La sociedad actual -y los políticos son su fiel reflejo-, está viviendo una época de caos, de confusión y desorden que «casualmente» está beneficiando a unos cuantos elegidos. Echamos la culpa de todo a los políticos, los grandes beneficiados, y hablamos y hablamos maldiciendo a los bancos, hablamos de prima de riesgo, de políticos corruptos, de descapitalizaciones de empresas, de recortes injustos, etc. etc.
Pero, como digo repetidamente, el problema que tenemos no es sólo financiero, que también lo es, sino el de una profunda crisis de valores que abarca todos los ámbitos y a todos los colectivos de la sociedad, y no deberíamos olvidar que las instituciones -públicas o privadas- están formadas organizadas y dirigidas por personas. Son ellas -a menudo olvidamos ese detalle- las que hacen que el mecanismo funcione o no funcione. Y en la actualidad esas organizaciones están formadas por bandadas de indecentes depredadores carentes de honestidad y de ética… y cuando las personas relajan la ética, adaptándola a sus personales y egoístas necesidades superfluas, empiezan a caminar por la vereda de la deshonestidad y de la indecencia. De ahí que los partidos políticos, sindicatos e instituciones en general no respeten ningún código de conducta, porque ninguna institución es el «Sancta Sanctórum» de algo, sino que lo verdaderamente importante son sus miembros, el equipo humano que lo conforma y el que lleva a esa institución por uno u otro camino.
Vivimos, qué duda cabe, en una sociedad de licántropos y oportunistas, con código de valores muerto, eliminado de sus genes. El más fuerte se adueña del bocado más grande, aunque para ello tenga que acabar con el resto de la manada y tenemos el ejemplo de los grupos bursátiles financieros, profundamente depredadores y oportunistas, que se juegan a la ruleta financiera el sustento básico de millones de familias con escalofriante frialdad, o a esa «izquierda caviar” que le llaman en Francia, que, con moralidad cero, aman profundamente los placeres terrenales y mundanos, mientras se disfrazan de corderos en manifestaciones y mítines asegurando con vehemencia que defienden “a los pobres”.
Esta, pienso yo, es la cruda realidad amigos, y podemos mirar hacia otro lado como hasta ahora, incluso podemos ignorarlo todo, como estamos haciendo, pero con ello no desaparecerá el problema. Y el problema, como digo, es la falta de valores, por lo que entiendo que es hora de poner, cada uno, la decencia en valor, hacer que esté de moda. Tenemos que retomar los valores de la filosofía, retomar el camino de la ética, del respeto a las reglas de cada juego y el camino de la honestidad, ya que, sin ellos, estoy convencido, no puede haber civilización posible.
Antonio Poyatos Galián