de los catalanes ¡Ay, Cataluña, problema enquistado por pura cobardía!. Si quienes luchan, se pelean y se humillan, atacan y se arrastran por el poder fuesen verdaderos adalides del bien general y no pensasen exclusivamente en sus intereses personales y partidistas, hace ya muchos años que Cataluña no sería un problema.
Pero al fin y al cabo, a la ciudadanía parece que le importa poco esa cuestión, como poco le importa la cultura, o los problemas de violencia de todos los órdenes que se viven a diario en todo el país. Se ha vivido casi un año con un gobierno provisional pero a la gente de la calle le ha traído sin cuidado, nadie ha tomado iniciativas para protestar de la situación, nadie ha parecido comprender el perjuicio que ha causado las ambiciones personales de esos a los que se les vota.
Hoy, sin ir más lejos, he tenido ocasión de comprobar a qué nivel de estupidez puede llegar una persona cuando en un bar, debajo de mi casa, conversaba con una persona y alguien se inmiscuyó en la conversación para darnos un mitin sobre los éxitos de la izquierda. Lo hacía a modo de reproche hacia mí, pues me supone de derechas En ese momento pensé que además de ser un fracaso, el sistema adolece, gracias a la mediocridad que ha sembrado en los ciudadanos, convertidos en súbditos y esclavos del capricho de los líderes partidistas, de una verdadera derecha al modo en que existe en el resto de Europa. En España existe una especie de vergüenza a ser de derechas, un gran logro de la izquierda que consiguió que se consagrara y mantuviera la identificación fraudulenta del franquismo y la derecha.
Tal vez esa ñoñería, junto a los escándalos de la corrupción instalada en el política, como ocurre en toda democracia que se precie, impidan que surja la derecha y se mantenga permanentemente esa entelequia absurda e inconsistente del centrismo. ¿Qué es eso del centrismo?. Muchos nos lo venimos preguntando desde tiempos del inefable Adolfo Suárez, de ese personaje encumbrado hoy a la cima de la gloria pero que fue objeto de todos los vituperios imaginables en su debido momento y a quien también es posible que se le ensalce más allá de sus méritos. Sea por lo que sea, dentro de las anormalidades peculiares del sistema español está precisamente esa: ¡Nadie quiere ser de derechas!.
Tuve que espantar al imbécil de esta mañana, democráticamente inculto e iletrado desarmándole al instarme a defender mis ideas tratando de hacer carrera política, que me presentase a los comicios para obtener el voto de la gente. ¡Pobre idiota, uno como tantos! Se debe haber quedado pasmado cuando le dije que igual que no voto, no he consentido jamás presentarme en ningún tipo de candidatura a ninguna clase de ocupación o cargo, porque no admito que nadie que no me conozca pueda permitirse el lujo de depositar su voto a mi favor, de elegirme para algo. ¡Y ahora más que nunca me reafirmo en mis postulados!.
España se va disipando de igual modo que lo hace la llamada civilización occidental, Europa también tiende a difuminarse
No va a ser la primera vez ni será la última en que toda una civilización desaparezca. Desaparecieron otras por no dar más de sí, por ahogarse en sus contradicciones, por inmovilismo y anquilosamiento. Nadie parece darse cuenta a pesar de que no pocas han sido las voces que dieron la alarma desde mediados del siglo XIX, a nadie le interesa ni le preocupa el deterioro que se produce a ritmo progresivo y no precisamente lento.
De cualquier modo cada pueblo, cada civilización, alcanza lo que se merece, y la sociedad española recoge lo que ha sembrado. ¡No se pretenda sacar excelencia de la mediocridad!. Ahora tocan días de incertidumbre y de más desgobierno porque difícilmente podrá tomar medidas drásticas un gobierno en minoría que no se atrevió a imponerlas cuando gozaba de una mayoría absoluta. Nos toca vivir unos tiempos en los que la música no irá al compás del baile, pero parece que es lo que el público demanda.
¡Menos mal que yo no bailo!
Manuel Alba