Esta noche he tenido una nueva ocasión de quedarme atónito Las sorpresas no me abandonan ni un solo día: Resulta que soy de los pocos ciudadanos que mantienen lo que no dudo en calificar como el merecido respeto al leal saber y conocer de los profesionales de cualquier área del conocimiento.
Ha sido en el transcurso de una reunión de amigos en la que me he encontrado con dos excelentes profesionales de la medicina donde he recibido una respuesta contundente y para mí atroz: Una gran proporción de pacientes, una mayoría de pacientes con formación cultural y profesional considerable, atienden las indicaciones que encuentran en ese medio de difusión de información, excelente por otra parte, que es internet, antes que las de los médicos que los atienden.
Sospechaba algo así, pero no a tan gran escala
y no llegué a imaginarme que personas que poseen un alto grado de formación atendiesen los dictados del que podríamos llamar doctor Google hasta tal punto que no solo sugieren sino que llegan a exigir que se le apliquen los métodos de diagnóstico y los tratamientos que les dicta internet. ¡Que locura!.
Mantengo que el exceso de tecnificación, la tecnología actual y futura, van a acabar con la humanidad por el concurso de información indigerible, ininterpretable, pero profusa y abundante. La información sin los conocimientos que capaciten su interpretación es el arma letal de nuestro mundo contemporáneo.
Por lo visto debo pertenecer a una especie en extinción al presentarme ante los encargados de cuidar el estado de mi tensión arterial, mi corazón o el resto de mis males en un estado de plena confianza, la que considero que se debe tener a unas personas formadas y experimentadas, unas personas que dedican a su profesión como mínimo el mismo esmero y la misma meticulosidad que yo dedico a la mía. Ciertamente, cuando acudo al médico lo hago con la plena confianza en su saber y entender de la materia y jamás discuto un tratamiento o una prueba que me recomiende, es más, para mí esas recomendaciones que hoy se hacen a los pacientes sobre la conveniencia de someterse a determinados medios de diagnostico, seguir determinado tratamiento o pasar por un quirófano constituyen un imperativo porque soy un ignorante en la materia, porque desconozco cuál es el tratamiento más adecuado para mis achaques, porque, sencillamente, soy jurista y no soy médico.
No se trata de un entreguismo irracional sino todo lo contrario: al igual que en los asuntos que se me encomiendan por mi profesión se ha de confiar en mi proceder yo confío plenamente en los conocimientos y en la praxis de los demás profesionales de toda ciencia o arte
Y cuando se produce una anomalía en el proceso, sencillamente comunico a quien tiene esos conocimientos esos síntomas, esa contingencia
Un medicamento puede producir un efecto no deseado, imprevisto, y ni se me pasa por la cabeza pensar que quienes me tratan sean unos ineptos que hayan cometido un despropósito sino que comunico la situación para corregirla. ¡Cada persona es un mundo!, lo hemos oído decir desde siempre, y no todas las personas se adaptan, reaccionan igual.
Me he quedado de piedra sabiendo que en unos niveles de media o alta formación resulte común que el paciente llegue a la consulta con el diagnostico establecido y con la receta hecha porque ha consultado al doctor Google, exigiendo, prácticamente que se le trate según la sabiduría envenenada de internet. ¡Ahora me explico muchas cosas que he oído sin comprender a nivel del trato coloquial con la gente!
En estos tiempos en los que la desinformación que produce el exceso de información sin posesión de las claves interpretativas ha generado esa Todología en la que todos saben de todo sin tino ni medida, me parece aberrante que personas que en su actividad profesional exigen confianza en su saber y respeto en su actuar se presenten en las consultas médicas con el ánimo y la voluntad de que se les trate como ellos quieren y con los métodos y procedimientos que consideran oportunos, estableciendo la presunción de que van a ser inadecuadamente tratados si no se atienden sus pretensiones.
Cuando se tiene un padecimiento, incluso cuando no se tiene, la vida humana está en permanente riesgo
la seguridad no existe, la capacidad de respuesta del organismo tendrá siempre unos márgenes de respuesta arbitraria, imprevisible, algo que en el presente, por lo que veo, nadie quiere asumir
¡Hay que tener valor para ejercer la medicina bajo la presión social que impone la generalización de entender que un fallo en el proceso, un resultado imprevisto, responde a una negligencia, a una mala praxis!. Desde mi profesión lo estoy viendo día a día, no pudiendo compartir esa fenomenología del presente que supone la búsqueda del error profesional en el tratamiento médico y su consecuente compensación económica a toda costa.
Partiendo de mi absoluto respeto a cualquier tipo de iniciativa, no puedo comulgar con determinadas praxis, y pongo un ejemplo vivido en primera persona: Minutos después, quizá media hora, de la muerte de mi madre, aquejada de diversos padecimientos y con una avanzada edad en determinado centro médico me asaltaba por los pasillos del propio Hospital alguien que me decía que si no consideraba que había sido tratada inadecuadamente y se me aconsejaba consultar a alguien, cuya tarjeta se me ofrecía, especializado en perseguir negligencias médicas. Lo que había sucedido era, sencillamente, que una señora de 85 años con un fallo multiorgánico fallecía en el traslado de un lugar a otro del hospital donde le hacían determinadas pruebas
Hace unos meses alguien me llegaba pidiendo mi asesoramiento profesional, por ser de su absoluta confianza, porque acababa de salir de un Hospital tras sufrir un accidente y una persona se le acercó para informarle de que había recibido un tratamiento inadecuado, dándole la tarjeta de determinados especialistas en lo que yo denomino la caza del médico.
Todo esto lo sabía, pero cuando Manuel Andrés y Javier me han comentado hasta que nivel llega el entreguismo y la fe de buen número de pacientes en los consejos y prescripciones del Doctor Google me he quedado helado, generando en mi mismo, por otra parte, más confianza aún, si cabe, de la que venía teniendo en los médicos, admirando aún más su entrega y su dedicación a pesar de las impertinencias que han de soportar en su quehacer cotidiano. Debe ser extremadamente difícil no perder el ánimo ante tanto acoso.
Por lo que a mí me alcanza, seguiré manteniendo mi fe en los profesionales de la medicina, aceptando sin el menor resquicio de duda lo que estimen adecuado para mi salud, sometiendo a las pruebas y tratamientos que se me prescriban sin tener el atrevimiento de poner en duda o discutir sobre lo que ignoro, desconozco. ¿Y si algo va mal?…. En mi vida siempre está presente la conciencia del riesgo, nunca descarto esa posibilidad pero está asumida. Desde luego no creo que se conjure el peligro que entraña para la vida el mero hecho de estar vivo consultando al Doctor Google. A mi jamás se me ha ocurrido hacerlo, y me siento orgulloso y feliz de sentir la seguridad de que quienes me tratan lo hacen con toda su entrega, su entusiasmo y su capacidad, a ellos les debo una buena calidad de vida y les estoy agradecido.
Manuel Alba