A muchos les viene sorprendiendo mi conducta, mi actitud, al saber que estoy demandando ayuda para salir de una situación que se me empieza a hacer insostenible. Realmente, cuando se siente uno caminar entre escombros, entre los restos de lo que fue una cultura y una civilización, donde la gente no solo no comparte esa visión sino que parecen estar felices con todo lo que el entorno social les ofrece hasta el punto de conformarse sin poner ninguna pega con cada una de las atroces aberraciones que amordazan y aprisionan las libertades, la única solución es buscar una salida.
Y salidas hay, varias: Una de ellas sería la más fácil, la que consiste en cerrar los ojos de la cara y de la inteligencia y entregarse a ser número, masa, confundiéndose en el montón, adocenándose en el rebaño y dejarse sugestionar, acomodándose a los dogmas laicos de la fe del mundo moderno, entrar a ser uno más de aquello que llamaba Carlyle “el mundo de los siervos que quieren ser gobernados por un speudohéroe, no por un Señor” entendiendo por speudohéroe el que mejor se venda publicitariamente, el que mejor gesticule histriónicamente o el que mejor engañe al público masa.
También se puede salir a predicar en el desierto, aunque este desierto no sea de arena sino de bloques de hormigón y calles de asfalto y este hiperpoblado, y la voz del predicador este condenada a no ser oída por el sonido del movimiento mecanicista de la vida cotidiana, sinfonías de automóviles, autobuses y gente en su constante deambular, centros comerciales en ebullición, cantatas de bares, restaurantes y cafeterías, rapsodias de industrias produciendo y humanos asilvestrados destruyendo al son de consignas caducas… Predicar por si alguien escucha, para que el que escuche lapide al profeta por hablar de lo que no quiere escuchar, por hacerle pensar, por tratar se sembrar en su alma anestesiada la sombra de la duda.
Otra salida es, sin duda alguna, rebelarse de manera violenta contra todo lo que hiere la lógica y la razón natural que es, en sí, todo lo que se vende por natural, razonable y verdadero, todos esos dogmas que se pretenden de Derecho Natural, incluso con el atrevimiento de atribuir a la Divinidad su procedencia, gracias a ese catolicismo que ya nos enseñó desde tiempos lejanos que distintas cosas son predicar y dar trigo. Si rebelarse contra el sistema global es una posibilidad cuya materialización exige sacrificios, correr riesgos y renunciar a eso que le llaman estado del bienestar, una parodia en la que el hombre masa de Ortega y Gasset cree con la fe teológica de quien cree en lo que no se ve y nunca se ha de ver puesto que en el materialismo exclusivo que rige esta sociedad nunca se satisfacen las ansias de poseer, cada día se genera una necesidad, nace un nuevo e imprescindible objeto del deseo, un artículo sin el que el bienestar no se alcanza, y jamás se cierra el círculo. En la sociedad presente, el hombre cosificado es tan frágil que no quiere rebelarse contra su papel de servilleta de papel de usar y tirar, de numero imprescindible para votar y luego ignorado y manipulado cuando hay que decidir. ¡Si hasta cuando le ofrecen más tiempo libre y menos tiempo de trabajo con el engaño de compatibilizar la vida familiar lo que le están facilitando paralelamente es el modo de dispendiar su dinero en la industria imparable del ocio, le exigen más gasto, más consumo! ¡Es el pan y circo de Juvenal archimultiplicado! ¿Pero quién se va a rebelar contra eso? Se siente cómodo el sujeto masa dominado, controlado y entretenido, y aspira a ser en su íntima ambición como esos especímenes que constituyen la calaña de basura que otrora sería despreciable, esa repulsiva calaña que se ha constituido en admirada pléyade de “famosos” por vender sus miserables, vacías e inútiles existencias en las cadenas televisivas a cambio de un puñado de dinero, existencias que en una sociedad normal y no enferma se deberían de despreciar por lo de poco edificante y de provecho pueden aportar al género humano. El populacho se siente satisfecho con tener su dopaje de pseudodeporte permanente, constante, ofrecido por esa multitudinaria programación de mercadería futbolera y de otros entretenimientos de la misma calaña en los que se endiosan a personajes zafios, se enriquecen empresas y toda una industria del espectáculo del aturdimiento y el aletargamiento de las masas.
¿Otra salida? Dar la espalda al sistema ejerciendo el santo derecho a no participar en él, es decir, mostrar la disconformidad no votando en las llamadas a las urnas. ¿Qué eso es un comportamiento incívico? ¿Por qué? Tan cívico es votar como no hacerlo, y yo no voto porque mi conciencia me impide ser cómplice del sistema, porque estoy en total desacuerdo con él y con sus normas. Cumplo como ciudadano no votando, igual que cumplo como ciudadano acatando escrupulosamente todas las Leyes aunque no me gusten, aunque no las asuma, aunque no comparta su espíritu y sus motivos, y las cumplo más rigurosamente que quienes las proponen y la dictan, eso lo puedo asegurar, por lo cual la sensación de asco que tengo hacia los gobernantes del presente y su cuadrilla de partisanos crece en mí cada instante. No olvido nunca una máxima jurídica perenne: “La autoridad que se aparta de la Ley deja de ser autoridad”.
Ciertamente, en los tiempos en los que la humanidad puede desaparecer por sus propias ambiciones de progreso, por su soberbia y su ambición de hacer posible lo imposible en un pulso con la Naturaleza y las Leyes que rigen el Universo, las máximas y principios imperecederos siguen ahí, y si uno es el antes expuesto, hay otro no menos significativo que se tiene por olvidado, pero que es de pura y suprema Justicia. Mi viejo y añorado amigo el Profesor Doctor Francisco Lorca Navarrete compartía conmigo la teoría de la licitud de matar al tirano estaba vigente en el presente. A Paco Lorca le conocí en mi Sevilla natal, y si bien no fui alumno suyo en la Universidad, su cercanía al Profesor Elías de Tejada, asiduo a mi casa, me hizo sentir la necesidad de acercarme a aquel erudito joven brillante del que tanto aprendí en el terreno de la metafísica. Siempre más radical que Paco Lorca, la tesis del padre Francisco Suarez, aquel gran erudito de entre los siglos XVI y XVII, contenida en su “Tratado de las leyes y de Dios legislador “ publicado en 1.612 en Coímbra, señalaba que en aquellos casos en que no procedía de un origen divino el poder sino que era la sociedad laica la que se lo otorgaba al gobernante, esta tenía el derecho de quitárselo de nuevo; a la destituirlo si éste se comporta mal con ellos, que la sociedad estaba obligada a hacerlo con moderación y justicia y si un gobierno se imponía a la gente, por otra parte, el pueblo no sólo tenía el derecho a defenderse y sublevarse contra él, sino que también el derecho a matar al tirano. Lorca mantenía la tesis de que esas circunstancias no se podían dar en el presente y yo le llevé siempre la contraria, el murió hace ya bastantes años y no conoció los casos de Libia y otros parejos, me tildaba de extremo y yo le respondía siempre con palabras de Oscar Wilde sobre el concepto de tiranía, sacadas de su poco conocido libro de temática político – social titulado “El alma del hombre bajo el socialismo, que aquí reproduzco, de la Editorial Biblioteca Nueva S.L. (Madrid 2002):
“En un momento dado, la democracia hizo concebir grandes esperanzas; pero en último término, ésta no significa sino el vapuleo del pueblo por y para el pueblo. Por otra parte, no tardó en ser desenmascarada; y la verdad que ya iba siendo hora”(Pg29)
“Cuando se emplea de un modo brutal, violento, cruel,, todavía puede ejercer un efecto saludable, provocando , o fomentando cuanto menos, el espíritu de rebeldía y de individualismo que más tarde acabará con ella. Pero cuando se emplea con cierta suavidad, y acompañándola con dádivas y recompensas es terriblemente desmoralizadora. Pues la gente, entonces, se da menos cuenta de la tiranía ejercida, y continúa viviendo en una especie de bienestar grosero, como animales domésticos, sin comprender que están pensando con ideas ajenas, viviendo con arreglo a las pautas de otros, llevando, por así decirlo, topa de segunda mano, y no siendo ellos mismos un solo instante”. (Pg29)
“Hay tres tipos de déspotas. El déspota que tiraniza el cuerpo; el déspota que tiraniza el alma; y el déspota que tiraniza, a la vez, el alma y el cuerpo. Al primero se le llama el Príncipe. Al segundo se le llama el Papa. Al tercero se le llama el Pueblo. El Príncipe puede ser culto. Muchos Príncipes lo han sido. Sin embargo, en el Príncipe hay peligro. Involuntariamente se piensa en Dante sentado al amargo banquete de Verona, en Tasso aherrojado en la oscura celda de locura de Ferrara. Es mejor para el artista no vivir con Príncipes. El Papa puede ser culto. Muchos Papas lo han sido; por lo menos los malos Papas. Los malos Papas amaron la belleza casi tan apasionadamente como los buenos Papas aborrecieron el pensamiento. A la maldad de los Papas la humanidad les debe mucho. No obstante, aunque el Vaticano ha guardado la retórica de sus truenos y perdido la vara de sus relámpagos, es mejor para el artista no vivir con los Papas”. (Pg49).
“Y en cuanto al Pueblo, ¿qué decir que no se haya dicho ya? Su autoridad es algo ciego, sordo, repelente, grotesco, trágico, cómico, serio y obsceno. Es imposible para el artista vivir con el Pueblo. Todos los tiranos sobornan. Pero el Pueblo soborna y brutaliza. ¿Quién le dijo nunca al pueblo que ejerciese la autoridad?” (Pg50)
Larga cita, pero precisa, pues así pensaba Wilde en 1891 y no soy yo, son los demás quienes habrían de pensar, a mi entender en estas cosas, sobre si es o no grosero el bienestar que tanto pregona el Estado, si se sienten libres o tiranizados de cuerpo y alma, si piensan con ideas ajenas… y si sienten necesidad de salir.
Yo busco salida fuera, lejos, busco cierta luz, cierta paz, porque no me valen las llamadas a la calma, a la tranquilidad, con las que personas entrañables, que me quieren y estiman, me hacen de modo constante para que me aquiete a unas circunstancias que me causan un terrible malestar. Me resulta repugnante ver que mientras yo respeto las Leyes como ciudadano y como abogado, Leyes que, por serlo, son legales, pero no por ello son justas, otros, constituidos en autoridades de distintos niveles, las burlan y las escupen, y que mientras que, por ejemplo, presos sentenciados por delitos graves, indiscutiblemente, no alcanzan permisos de salida y se les trata con el severo rigor que el ordenamiento jurídico impone para sus casos, los asociados a la tiranía gubernamental ya salen de prisión y que la Justicia se quede como si tal cosa, que los Colegios de Abogados se queden indiferentes. Tener que oír que no hay que judicializar comportamientos determinados que son delitos manifiestos porque no es conveniente a la partitocracia, ver como se propaga y fomenta la alarma social desde los Poderes públicos, sentir la amenaza constante de ser de género masculino y la imposición de sumisión al yugo de la mujer y el feminismo por imperativo legal injusto, antinatural y fruto de un sentimiento de venganza absurda sin poder replicar en un grotesco panorama que lleva a consagrar la sociedad del dominio de la mantis religiosa. No, no resulta soportable este desequilibrio.
Ser abogado me resulta doloroso en estos días en los que veo que a los jueces y a sus resoluciones se les da dos patadas y no pasa nada, como se fomenta desde el Poder Ejecutivo y la extravagante e ilógica coalición que lo sustenta una legislación que promueve el odio y el enfrentamiento a corto y medio plazo, una división de la ciudadanía y la ruptura irremediable de la credibilidad que le quedaba a la Justicia, pero ser español me resulta imposible en el contexto de una dictadura que tiende a lo que ya nadie quiere, al estilo de los Castro, a los modos de Nicolás Maduro sin que haya una oposición que realmente plante cara, donde al que no sigue el rumbo de un gobierno que se contradice a sí mismo, se le persigue y se le acosa, un gobierno entre cuyos miembros hay discrepancias a las que no se puede poner sordina, fruto de la ambición de poder autocrático de dos sátrapas sin mesura, una España en la que se explotan tópicos manidos que en cualquier país civilizados sonarían ridículos, como la guerra de los abuelos. ¡Noventa años de Guerra Civil y dale que te pego!, ¡seguimos con los buenos y los malos!. ¡A lo mejor me hubiera ido muy bien, maravillosamente, a mí apuntarme al carro del victimismo reivindicatorio, pero mi honor y mi dignidad me lo impiden y me avergonzaría explotar la memora de mis antepasados!.
Si, solo pienso en buscar una honrosa salida a una situación insufrible a la vista de la pérdida de la esperanza.
Manuel Alba