Empieza uno a preguntarse para qué sirve el enfado, la indignación, la inmersión en un estado de tristeza y depresión que padecen muchos miles de ciudadanos. ¿Para qué si los acontecimientos siguen un curso sin freno, sin tino ni medida?. Hoy leí en algún diario nacional que estábamos en el Kali Yuga de España, algún político había expresado con ese término la situación, término que recuerdo que lo aplicó en un artículo Manuel Vicent, un artículo publicado en “El País” el 5 de febrero de 2.012, evocando un estado de confusión, ceguera y desánimo que decía, y cierto es, que utilizaban los progres ya arcaicos de la psicodelia de los años sesenta del siglo pasado.
Decía Vicent en su artículo que ese estado de Kali Yuga era aplicable, en aquellos días de comienzos del 2.012, a la izquierda española… Hoy lo sigue estando pero con el Poder en sus manos, y habiendo extendido esa situación a la España del presente.
Kali Yuga es un concepto que define en la tradición hindú que define una época dentro de un ciclo, y también un estado espiritual, y consiste en una edad sombría, de decadencia total en la que se produce la subversión del orden normal y que, según los textos, se inició en el siglo VI antes de nuestra era y concluirá dentro de poco. Los progres de los sesenta estaban muy interesados en lo que les llegaba, occidentalizado, del espiritualismo tradicional hindú y aventuraban ese estar viviendo la etapa final del Kali Yuga. Entrar en una detenida explicación del tema sería tarea que ocuparía mucho tiempo y se ha escrito, por otra parte, mucho y muy detalladamente sobre esta materia, pero, ciertamente, las apariencias parecen que, efectivamente, el mundo está en esa fase, acentuada más en unos lugares que en otros.
Características del momento histórico tales como la uniformidad frente a la unidad, la prevalencia de la cantidad sobre la calidad y la materialización de una vida ordinaria y corriente en la que los humanos han cedido valores e ideales a cambio de un bienestar material envuelto en un concepto de progreso que implica que la necesidad de elementos de bienestar se multiplique día a día, con las consecuencias pertinentes, y un que un falso concepto de seguridad, de garantismo, que implica la dejación de la propia libertad, son elementos de esa fase oscura. Una fase oscura que los ancestrales textos hindúes preveían llena de contradicción y de perplejidad, y que habría de verse acompañada de grandes trastornos y cataclismos, bien producidos por la Naturaleza, bien salidos de las manos de los hombres…
Estos momentos se parecen mucho, demasiado, a esas predicciones y por mucho que se diga que existe experiencia colectiva en fases críticas, y que la historia se repite, se ha de negar tal ignorancia de las determinaciones cualitativas del tiempo. La historia plantea siempre situaciones que a lo sumo son aparentemente parecidas, pero las variables, los elementos que confluyen en cada momento las hace, por otro lado manifiestamente diferentes. En estos momentos, con la proliferación de una tecnología tan avanzada como letal, la fuerza de los mecanismos de comunicación y su manipulación, el manejo de la información y las capacidades para sofronizar a las multitudes, cualquier similitud con momentos anteriores está fuera de lugar. Si se me permite utilizar términos que no son del uso y del recibo de los tiempos que corren, hoy no solo resulta difícil de plantearse qué es lo bueno o que es lo malo sino que se ha difuminado toda línea de distinción entre unos supuestos buenos y unos predecibles malos, mezclándose demoníacamente lo uno con lo otro, haciéndose imperceptible desde y para la hipnosis colectiva.
Y en algunos lugares parece que el proceso de disolución va más a prisa que en otros, sitios que día a día se producen mayores cantidades de actos degenerativos y de desgarro del tejido social, lugares donde la libertad se esconde y triunfan las tiranías al dictado de los mantras de unas individualidades que, con un entorno propenso y favorable, han alcanzado el dominio técnico del Poder y lo ejercen a sus anchas. ¿Malos gobernantes o mala ciudadanía?.
La inversión de los términos, el atenazamiento del alma del individuo bajo la amenaza de perder su bienestar, amenaza contra la que le previenen los dictadores, a la vez que promueven con sus medidas el empobrecimiento de la sociedad para que crezca el clientelismo y la fe en los cantos mesiánicos de sirenas varadas en el lodo hacen que lugares como España se vengan abajo con mayor velocidad que otras colectividades.
Como dijera un autor francés del pasado siglo, estamos en el reino de la cantidad, el individuo ciudadano es un número objeto de cambalache y en virtud a ese estado de hipnosis colectiva se hace lo que se quiere, se dicta lo que se desea y es más conveniente mientras que unos cuantos iluminados, ilusos, se mantienen convencido en lo pasajero de la situación y que las cosas han de caer por su propio fundamento, más bien por su falta de fundamento, ¡pero no es así!. La descomposición de España avanza a ritmo espeluznante en un clima global de desencantos y conflictos dirigida por unos personajes que a lo más que se atreven de acusar es de iluminados, locos, o fanáticos, pero que siguen al pie de su cañón día a día.
Los cambalaches están al orden del día y para mantener ese Poder maldito, en este prodigiosamente infernal reino de la cantidad se suman o restan lo que en definitiva son números, las representaciones que se tienen como si fueran los cromos o las estampitas de los antiguos escolares, y así se concede lo que llaman “legitimidad” unos a otros a cambio de votos por beneficios. En cierto modo, no se puede objetar que sea así: “te doy pero me das”
Nuevamente una prórroga de la situación de rehenes de los ciudadanos se obtiene a cambio de parcelitas de cesiones a territorios insolidarios de la resquebrajada España… Igual pronto se habrá de rendir algo parecido al vasallaje de otrora, como aquel que la poderosa y temida reina Toda de Pamplona rindiera a su sobrino el Califa Abderramán III para conseguir reponer en el trono a su nieto Sancho el Gordo. El pacto sería la plaza de Zamora y otras poblaciones del Duero…¡Cambalaches que ocurrían hace 1050 años!
Los tiempos oscuros existen y están acompañados de todos su elementos de tal modo que todas las naciones del entorno andan revueltas por unas causas u otras y se predica la llegada de un nuevo orden mundial que más bien es un catastrófico desorden planetario. Ningún tipo de reacción contra esta tendencia se prevé, ni tan siquiera desde los promotores de la metapolítica, ni siquiera los gobernantes del presente dejan de ser más que meras caricaturas de otros que les precedieron porque en el declive y la nivelación a la baja de los valores y las metas en todos los sentidos se han superado todos los límites. Ya quedó muy atrás la pretensión de un tiempo de nivelación que el filósofo alemán Max Scheler reclamaba, refiriéndose a su país, y previendo el auge del nacional socialismo, con estos términos e intenciones: “De manera que sea capaz también de aparecer en el espíritu de nuestra política, a fin de suplantar a los gobernantes y mantenedores de la presente conducción alemana».
Cualquier inquietud, cualquier indignación empieza a hacerse innecesaria en un lugar en el que parece que los días finales de Kali Yuga se adelantan y en el que la contemplación de una sociedad que lampa porque les agrande un poco el Gobierno el corral donde la encierra, y se contenta porque le concedan un poquito más de la libertad perdida hace que uno se cuestione las razones de todo. Un lugar, en definitiva, en el que empieza también uno a hacerse la siguiente pregunta: ¿Quiénes tienen más culpa, los gobernantes o los gobernados?
Manuel Alba
1 de junio de 2020