Es fundamental que los ancianos se mantengan en su entorno, con su gente, aunque estén en malas condiciones de salud, pero estamos muy lejos de conseguir eso, porque en el mundo actual las políticas de atención a las personas mayores se limitan a llevar de viaje a Benidorm a «los viejos más jóvenes y saludables» y poco más. El asunto es otro, y las administraciones se pasan la pelota, mientras proliferan residencias privadas con precios prohibitivos, con lo que los menos pudientes quedan al albur de las residencias públicas en una cola de años y un laberinto de burocracia, o en privadas que rozan el horror de una novela de Dickens.
Sin esas generaciones, España, no sería la misma. Aparte de los afectos familiares que tendrá cada uno, nuestros mayores merecen el mayor de los respetos, hombres y mujeres, pues entonces las mujeres fueron las que mantuvieron en gran medida la agricultura y la ganadería, porque los varones estaban en la construcción, o se habían ido a emigrar .Y hoy la vejez es tratada casi con desprecio por la sociedad en general.
Insultan nuestra inteligencia porque aquí se ha impuesto el sistema americano en el que todo tiene que ser negocio: hospitales, escuelas, cementerios, residencias de ancianos; hasta las cárceles se están privatizando. Y eso es lo que tenemos que cambiar.
El mayor homenaje que podemos hacerle a las generaciones que nos precedieron es respetarlos y cuidarlos. Cada vez que recuerdo las muertes en soledad y abandono en las residencias durante la primera ola del covid, me pregunto cómo una sociedad supuestamente democrática no ha encausado a los responsables. Pero no pasa nada y sobre eso sigue circulando una cómplice cortina de humo.
Lo más curioso, es que la gente parece olvidarse de que el tiempo pasa para todos, y el futuro solo tiene dos caminos: la muerte o la ancianidad. Todos envejecemos cada minuto que pasa, y es que parece que el ser humano ha perdido conciencia de su pequeñez y durabilidad.
Patricio González
Quieren cancelar la cultura
En las últimas jornadas del año pasado superamos el Día de los Inocentes y ello nos sirve para percatarnos de lo difícil que resulta diferenciar una broma, una inocentada, de cualquier perogrullada que vociferen desde una falsa progresía. La alocada carrera hacia el esperpento, el más atolondrado buenismo y la bobería generalizada se acelera precipitadamente con el paso de los años.
Estos efluvios me hacen recordar a los fanáticos tarados de un centro ‘educativo’ de Massachusetts que prohibieron la enseñanza de la Odisea de Homero. La prohibición obedecía al carácter machista, violento, heteropatriarcal, y racista de la obra… No es para reír, es para llorar. Por primera vez en nuestra historia cultural se ha prohibido la Odisea de Homero, la obra que, junto a la Ilíada, la Eneida de Virgilio y los relatos de Hesíodo, constituían la inequívoca base sobre la que se cimentaba toda nuestro acervo cultural. Una herencia que ha influenciado el saber y el sentir de los hombres durante siglos.
Porque de esto precisamente se trata: de acabar con nuestras raíces, con nuestras tradiciones. Se multiplican los escritos de protesta, de multitud de colectivos, exigiendo la retirada de obras pictóricas, por adolecer de maneras excesivamente heteropatriarcales y sobre todo por «fomentar» la violencia de género. Pretenden que nos pasemos la vida pidiendo disculpas, por hechos históricos, por muestras culturales, que con sus luces y sombras son motivo de orgullo. Cada día aprietan más las tuercas de la intolerancia . Son individuos obsesionados con recortarnos las libertades más esenciales, porque sólo ellos saben lo que nos conviene y merecemos.
Una tal Susan McClary, que además de feminista radical es ‘musicóloga’, determinó hace décadas que la Novena Sinfonía de Beethoven inspiraba «la rabia de un violador impotente».
En el ámbito musical, quien junto con Wagner asume el mayor número de controversias y persecuciones es Beethoven porque la Quinta Sinfonía de Beethoven constituye un exponente de todo lo que, para ellos, es más detestable de la música clásica y de la cultura occidental. Las personas normales, que al parecer tienen otras prioridades y problemas, simplemente se sorprenden. Pero no lo olviden, esto va en aumento y cuando nos queramos dar cuenta, estaremos de rodillas pidiendo perdón por la Guerra de Troya. Todos lo reprobamos, algunos incluso se ríen, pero un día, a lo mejor, es demasiado tarde.
Esto no son excentricidades aisladas, como lo de las gallinas violadas o el pintar los semáforos de forma resiliente, es algo que se va apoderando de toda una sociedad. La cultura y el arte constituyen uno de nuestros supremos bienes, y tenemos que defenderlos y preservarlos, como legado del futuro, con sincero afecto. Cuanto menos, de forma tan contundente, con la misma vehemencia, como los que exigen represaliar a Virgilio, a Homero o a Beethoven por sus creaciones. La nave de nuestro acervo cultural se hunde y veremos cómo los que hoy callan hablarán. Veremos cómo los que hoy guardan silencio gritarán que ya decían ellos que todo esto era una locura y que nunca estuvieron de acuerdo. Dirán que se vieron obligados y será tarde.
Dejas de existir, si eres una voz realmente disonante. Deberíamos darnos cuenta, tomar conciencia de que al arte te aproximas para buscar, no para encontrar. Se trata de intentar aprender de los que son mejores que tú, más sabios, más inteligentes, más sensibles, han visto más, han pensado más, han viajado más y han trabajado más que tú. Y esto es maravilloso. Siempre dispuestos a sumar.
Posiblemente sea necesario vivificar el arte desde el respeto, desde la libertad que nos aporta cierto distanciamiento. El arte no es frivolidad, sino exquisitez en todos los sentidos. Es un compromiso con el individuo, una apuesta por la independencia, una defensa que no ha de verse como algo estético sino, sobre todo, como algo ético, si es que ambas cosas no constituyeran una única y firme realidad.
Solo intento que no nos arrebaten, tan gratuitamente, tantos bienes, tanta belleza, tanta grandiosidad. Estas son humildes líneas defensivas, frente a los pálidos enemigos de la vida, frente a los nuevos esquemas puritanos de la vacía modernidad. Bueno, me retiro a escuchar y ver, otra vez, el concierto de despedida de Serrat, antes de que algún mamarracho exija su prohibición.
Patricio González
Un Año más o un año menos
Me miré tanto al espejo que me dí cuenta de la mala leche del tiempo.
Lo malo de hacer balance cuando finaliza un año es que casi no recuerdo nada de lo hecho a lo largo del año, sobre todo lo de los primeros meses. Habré escrito unos trescientos artículos en 2022 y tendría que releerlos todos para recordar lo que ha sido mi vida en este año.
Me preocupa más lo que vaya a ser de mí el año que acaba de llegar, que lo que ya es historia: un año, el que ha muerto, para olvidar. Han muerto una enorme cantidad de amigos, conocidos y artistas a los que quería.
El problema de cumplir años es que empezamos a ir demasiado al cementerio o el tanatorio. Da miedo encender el móvil por la mañana o conectarse a internet, porque es un chorro diario de vida que se va, de personas sin las que no seríamos lo que somos cada uno de nosotros.
Cuando miro esas agendas caducadas que os comentaba en un artículo anterior, me doy cuenta de que no que no queda casi nadie vivo en esas viejas agendas de finales de los ochenta.
Después de esta tragedia, ¿Qué derecho tengo yo a decir que este año ha sido muy duro? Ningún derecho. Así que comienzo este año como siempre, con mi familia, mis mismos proyectos , artículos, radio, tele, pero, desde luego, tengo bastante claro que no hay balance sin recuerdos y estos recuerdos vienen a ser el mejor balance del tiempo.
Estaría bien borrar los recuerdos amargos, pero son como las arrugas: cada una de ellas es una herida de guerra, de la vida, o la evidencia de haber sonreído alguna vez.
Qué más da un año más o un año menos. Feliz y próspero 2023. Y que Dios nos coja confesados.
Patricio González
Poder Judicial
Pues al final resulta que sí es posible que el Consejo General del Poder Judicial se ponga de acuerdo en algo: la renovación del Tribunal Constitucional. Si el mérito hay que atribuírselo al rey Felipe VI por su discurso de Nochebuena, pues para él la medalla. Lo relevante es que se dé un paso hacia el desbloqueo y se salga de unaparálisis que no solo afectaba a la imagen de España como país, sino al propio funcionamiento judicial.
Los años de retraso que lleva España en este asunto no son de recibo. Tienen razón los que sostienen que la calidad democrática de este país es manifiestamente mejorable y la prueba en este desolador panorama institucional. Y las culpas, como suele suceder, se pueden repartir entre todos.
Evidentemente las responsabilidades son mayores en quienes tienen los resortes del poder ejecutivo (Partido Socialista y Podemos) y quienes lideran en escaños y en votos la oposición (Partido Popular). De ellos debió salir la solución, pero lo cierto es que de ellos solo ha salido hasta la fecha un agravamiento del problema.
Tampoco se libran los partidos que, no estando en el Gobierno, sí que fueron determinantes para la investidura y para sostenerlo. La presión de ERC para la revisión de los delitos de malversación y sedición solo ha servido para agravar el conflicto y enquistarlo aún más. Ellos por plantearlo, y el PP porque encontró ahí el argumento perfecto para levantarse de la mesa cuando estaba a punto de sellar con el ministro Bolaños el acuerdo de renovación judicial.
Llegados a este punto, solo cabe rogar al año entrante que nos traiga algo más de sentido de Estado. En todo, pero en este asunto sobre todo porque -insisto- está en juego la credibilidad como país. Sería el colmo de la irresponsabilidad que tuviera que llegar a Europa a sancionarnos por esta situación, pero es precisamente lo que puede suceder si se prolonga de manera intencionada esta agónica situación.
En un año electoral como 2023 no será fácil la solución pero las urnas no deben ser excusa para mantener el desacuerdo. Porque la Justicia debe funcionar tanto si ganan estos las elecciones como si lo hacen aquellos. De eso va la separación de poderes.
Patricio González
Si tuviera la oportunidad de hacerle preguntas al presidente del Gobierno, sería fundamentalmente una: si todo va estupendamente, según usted y sus ministros, ministras, ministres y menestras, ¿a qué vienen tantas limosnas? El Gobierno, que solo con el IRPF ha recaudado ya este año 100.000 millones de euros, ha dado a conocer sus dádivas para los más pobres, de las que, curiosamente, se van a beneficiar también los más ricos, que ahorrarán unos céntimos en pasta, pan normal, legumbres y leche. No más de 12 euros al mes, que esto sí que es pasta. A los más pobres no les han rebajado el IVA de la carne y el pescado, porque estos solo son alimentos básicos en la alimentación de quienes pueden pagarlos. Los tiesos, que coman macarrones con tomate de lata o potaje de chícharitos.
¿Saben cuánto se van a ahorrar de media al mes los beneficiados de esta ayuda y la de los 200 euros? Solo 28 euros. Una tomadura de pelo de tomo y lomo. Bueno, de lomo no, que Sánchez y Garzón miran por la salud de los menesterosos. Feijóo, el líder de la oposición, ya pidió hace cuatro meses al Gobierno estas ayudas y otras para aliviar la carestía de la cesta de la compra, y fue duramente criticado por la ministra Yolanda Díaz: “Hay una propuesta que ha hecho Feijóo, que todo lo arregla bajando impuestos: bajar el IVA de los alimentos”(Palabras textuales). Ahora, el Gobierno presume de estas mismas ayudas, que son solo limosnas. Si un paquete de arroz cuesta este año casi el doble que el pasado, ¿qué clase de ayuda es que nos vayamos a ahorrar tres o cuatro céntimos en el primer semestre del próximo año en un paquete de arroz?
Pero lo peor es que el Gobierno exige tal cantidad de papeles para cualquier ayuda, que los pobres que los han votado renuncian a los auxilios porque se acaban aburriendo. Ayer mismo una amiga que trabaja cuidando a personas mayores en sus domicilios me decía que le han denegado varias veces el salario mínimo vital y que ni va a intentar siquiera acceder a esa limosna de 200 euros, que son 16 euros al mes. “El Gobierno de la gente”, se hacen llamar. Es verdad que menos da una piedra y que es mucho peor un palo por el culo. Y que hay también ayudas al transporte, becas o alquileres. Solo faltaría que no las hubiera, con los sueldos más bajos de la Comunidad Europea y la tremenda subida en los últimos dos años de todo lo básico para vivir. Solo espero que los pobres no vendan su voto a Sánchez y que si lo tienen que vender, que no sea tan barato.
Patricio González
La Política y las Redes Sociales
En una entrevista publicada en 2016 en el periódico ‘El País’, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman alertaba de que «las redes sociales son una trampa». Este intelectual, que es, quizás, una de las voces más lúcidas del pasado siglo XX y principios del XXI lanzaba esta advertencia porque consideraba que las redes sociales conllevaban que las personas que transitaban por las mismas «se encerraban en sus propias zonas de confort» y solo escuchaban el eco de su propia voz.
A estas alturas, con las redes cada vez con más peso en el día a día, lo que atisbaba este sociólogo es una realidad. Incluso, Zygmunt Bauman se quedaba corto ante los peligros que entrañan.
En todos los sentidos y ámbitos, porque solemos circunscribir su lado perverso al privado y personal –que lo tiene–, pero su impacto real en el ámbito común es cada día mayor y más evidente.
Desde hace unos meses, la crispación en el debate político español –y mundial– va a más. Seguramente la tan traída y llevada polarización tiene buena parte de culpa. Pero no toda.
Los políticos ya no hablan para atacar a los integrantes de las restantes formaciones políticas. Ni siquiera para defenderse de los mismos. Hablan (a veces ladran) con la mente puesta en las redes. Aspiran a que sus afirmaciones (y barbaridades) se conviertan en ‘tweets’ y en ‘re-tweets’ hasta hacerse virales y acaparar miles o millones de ‘Me gusta’ en la otra red social muy popular pero en decadencia.
Saben que a mayor salvajada, más eco. Cuanto más grueso sea el insulto y la falta de respeto, más ‘candela’ hay en la red y el político piensa que mayores seguidores.
Al menos eso es lo que creen, porque con suerte el tiempo les descubrirá que esa ciénaga en la que han convertido todo es la zona de confort de la que hablaba Bauman.
Patricio González