Estos días de tan acelerado vértigo, en los que se trata de poner coto de moda comedida y nada estridente a lo que no es sino la consecuencia lógica de tanta permisividad y consenso, de tanta transición histérica, de tantos y tantos oscuros personaje enaltecidos por capitanear los intereses de terceros, empezando por el Rey, con tan escaso convencimiento como dignidad, hoy. que el café para todos nos lleva a las puertas de la desmembración de España y al desafío constante de unos personajes patéticos y repugnantes que deberían ha años haber sido neutralizados, que se nos ha agriado la leche del cafelito de pucherete aguado que nos quisieron vender como un crema de primera calidad, veo el futuro con poco optimismo.
Conversos a la democracia y al regionalismo, los españoles empezaron a ser catetos y provincianos de modo generalizado y personas como yo, nos vimos convertidos por imperativo de Ley en ciudadanos de la Comunidad Autónoma, de ciudadanos de un lugar hasta entonces inexistente, sin la mera justificación histórica que se desprendían de la unidad española y del Reino de Castilla, donde en todo caso estaba su naturaleza, para pasar a ser gobernados desde la correspondiente parcela , desde el chiringuito regionalista.
Recuerdo aquellos días en los que paseaba por mi barrio, en Sevilla, y un amigo de adolescencia y juventud, militante andalucista, hombre cultivado, buen lector, me salió al encuentro, entusiasmado, manifestándome su regocijo porque las perspectivas de la pretensión separatista de los dirigentes catalanes y del PNV para las Provincias Vascongadas le daban a él y a sus compañeros de filas alas para soñar col algo de semejante caladura en Andalucía, y, con afectado énfasis exclamó que se cumpliría la profecía del himno de Blas Infante: La bandera blanca y verde vuelve tras siglos de guerra .. Difícil se ponía el diálogo, sobre todo para quien pide que le expliquen las cosas con claridad, y yo pedía una explicación: ¿Qué quiere decir eso, esa estrofa inicial?.
Recuerdo ese día, cuando esos versos de coplilla de charanga se empezaban a cantar, había que aprendérselos de memoria ante la nueva circunstancia. No entendí esos versillos, ni aún ahora los entiendo y como curioso
buscador de las razones y fundamentos de las cosas quise ilústrame en el asunto, ¿a qué siglos de guerra se refieren esos ripios?. Busco en los libros, leo y releo la Historia y no me entero ¿Qué siglos de guerra habían permitido volver a una bandera que hasta entonces era de un club de futbol y que, tomada como la de los invasores musulmanes de la España Medieval lo único que podía recordar es la crueldad de los Omeya?.
No había en la Historia de España, desde el siglo XV, tras la toma de Granada por los Reyes Católicos ningún tipo de acto o expresión individual o colectiva que haya supuesto no ya una guerra sino una pretensión de alcanzar un estatuto de región y todo lo que culturalmente se ha venido relacionando con ese fenómeno andaluz ha sido meramente folclórico y, desgraciadamente, muchas veces, fomentado por tópicos creados fuera de nuestras fronteras. Y como tuve la ocurrencia, lógica por otra parte, mis reflexiones sobre el asunto me sorprendí al verle reaccionar: ¡Su rostro se transfiguró y sus ojos se clavaron en los míos como lo hubiera hecho el Inquisidor Torquemada ante un genuino ejemplar de hebreo practicante que le hubieran puesto por delante. ¡Una expresión de odio se mezclaba con una rotunda frase: ¡Así interpretáis los fascistas la Historia!. ¡Me quedé perplejo!.
Ciertamente, desde el comienzo de la II República, se fue haciendo sitio entre una burguesía mediocre que aspiraba a ser equiparada con las de otras regiones una interpretación andaluza de los proyectos autonomistas de otros lugares de España, y surgió la iluminada figura de un buen hombre, el bueno de Blas Infante, que no era como el exaltado y santificado Sabino Arana de las Vascongadas, ni tenía la profundidad y el tino de Cambó , mucho menos, de Pi y Margall y que no creo que llegase a aspirar a ir más allá de la anécdota porque, y a los hechos me remito, fundamentos sólidos para su proyecto no tenía, simplemente por no haberlos.
Infante era un iluminado totalmente salido de tono al que su trágico fin, como el de tantas otras víctimas de los sangrientos acontecimientos del pasado siglo, unido a ese deseo de algunos, en unos casos. Su fanática pasión por lo árabe y su empeño en encontrar raíces y lazos de unión con los otrora invasores, unidos a su indiscutible afán por alcanzar notoriedad, y unido a otros con ambiciones de tocar una migaja de poder generaron un principio de sentimiento de agravio comparativo con respecto a aquellas regiones que pedían autonomía en la República les permitió crear, inventarse un supuesto sentimiento nacional andaluz, logrado que se llegase a acuñar la idea de que Andalucía es una unidad histórica, política y cultural y hasta una nacionalidad. ¡Sigo sin comprenderlo? ¿Y las guerras?…
Al carro de la Andalucía autónoma y diferenciada, unidad de destino, se apuntaron todos, desde los socialistas hasta los comunistas, quieres siempre, por definición, por principios ideológicos y por convencimiento, fueron acérrimos enemigos de todo lo que no fuese un Estado sólido, unitario, centralista y a partir de entonces hay que tragarse esta falsa sin rechistar y hay que creérsela como dogma de fe. Sin embargo, Busqué y rebusqué entre los libros que conforman mi humilde biblioteca, consulte otras más gloriosas y opulentas y seguí sin encontrar esos siglos de guerra deferidos en el poemastro del Sr., Infante.
Ni en el pasado más reciente, durante el siglo XIX , ni el hecho histórico de la promulgación de la Constitución de 1.812 en Cádiz, surge ese sentimiento de regionalidad, porque no lo hubo sencillamente ni los sucesivos acontecimientos que ocurrieron tuvieron relación con pretensiones regionalistas, no hubo ni tan siquiera pronunciamientos unitarios de Despeñaperros hacia abajo, sobre la opción constitucionalista o la opción absolutista, ni incluso hubo reacción contra la división provincial de 1.833 que aún perdura, y no puede considerarse que el fenómeno del bandolerismo, que dejó esa imagen romántica del arquetipo de delincuente que, trabuco en mano, robaba a los ricos para revertir su botín en los desheredados, respondiera a ningún tipo de ideología o conciencia regionalista. Más atrás nada, salvo posiciones hegemónicas de ciudades como Cádiz o Sevilla en determinados momentos
¿Fue la de Granada la última guerra de esas a las que Blas Infante se refería en ese himno que hoy lo es de la Comunidad Autónoma?… ¡Tampoco!. Andalucía no existió nunca como tal, y en la máxima expansión del Islam en la Península Ibérica en tiempos de Hixem II, nieto de Abderraman III y con el caudillaje de Almanzor, su hachib o valido, lo que existía era el califato de Córdoba extendido por casi todo el mapa peninsular ya en 1.030 se había disgregado el imperio Omeya, el Califato se diluyó en pequeños reinos, que luego fueron reunificados en lo que se pudo bajo los almorávides, tribu de camelleros saharianos, después estos dejaron paso a los almohades y, finalmente, ya en los albores del siglo XII ya no había sino una dispersión de reinos taifas que a veces luchaban hasta entre ellos. ¿Serán esas las guerras de Blas Infante?. Aquellos reinos se difuminaron y nunca se volvió a saber más, hasta la aparición de D. Blas, de guerras, ni de bandera blanca y verde ni de cuentos de la lechera. Nadie que haya leído nuestra historia puede pretender que exista una nacionalidad, una conciencia andaluza, y mucho menos una unidad histórica y cultural, porque las distintas etapas de la Reconquista hicieron distintos asentamientos, porque la repoblación se hizo con gentes mayoritariamente castellanas, porque no había señas de identidad que no fueran, si acaso, las de los reinos cristianos, herederos de algún modo de aquellas provincias romanas de Hispania.
Todavía podría tener más consistencia la defensa de otras circunscripciones geográficas no exentas de razón de ser, como fueron las Provincias Eclesiásticas, que, con sede en Sevilla y Granada, abarcaban unas circunscripciones geográficas que se correspondían con las zonas occidental y oriental del Sur de España, con inclusión de Murcia en un lado y Badajoz en otro, pero no, no se tomó ese referente más real y con raíces indiscutiblemente históricas sino que hubo de prevalecer la falaz y ridícula opción del Sr. Infante, o lo que era lo mimo, tomamos la opción de subirnos al carro que suponía falsear el recuerdo histórico en un afán de no ser menos que nadie, y ahí estamos, con bandera blanca y verde, con los siglos de ignoradas guerras y, para que no falte de nada, con la pretensión de que Sean por Andalucía libres España y la Humanidad, pretensión no falta de idealismo, una vez que ya se ha arengado a las gentes con aquello de ¡Andaluces, levantaos, pedid tierra y libertad!. Mi perplejidad con respecto al himno de Blas Infante es paralela a la que siento con el propio engendro de la Comunidad Autónoma y con el fenómeno autonómico en general, este trasiego de despropósitos sin base histórica a que se han sometido la historia y la cultura españolas, con nuevas lecturas tergiversadas de las fuentes históricas y este jugar con el tiempo para que cada cual se pueda acoger a la que más le interese, esto es, la que más territorio y poder pueda facilitar a sus gobernantes.
Los autonomistas más serenos abogaban por un modelo autonómico basado en los antiguos reinos, argumentando, y cierto es, que ese modelo de los reinos antiguo reinos en ella se vivió la descentralización y la autonomía olvidan que si nos vamos a la España de los reinos, y estos son cuatro: León, Castilla, Navarra y Aragón, y en este último no era Cataluña sino un componente más, y no el hegemónico. Si nos vamos a considerar Andalucía como el Califato, póngase la Junta de Andalucía a reclamar las conquistas de Almanzor y entonces no hace falta ni que se levanten los andaluces, ni pedir tierra ni que vuelva bandera alguna, solo por Asturias habría posibilidad de constituir otra Comunidad Autónoma. Además, se resolvía de un plumazo la cuestión de la unidad peninsular Y si, volviendo a los reinos antiguos de España, miramos hacia Navarra, recordemos que ese territorio que formo parte del Reino de Francia; y que con respecto a Castilla, las Provincias Vascongadas se ven inmersas en su única realidad: son castellanas, de su repudiada Castilla, desde antes que Madrid dejase de ser una pequeña aldea . Y si parece ridículo lo que digo, solo hay que comprobarlo con una lectura objetiva del pasado recogido en todos los textos que se quieran consultar, y no hay más que esas posibilidades. Y los catalanes son aragoneses. Ante los fenómenos regionalistas. La II República fue clara y rotunda en su Constitución, con ella en la mano este destrozo de España no hubiera tenido ocasión de llegar a producirse con la Constitución del café para todos no hay modo de cortar la hemorragia si no es por las bravas. Y yo seguiré sin enterarme de que guerras eran las que hicieron que se tuvieran que llevar la bandera blanca y verde al lugar de donde hubo de regresar, que también desconozco, .
Lo que si conozco es una España subversiva y contra su Constitución, chapuza perfecta para contentar a todos los partido políticos que participaron em su redacción sacando una Norma Suprema de compromiso, acorde con aquellos días de la transición. Una Constitución que dividía la nación en territorios de gobernación autónoma, modelo por el que no se decantaba en sus clases de derecho administrativo en las jornadas previas a su acceso al Ministerio Para las Regiones, el mismísimo Prof. Clavero Arévalo. Esa España descosida en la que Cataluña exigía ser más por que la igualdad ciudadana, tan democrática como dogmática, no les resultaba justa: ¡Un catalán no podía estar nivelado con los demás españoles en ningún sentido!¡Eso era un ultraje, un insulto a un pueblo superior!
Hoy se tiembla con el desafío de los dirigentes catalanas al pueblo español y la cobardía nos puede. Líderes tan absurdos como peligrosos como lo son el socilista.Pedro Sánchez, cargado de odio y de rencor, o el indeseable de Iglesias y su tropa de perturbados mentales se oponen a unas medidas gubernamentales que por otra parte son ridículas frente la voluntad de un puñado de hijos de la burguesía catalana más pueblerina van a por la independencia sin razón y sin base legal y en vez de ser fieles a sus principios e ideas, juegan a lo que en esas provincias catalanas de Aragón se denomina la puta y la Ramoneta y no tienen el valor de utilizar los cauces del artículo 8 de la Constitución; ¡Las Fuerzas Armadas y los cañones! No habrá otro remedio.
Pero instalados en un mundo cobarde y acomplejado, inmerso en el dogmatismo de la falaz perfección democrática y en la tiranía de las mayorías como fuente de sustento de los gobernantes, seguirá el juego hasta que no tenga remedio y como les salga bien a esa casta de traidores luego vendrán otras independencias. Y si les sale mal asistiremos a un clima de horror y terror como el de otros tiempos o peor, y si no, ya me contarán que pasará si el Estado se impone, cumpliendo su deber muy a destiempo.
Manuel Alba